martes, 30 de junio de 2015

OLVIDE OLVIDARTE: Capitulo 1


CAPITULO 1

La dulce melodía que salía de la radio llenaba el ambiente mientras
las costureras se afanaban por dar las puntadas exactas en
aquellos vestidos que, en un día de gloria, se lucirían como verdaderas
joyas.
Durante las horas que aquellas mujeres pasaban juntas, se
había hablado en muchas ocasiones del vestido que Balenciaga
cambió en el último momento para el enlace del príncipe Balduino
y Fabiola de Bélgica, o de la maravillosa mantilla antigua de
encaje de blonda de Bruselas que lució Paola de Bélgica en su
boda con Alberto de Lieja. Les gustaba recordar el vestido de
Beatriz de Holanda, que fue de seda brocada, o el de Sonia de
Noruega, de seda salpicada de perlas. El traje nupcial de Silvia
de Suecia fue diseñado por Marc Bohan para Christian Dior, en
blanco marfil liso, aunque lo que más llamó la atención de aquel
grupo de modistas fue el velo de fino encaje bordado, regalo de
la princesa Sibyla.
En las revistas vieron el vestido que había llevado María
Teresa en su boda con el príncipe Enrique de Luxemburgo. Un
diseño de Balmain, en seda natural ribeteada de armiño, con un
gran velo de tul e incrustaciones de encaje de Manila.
Aunque la elegancia, el gusto, el glamur y el saber llevar un
traje de novia quedaron reflejados en Gracia de Mónaco en su
boda con el príncipe Rainiero. El vestido de Grace era de estilo
renacentista, diseñado por la directora del departamento de
moda de la Metro, Helen Rose. Se confeccionó con un corpiño
rosa marfil, salpicado de flores bordadas, y se abrochaba
delante con pequeños botones forrados con encaje. La falda era
acampada y el velo bordado de encaje rosa iba adornado con
perlas.
En sus interminables conversaciones no podía faltar el
vestido que lució doña Sofía en su boda con don Juan Carlos,
hoy reyes de España. Fue diseñado por el modisto francoheleno
Jean Dessés. Era de lamé recubierto de tul con un encaje antiguo,
conocido como «encaje duquesa», e iba adornado con
encaje de bolillos.
Pero nunca olvidarían la mañana en la que, mientras desayunaban
churros, veían por televisión la boda de Lady Diana de
Gales, Lady Di, con Carlos de Inglaterra. El enlace que todos
catalogaron como la boda del siglo. Aquel vestido recibió
muchas críticas. Buenas y malas. Era de tafetán en seda natural
color marfil, con un encaje antiguo bordado de perlas y madreperlas.
Completaban el conjunto una amplia falda a juego y
unas enormes mangas de tul y seda, bordadas con madreperlas.
En la prensa que cada semana podía encontrarse en los
quioscos aparecían todos aquellos vestidos que luego ellas, en el
taller, se aplicaban en realizar. Más de una novia que había acudido
allí tenía alguna idea preconcebida de algún modelo visto
en las revistas. Aquellas muchachas esperaban ser, en su gran
día, la novia más bella del mundo.

Bárbara… Bárbara…

Era la voz de carla, una de las costureras, la que se oía.

Un momento —dijo una voz con un dulce acento
extranjero.

Al escuchar aquello, Carla se dirigió hacia las señoras que
miraban con curiosidad todo lo que en la zona de tienda se
exponía.

Bárbara Pikers les atenderá en seguida —les indicó con
una sonrisa—. Si quieren, pueden esperar sentadas en aquella
mesa. Allí encontrarán los catálogos y cuadernos donde
ponemos a su disposición todas las telas que usamos para confeccionar
nuestras creaciones. ¿Les apetece un café mientras
esperan?

Las clientas, una madre y sus dos hijas, encantadas con la
amabilidad de Carla, asintieron. Mientras miraban con verdadera
adoración los catálogos, Carla marchó en su busca.
Aquella tienda de vestidos de novia, con taller en la parte de
atrás, se llamaba «Bárbara Pikers». Ése era exactamente el
nombre de su dueña, una preciosa rubia norteamericana, de
acento dulce y que tenía unos ojos verdes maravillosos y expresivos.
Desde hacía veinticinco años, la mujer residía felizmente
en España, concretamente en Madrid.
Conoció a Juan Silva, su marido, un informático, en un viaje
que éste hizo a San Diego por motivos de trabajo, una noche en
que coincidieron en un grupo de amigos. Sus miradas se cruzaron
y a partir de ese momento no las habían vuelto a separar.
Durante cinco años, ambos viajaron mucho para verse. Al
final, decidieron casarse y Bárbara abandonó su país para
residir en España, donde montó a los dos años su propio negocio,
una tienda taller de vestidos de novia y fiesta. Era un trabajo
parecido al que desempeñaba en San Diego, donde su
familia poseía una empresa que organizaba todo tipo de
eventos.

Buenos días —saludó Bárbara con su inconfundible acento
americano—. Soy Bárbara Pikers. ¿En qué puedo ayudarlas?
La madre de las muchachas, al verla, se levantó rápidamente
para saludarla.

Encantada de conocerla —dijo tendiéndole la mano. Soy
Diana Ross. Mi hermana Daniella acudió a esta tienda con mi
sobrina Aurora hace unos meses y usted le confeccionó un
vestido de novia espectacular.

Al oír a aquellos nombres, Bárbara sonrió y asintió. La mujer
continuó.

Ahora buscamos un vestido de novia para mi hija Alicia

señaló a una de las jóvenes—. Se casa dentro de siete meses,
concretamente el 18 de julio, en Sevilla, y queremos que esté
preciosa. Y ya que estamos aquí, Elena —indicó, señalando a la
otra hija— quiere mirar también algún vestido para la boda.

Bárbara, tras escucharla con atención, asintió. Al ver que
llegaba Carla con los cafés, se sentó a la mesa con las demás y
dijo:

No se preocupe. Aquí encontrará lo que busca —sonrió la
dueña del local—. Lo primero es saber la idea que tienen ustedes
sobre el traje de la novia así, según eso, podemos ver los
vestidos para usted y su hija —añadió después.

La novia, una muchacha menuda y morenita, habló
rápidamente.

Me gustaría un vestido sencillo, pero al mismo tiempo
maravilloso, que tenga cola. Y sobre lo que no tengo duda
alguna es que quiero lucir la mantilla de color blanco roto de mi
abuela Almudena, sujeta en un moño bajo.

Me pareció escuchar que se casa en Sevilla. ¿La familia del
novio es de allí? —preguntó Bárbara mientras abría un
cuadernillo.

De nuevo, Alicia, la novia, contestó:

Sí. Son andaluces. Mi familia es de origen madrileño e
italiano y, por favor, llamémonos de tú, ¿de acuerdo?
Bárbara sonrió. Estaba acostumbrada a todo tipo de clientas
y prefería que fueran ellas quienes propusieran aquella
familiaridad.

Excelente idea, Alicia —respondió ésta y mirándola preguntó—.
¿Te gustaría un vestido de estilo andaluz?

Al escuchar aquello, la madre, saltó.

No… no, nada de volantes, queremos algo diferente.

No hablo de volantes —sonrió Bárbara al escucharla—.
Hablo de inspiración andaluza.

¿A qué te refieres con eso? —preguntó la novia mirándola,
interesada.

Veamos —dijo Bárbara, que comenzó a dibujar en su
cuaderno—. Quieres algo sencillo pero maravilloso y que te permita
lucir la preciosa mantilla de tu abuela, ¿verdad?

Sí —respondió ésta mientras Bárbara dibujaba rápidos
trazos en el cuaderno.

Creo —continuó hablando la vendedora— que un corpiño y
una falda serían estupendos. Con tu silueta, te puedes permitir
llevar cualquier tipo de vestido y diseño. Podría ser algo parecido
a esto —dijo enseñándole el dibujo del cuaderno—. Además
de ser una novia guapa y elegante, podrás sorprender a tu marido
y a tu futura familia con un modelo de estilo andaluz

La novia, junto a su madre y su hermana, miraba alucinada
aquellos trazos que en unos segundos Bárbara les había esbozado
en aquel cuaderno.

¡Es una maravilla! —susurró la madre de la novia, mientras
su otra hija asentía.

Me gusta muchísimo la idea —se emocionó Alicia—. Creo
que es lo que estaba buscando —susurró al mirar aquel boceto,
en el que podía verse un corpiño sin mangas con un escote en
uve y una falda que parecía flotar en el aire.

En ese momento se oyeron unos rápidos pasos acercarse
hasta ellas. La puerta se abrió y una muchacha morena de ojos
marrones apareció ante ellas.

¡Disculpen!

Todas observaron a aquella joven que les miraba con una
sonrisa arrebatadora.

Es mi hija —informó Bárbara—. ¿Dime, Lali?

¿Podrías venir un momento? Euge se está probando el
vestido y queríamos que le dieras el visto bueno. Además, hoy
no se le han olvidado los zapatos.

Al escucharla, Bárbara sonrió y respondió.

Ahora mismo voy. —Y mirando a las futuras clientas les
susurró—. Me disculpáis un momento.

Bárbara y Lali desaparecieron tras la puerta y se dirigieron
al salón número dos para ver a Euge. Al entrar, se encontraron
con una preciosa joven que daba vueltas mirándose en los espejos
que rodeaban parte de la sala. En su cara se dibujaba una
amplia sonrisa, una expresión de felicidad.

¡Estás preciosa! —dijo Bárbara con cariño.

Con orgullo, miró a la muchacha que había crecido junto a
su hija y a la que tantas veces había oído hablar sobre que algún
día se casaría. Si algo tenía claro Euge en la vida era que se
quería casar con un buen hombre que la quisiera y tener
muchos hijos.

Euge, al oír la voz de Bárbara, aplaudió encantada, mientras
Cecilia, su madre, se limpiaba la nariz emocionada.

¡Estoy increíble! —saltó de alegría—. Verás cuando me
vean Cande, Rocío y Mery. —Y con gesto cómplice dijo a
Lali—. Madre mía. Cuando Nico me vea ¡se va a morir!

Bueno, no le matemos antes de la boda —bromeó Cecilia
con los ojos anegados en lágrimas—. Estás guapísima, cariño.

Y tras un puchero acompañado de un gemido, consiguió
balbucear:

Ay… cuando te vean tu padre y tu hermano…

Bárbara, acostumbrada a los lloros de madres, abuelas, tías y
suegras al ver a las novias ataviadas con sus vestidos, se sentó
con rapidez a su lado y le dio una caja de pañuelos de papel.

Eh…, Cecilia —bromeó Lali con una sonrisa—. Aquí está
prohibido llorar.

Mamá… por favor —protestó cariñosamente Euge.

Tranquila, Cecilia —dijo Bárbara a la mujer. 
Tras asentir,ésta se levantó y se encaminó a arreglarle el velo a Euge

—. Es normal que llores al ver a tu hija tan guapa vestida de novia.

Un nuevo gemido salió de la garganta de Cecilia mientras
Lali intentaba contener la risa.

Venga, Cecilia, venga —susurró Lali mientras la otra se
sonaba escandalosamente la nariz.

Tenéis razón —comentó Cecilia agradeciendo los
pañuelos—. Se acabaron los lloros y la ñoñería.

Así me gusta, mamá —sonrió Euge desde el pedestal y tras
mirar a la madre de su amiga, preguntó—. Bueno, ¿cómo lo ves?

Bárbara, tras dar un par de vueltas alrededor de ella y ver
que todo estaba en orden, dijo:

Creo que hemos acertado de pleno contigo, cariño.
Euge y Lali, encantadas, se miraron satisfechas.

¡Verdad que sí! —gritó Euge al oírla—. ¡Dios, me siento
como una princesa!

En ese momento, se abrió la puerta y Carla entró.

¡Virgencita, qué preciosa estás, chiquilla! —gritó al ver a Euge.

De nuevo, la novia comenzó a aplaudir. Estaba feliz.

Carla, ha quedado precioso —murmuró Cecilia, la
madre de la novia.

La mujer, muy andaluza ella, tras mirar a la muchacha
susurró.

¿Cuándo veré yo a mi Rocío con un vestido así?

Al oír aquello, Bárbara sonrió. Las tres jovencitas, junto a
dos más, se habían conocido en el colegio años atrás y, aunque
tras acabar los estudios tomaron caminos distintos, siempre que
podían se llamaban y se veían. E igual que tenía claro que Euge
se quería casar, también sabía que su hija Lali, Rocío y las otras
dos amigas que faltaban no estaban por la labor. Para quitarle
hierro al asunto, le dio un cariñoso azote que la hizo sonreír.

Mejor no lo pienses —dijo—. Rocío y Lali no son tan amas
de casa como Euge. Creo que tienen otras cosas en mente.
Carla asintió—. Quizá algún día se casen y nos den la sorpresa
pero, de momento, olvídate de verlas vestidas así.
Era un asunto que a Lali la incomodaba por lo que, para
desviar el rumbo de la conversación, dijo atrayendo la mirada
de su amiga.

Estás asquerosamente guapa.

Pero lo de hablar de novios y boda resultaba ya inevitable
cuando Cecilia preguntó.

Y tú, cariño, ¿cuándo nos darás la sorpresa? Estoy segura
de que tu madre se volvería loca de emoción por hacerte un
vestido de novia.

Euge y Lali se miraron. Pusieron los ojos en blanco, lo que
hizo sonreír a Bárbara.

Cecilia —rió Bárbara al comprobar la complicidad de Carla—.
Me temo que yo tardaré muchos años en ver a Lali con
un vestido de novia. Ella tiene unos planes que respeto y que me
parecen estupendos.

Pero Cecilia era la típica mujer convencional. Le resultaba
raro pensar que las mujeres, aparte de tener hijos, sirvieran
para algo más.

Pero ¿qué plan puede ser mejor que el de casarse y formar
una familia? —Al ver que su hija la miraba con reproche, lo dejó
estar—. Yo a esta juventud no la entiendo —apostilló.

Eso digo yo —dijo Carla para echar leña al fuego—. Con
lo bonito que es casarse, formar un hogar y tener hijos.
Euge miró a Lali, quien quitándose de en medio se dedicó a
rebuscar en su bolso. Tras mirar a su madre, que continuaba
cotorreando, dijo:

Estamos en 1999 y me alegra decir que no a todas las
mujeres les apetece casarse. El que lo haga yo porque estoy
enamorada de Nico no quiere decir que todas las chicas de veintidós
años tengan que pasar por el altar.

Lali será una estupenda mujer de negocios —prosiguió
Bárbara para no darle tiempo a nadie para replicar.

Conocía a su hija Lali y sabía que en cualquier momento
diría algo inconveniente. Aunque había confianza, casi era
mejor no darle la oportunidad.

En mi familia a todas las mujeres siempre nos ha gustado,
y nos gusta, trabajar —prosiguió—. En Estados Unidos tenemos
una empresa que organiza eventos.

¡Aquí están! —dijo Lali, al encontrar algo en su bolso—.
Tengo un regalo para ti —dijo acercándose a su amiga.

¿Más regalos? —preguntó Euge sorprendida—. ¿Te parece
poco regalo el haberme ayudado con todo el asunto de la boda y
haber diseñado este precioso vestido?
Lali, al escucharla, sonrió y dijo:

Tú también lo hubieras hecho por mí. Aunque tengo que
reconocer que lo de tu vestido ha sido fácil. Tienes una figura de
escándalo y hacerte parecer guapa y sexy, lo que tú querías, ha
sido muy fácil.

Aquello las hizo sonreír. Lali tomó la mano de su amiga y la
llevó ante el espejo para que se diera cuenta de lo que le decía.
Euge estaba espectacular con aquel modelo de corte entallado.
Se adaptaba a su cuerpo como una segunda piel. Sus ojos negros
eran impresionantes, aunque lo que realmente resaltaba de sus
ojos eran las pestañas largas y salvajes, iguales que las de su
padre. Su pelo en contraste era rubio. Y el conjunto de todo
aquello se resumía en la imagen que reflejaba el espejo.

Lo dicho —prosiguió Lali—. Estás fantástica y creo que lo
único que te falta para que estés más radiante es esto —dijo tendiendo
a su amiga una cajita pequeña de terciopelo azul
oscuro—. Espero que te guste.

Al tomar la cajita en sus manos, Euge susurró:

Lali, yo... —Pero al ver lo que había dentro gritó—. Oh,
Dios… Lali… gracias. Eres increíble, te acuerdas de todo. Pero
¿dónde los has conseguido? —gritó enseñándoles a todas lo que
había dentro de la misteriosa caja.

Justo donde los vimos —contestó—. Hace dos semanas
pasé por casualidad por aquella tienda y mientras contemplaba
el escaparate, vi que los tenían y, sin pensármelo dos veces,
entré y te los compré.

Todas admiraban los finos y delicados pendientes en forma
de lágrima. Pero, en vez de una perla, lo que resplandecía era un
fino cristal Swarosvky.

Oh… ¡qué maravilla! —dijo una emocionada Cecilia con un
pañuelo en la mano.

¡Qué bonitos, cariño! —comentó Bárbara tras mirar a su
hija.

¡Qué buen gusto tienes, niña! —asintió Carla.
Euge, dándole la cajita azul a su madre, se los puso y, mirándose
en el espejo, comentó:

Son preciosos, Lali. Gracias.
Feliz por ver a su amiga tan contenta, ésta murmuró:

De nada, petarda. Y ya sabes, si algún día los necesito,
espero que me los dejes aunque no sea para una boda.

Los tendrás —asintió la futura novia con cariño.

En ese momento, sonó el teléfono.

Os dejo —comentó Carla—. Hasta luego.
Y desapareció por la puerta por la que había entrado.

Bueno, cariño —dijo Bárbara—, creo que el vestido te
queda estupendamente y el día de tu boda lo lucirás como una
princesa. Sólo falta un mes. Como ves, el vestido ya está
acabado, pero haremos una última prueba dentro de tres
semanas.

Y dirigiéndose hacia la puerta tras darle dos besos a
una Cecilia llorosa, dijo—: Os dejo, tengo otra novia a la que
atender.

Al abrir la puerta, se quedó parada y volviéndose hacia su
hija y su amiga preguntó:

Euge, ¿te importaría enseñar a la otra clienta que espera en
la sala cómo ha quedado tu vestido?

Encantada, Bárbara —asintió saliendo con ella—. Así haré
de modelo por unos segundos.

Al entrar en el salón donde Diana esperaba con sus hijas,
éstas charlaban animadamente sobre las telas que veían.

Señoras —dijo Bárbara para llamar su atención—, lo que
vamos a hacer es algo excepcional en este taller, pero una señorita
a la que me une un gran afecto les enseñará, a petición mía,
el diseño que hemos creado para ella.

Tras decir aquellas palabras, apareció una radiante y segura
Euge, que pasó el modelo como una verdadera profesional.

¡Qué bonito! —susurró Alicia tras salir Euuge.
Bárbara, feliz, se sentó junto a ellas tomando en sus manos
el cuaderno de notas.

Sí, ha quedado precioso. Y lo mejor de todo es que ella se
siente segura con él. Eso es algo muy importante para lucir un
vestido. —Luego, mirando a la joven novia preguntó—: ¿Has
pensado con qué podrías sentirte tú igual?

Y así, de esa manera tan sencilla, Bárbara junto con aquellas
mujeres comenzaron a seleccionar telas, tipos de escotes, bordados.
Había que conseguir que lo que Alicia deseaba para su gran

día se convirtiera en realidad.

Continuará...
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Cada vez se va ir poniendo mas interesante.
DE VOSOTRAS DEPENDE SI SUBA OTRO HOY O MAÑANA
@lalitter08

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