Capitulo 2
Como
dueña y responsable de la empresa, Bárbara siempre era
la
última en abandonar las dependencias. Desde el primer día
que
abrió el taller de costura, las mujeres que trabajaban con él
seguían
siendo las mismas. Llevaban juntas veintitrés de los
veinticinco
años que Bárbara había vivido en España, y eso le
gustaba.
Apreciaba la fidelidad.
Carla
apareció en su vida unos años después. La primera
vez
que la vio fue un día en que ésta entró para preguntar sobre
el
cartel que colgaba en el escaparate indicando que necesitaban
costureras.
Aquel día, tras hablar con Bárbara, prometió volver
para
hacer una prueba. Regresó a los dos días y catorce años
después
seguía con ella. Con el tiempo se había ganado la confianza
de
Bárbara y se había convertido en su mano derecha. Juntas
habían
viajado por España para participar en los desfiles de
las
diversas ferias de novias.
La
vida había sido amable con Bárbara. Tenía un marido
maravilloso
y tres hijos que la adoraban. Pablo, Lali y Beatriz.
Pablo,
Poli para la familia, tenía veinticuatro años y era un
loco
de la informática, como su padre. Tenía novia e incluso
planes
de boda. Algo que a Lali, con veintidós años le horrorizaba.
Para
ella los estudios eran lo primordial. No soportaba los
imprevistos.
Tenía claro que sería empresaria, como su madre.
Era
alguien a quien le gustaba tenerlo todo controlado. Beatriz,
Bea,
a la que sus hermanos habían bautizado como «la llorona»
porque
desde pequeña había aprendido que llorar le
proporcionaba
beneficios, era una jovencita de quince años con
la
edad mental de siete. Una vez un coche se saltó un stop y la
atropelló.
Aquello hizo que sus padres formasen una piña
alrededor
de ella. Ahora, a pesar de los años que habían
transcurrido,
les resultaba difícil dejar de comportarse así con
ella.
Beatriz
todavía iba al colegio, Pablo trabajaba y Lali estudiaba
empresariales
en la universidad. Todos habían ido al
Liceo
Americano. Sus padres decidieron que los niños aprenderían
los
dos idiomas desde pequeños. Así, cuando iban de vacaciones
a
Estados Unidos, podían comunicarse sin problemas.
Faltaban
unos días para la celebración del decimosexto
cumpleaños
de Bea y, como siempre, la Llorona montó uno de
sus
mejores numeritos para conseguir sus propósitos. Quería
una
fiesta con sus colegas en el garaje de casa y al final le tocó a
Lali
ocuparse de todo. Sus padres tenían una cena y bajo su
punto
de vista ¡se la merecían! Por eso, lo mejor que pudo,
intentó
ocuparse de la pandilla de adolescentes ruidosos que se
le
juntaron en el garaje.
A
las once de la noche la música tronaba para disgusto de
Lali.
Pero intentó aguantar. Era la fiesta de su hermana. De vez
en
cuando bajaba para ver qué tal marchaba todo y, en uno de
esos
viajes, sorprendió a un grupo de muchachos fumando tranquilamente.
Al
verla escondieron sus cigarros. Eso la hizo sonreír
y,
entonces, decidió pasar por su lado como si no se hubiera
dado
cuenta.
En
un lateral del precioso jardín, vio a su hermana con un
chico
que sabía que le gustaba. Las miradas de ambas se cruzaron
y,
con una sonrisa, Lali le transmitió tranquilidad. Encima
de
una silla del garaje estaban todos los regalos. Discos
compactos,
un par de sudaderas, bisutería, varios libros,
etcétera.
Lali
se acercó hasta la mesa donde estaba la comida y
la
bebida. Mentalmente, mientras miraba la mesa, pensó en
reponer
patatas, sándwiches, bebidas y hielo. Intentó recoger
todos
los platos vacíos pero, al ser tan voluminosos, se le caían.
—¿Te
ayudo? —oyó a su espalda.
Sin
apenas mirar quién le hablaba, contestó rápidamente.
—Sí,
corre. Recoge los platos naranjas, que se me caen.
El
muchacho, con destreza, cogió los platos al vuelo.
—Gracias
—sonrió Lali, mareada por aquella música ratonera.
—De
nada —respondió el chico y mirándola señaló—: ¿Los
llevamos
a alguna parte?
Lali
asintió. Una pequeña ayuda le vendría de lujo por lo
que,
volviéndose, señaló:
—Sígueme,
los dejaremos en la cocina.
Al
entrar, Lali dejó en la encimera todo lo que tenía en las
manos
e indicó al muchacho que hiciera lo mismo.
—De
nuevo te doy las gracias —repitió mirando a aquel chico
moreno
e intentando recordar dónde le había visto antes—.
Puedes
regresar a la fiesta. Cuando llene los platos iré bajándolos
poco
a poco.
El
muchacho, encantado por la tranquilidad que allí se respiraba,
dijo:
—No
me importaría ayudarte. —Al ver su mueca, murmuró
con
una sonrisa—: Te lo digo en serio. —Y tendiéndole la mano
dijo
sorprendiéndola—: Me llamo Peter, encantado de volver a
verte.
Extrañada
por la madurez del chico al presentarse, tendió su
—Lali,
soy la hermana de Beatriz, y la encargada de que no
os
falte nada de nada. ¿Ya habías venido alguna vez a casa verdad?
—Él,
divertido, asintió—. Es que me suena tu cara, pero no
sé
quién eres.
—Creo
que nos hemos visto durante muchos años —contestó
éste
sentándose junto a ella en el taburete de la cocina, mientras
abría
un paquete de pan de molde para hacer sándwiches.
Aquello
atrajo completamente la atención de Lali, que, por
más
que pensaba, no le ubicaba. Era moreno, de ojos negros y
parecía
un pelín mayor que Bea, aunque no mucho.
—El
caso es que tu cara me suena un montón —repitió Lali,
mientras
untaba mantequilla en las rebanadas.
—Te
daré pistas de quién soy —sonrió—. Hace poco fui a la
tienda
de tu madre.
—¿Has
estado en el taller de mamá? —preguntó dejando de
untar
mantequilla en una rebanada de pan para mirarle nuevamente
a
los ojos, cosa que a él le encantó.
Divertido,
asintió y dejó escapar con una encantadora
sonrisa:
—La
última pista que te daré es que mi hermana se casa dentro
de
una semana.
Al
oír aquello Lali abrió la boca y Peter soltó una carcajada
al
ver la cara que ponía.
—¿Euge?
—preguntó alucinada y, al ver que él asentía, dijo—:
¡Claro!
Eres Peter. Pero bueno, cómo has crecido. El recuerdo
que
tengo de ti es el de un niño. ¡Madre mía! ¡Cómo pasa el
tiempo!
Al
ver que ella se ponía a untar mantequilla de nuevo, hizo lo
mismo
y contestó:
—Por
suerte para algunos el tiempo pasa. Yo aún recuerdo
cuando
tú y las demás chicas ibais a casa a estudiar con mi
hermana.
—Sí
—suspiró ella—. ¡Qué tiempos!
Tras
un breve silencio, fue el muchacho quien habló.
—Ahora,
cuando pienso que Euge se marcha el mes que viene
a
vivir a Los Ángeles me da una pena tremenda. Pero claro,
Nico
trabaja allí.
Lali
asintió y al pensar en lo mucho que ella la iba a añorar
también
murmuró:
—No
he olvidado lo enamorada que regresó a España tras
conocer
a Nico durante unas vacaciones que pasasteis en casa
de
tus abuelos. Es más, me dijo: «Lali, he conocido al hombre
de
mi vida, el que me va a cuidar hasta que me muera».
Ambos
sonrieron. Euge era tremenda.
—Nico
es un buen tipo y estamos seguros de que cuidara
bien
de ella, aunque tampoco dudamos de que le volverá loco en
poco
tiempo —comentó entre carcajadas y haciendo reír a
Lali—.
Mi padre dice que cualquier día nos encontraremos a
Nico
en la puerta de casa para devolvérnosla.
Los
padres de Euge y Peter se conocieron en unas vacaciones
en
las que ambos coincidieron en Santa Fe. Ella era una
niña
rica española y él, un médico de Oklahoma. Tras siete
meses
de relación decidieron casarse y vivir en España, donde
Anthony
Thorton Muskrats abrió su propio centro médico. En
Oklahoma,
él ya trabajaba en la clínica que su padre Patrick y su
tío
George habían inaugurado años atrás.
—¿Qué
tal están tus abuelos, Patrick y Aiyana? —preguntó
Lali
mientras reía por lo que acababa de escuchar—. Recuerdo que
cuando venían a España, siempre iban a ver a mis padres y
viceversa.
—Como
dice la bisabuela, ¡como unos bisontes!
Aquello
les hizo sonreír de nuevo. Para Peter recordar a sus
abuelos
y a su bisabuela, a la que adoraba, era tocarle el
corazón.
Con ellos había estado parte del tiempo que había pasado
fuera
de España. Tras mirar a Lali, continuó:
—Están
como locos porque volvamos por allí. Y ahora se
muestran
encantados al saber que Euge vivirá cerca. De todos
modos,
ya los verás a todos el día de la boda.
Lali
dejó de untar mantequilla y le miró. Sabía que Euge
llevaba
meses intentando convencer a su bisabuela Sanuye para
que
acudiera a la boda.
—¿Habéis
convencido a la bisabuela para que venga? —preguntó
con
curiosidad.
—No.
Nunca la convencerán —sonrió Peter al cerrar los ojos y recordar
a su bisabuela.
Durante
los años que había estudiado en Oklahoma, Peter
había
compartido muchos días con ella. Una mujer india de
setenta
y cinco años llamada Sanuye, que en lengua miwok significaba
«nube
roja al atardecer». Muchas habían sido las
noches
de maravillosa luna llena o menguante que su abuela
compartió
con él. Sanuye adoraba a su bisnieto Peter, al que
cariñosamente,
desde el día de su nacimiento, había bautizado
como
Amadahy. Era un nombre de la tribu cherokee que significaba
«agua
del bosque». Durante sus conversaciones, Sanuye
le
contó cómo una mañana de cielo rojo un joven de la tribu
cherokee
apareció en su vida. Le relataba, todavía con pasión y
una
dulce sonrisa en la boca, cómo le cautivaron sus ojos negros y su
mirada felina.
Aquel
joven cherokee la hizo más tarde su
esposa
y se la llevó a vivir junto a otros cherokee.
Aunque
el bisabuelo Awi Ni’ta, «Ciervo Joven» en lengua
cherokee,
había muerto años atrás. Sanuye, su bisabuela,
siempre
le contaba que fue muy feliz el día que nació él, su
Amadahy,
y comprobó cómo de nuevo aquellos ojos negros y
aquella
mirada felina volvían a estar vivas en él. Un ligero
empujón
por parte de Lali sacó a Peter de su mutismo y,
mirándola,
sonrió al escucharle.
—Ya
decía tu hermana —e imitándola, dijo—: «La abuela
Sanuye
nunca se subirá en un pájaro que antes no haya comido
de
su mano».
Ambos
comenzaron a reír a carcajadas, hasta que Bea entró
en
la cocina.
—¡Vaya!
Venía yo a preparar justo lo que estáis haciendo.
Aún
con la sonrisa en los labios, Lali contestó.
—Pues
ya estamos nosotros en ello. —Y señalando a Peter,
comentó—:
Y como verás, tengo ayudante.
—Lo
hago encantado —dijo éste tras el comentario.
Cinco
minutos después, Lali le dijo a Bea:
—¡Toma!
Llévate esta cubitera con hielo y estos refrescos.
Ahora,
en cuanto termine esto, lo bajo. —Luego, mirando a
Peter
indicó—: Si quieres bájate con los demás. Yo terminaré lo
que
queda.
Al
ver que Bea salía disparada, cargada de bebidas, éste
murmuró:
—No
te preocupes, me gusta ayudarte y… hablar contigo.
Lali
dejó por un momento lo que estaba haciendo y le miró
extrañada.
—¿No
te diviertes en la fiesta?
Tras
un sonoro suspiro, Peter se apoyó en el quicio de la
puerta
y se sinceró.
—No
está mal. La mayoría son amigos de toda la vida, pero a
veces
creo que se comportan como críos.
Divertida
por aquel comentario, Lali preguntó.
—¿Cuántos
años tienes, Peter?
—Diecisiete,
pronto dieciocho. —Y clavando sus oscuros ojos
negros
en Lali, que sin saber por qué se puso nerviosa,
prosiguió—:
Y según mi manera de ver la vida, la edad no da
experiencia.
Eso es algo que se adquiere de la cordura y del
saber
aprender —dijo sorprendiéndola.
—Pues
no te entiendo —le espetó ella sin profundizar en el
asunto—.
Son gente de tu edad. Sus conversaciones y necesidades
serán
más o menos las mismas.
Aquel
comentario hizo sonreír a Peter, mientras Lali se
tensaba.
¿Qué le pasaba con aquel crío?
—Mis
prioridades, y mi manera de ver la vida son muy distintas
de
las de ellos —respondió el muchacho mientras tomaba
un
trozo de pan—. Creo que se debe a la educación que he recibido
de
mis abuelos. Por cierto, ¿sería muy indiscreto preguntarte
cuántos
años tienes tú?
Lali,
apoyándose en la encimera, le miró y contestó:
—Veintidós,
como tu hermana. Y sí…, eres un poco
indiscreto.
Al
oír su respuesta, Peter sonrió y dejando descolocada a
Lali
preguntó.
—¿Sales
con alguien?
Ella,
tras soltar una carcajada, cogió el bol de patatas.
—Eso,
Peter, sí que es indiscreto.
Y
sin responderle abrió una bolsa de patatas y la volcó en el bol.
—¿No
me vas a contestar? —insistió el chico.
Incapaz
de entender por qué la mirada de aquel muchacho la
ponía
nerviosa, se volvió y, con voz nada amable, dijo:
—¡Pues
no! No te voy a responder, y menos sobre algo que,
particularmente,
creo que no te interesa.
Tras
unos segundos de silencio, fue Peter el que habló.
—Tienes
razón. Te pido disculpas por mis preguntas. —E,
intentando
quitarle importancia al asunto, bromeó—: Creo que
Euge
me ha convertido en un cotilla. ¡Discúlpame!
—Disculpado
—respondió ella.
En
ese momento entraron por la puerta su hermano Poli y
Marta,
su novia. Minutos despues todos bajaron al garaje donde
rieron,
bromearon y lo pasaron bien.
Continuará...
+++++++++
ResponderEliminarOpaaa!!! Peter esta interesado en Lali
ResponderEliminarQuiero masss
Besos @Ari_StaFe
Otroo
ResponderEliminaraaahhh quiero mas
ResponderEliminarYa d chico ,tenía fichada a Lali.
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