lunes, 17 de agosto de 2015

OLVIDE OLVIDARTE: Capitulos 18 y 19


CAPITULO18

Una semana después…
¿Cómo que no vendrás? —preguntó Cande enfadada, mientras
hablaba por teléfono con su amiga y visionaba junto a Luis
lo grabado en el acuario.

Es que tengo mucho trabajo —protestó Mery desde Bruselas—.
Te juro Cande que me sale por las orejas —intentó
bromear.

Por las orejas es por donde te cogerá Euge como no acudas
a la comunión de las gemelas. Mira, Tempanito —amenazó
Cande—, compóntelas como quieras pero te quiero aquí. ¡Me
has oído! Euge no está pasando por un buen momento con Nico
y creo que nos va a necesitar ese día a su lado. ¡Se lo habíamos
prometido!

«Lali tiene razón, Cande está demasiado irascible», pensó
Mery. Sin embargo, dijo:

De acuerdo, hija. No te pongas así. No sé cómo lo haré,
pero iré. Reorganizaré mi agenda y aprovecharé la comunión
para ir a visitar a un cliente en California.

Algo más tranquila, y feliz por haber convencido a Mery,
Cande dijo:

Ésa es mi chica. Por cierto, ¿vendrás sola? —preguntó.

Sí.

¿No hay nadie importante en tu vida, Tempanito?
bromeó Cande, intentando no pensar en sus propios
problemas.

Mery sonreía cada vez que una de sus amigas la llamaba
«tempanito». Pero al oír aquella pregunta, se sintió culpable por
no haberle contado lo que le había pasado.

No, nadie importante. —Y tras suspirar señaló—: Mira,
Cande, no me apetece aguantar a ningún tío. Me acuesto con
Joel y así me va bien.

¿Es bueno en la cama? —preguntó Cande.

Superior —bromeó Mery—. Oye, cambiando de tema,
¿qué me dices de lo de Lali y el hermano de Pocahontas? ¡Qué
fuerte después de tantos años!

Aquello le volvió a recordar a Agus, pero tras apartarlo de
su mente sonrió y dijo:

A mí me encanta esa relación —dijo Cande al recordar a
su amiga—. Te acuerdas en la boda de Euge, cuando nos
enteramos de que las flores que le regaló Peter se llamaban
nomeolvides.

Ambas rieron.

Claro que me acuerdo. ¡Qué momentazo! —recordó
Mery—. Por eso, cuando me llamó Euge y me lo contó, me
quedé pillada.

¿Pillada? Así es como está Lali, ¡pilladísima! Pero no me
extraña, cuando veas al indio lo entenderás.

Mujer, no le llames así —añadió riendo.

Lo digo con cariño, ya verás cómo la trata. —Y al ver en la
pantalla de su ordenador imágenes del acuario de Seattle, dulcificó
la voz—. La verdad es que encontrar a alguien que te trate
de esa manera es para estar pillada.

Tras encenderse un cigarrillo, Mery dijo:

Hablé con Rocío hace un par de días. Me comentó lo del
regalo para las niñas.

Yo les hubiera comprado otra cosa, pero bueno, a ella le
pareció buena idea regalarles las dos bicicletas de la Barbie con
sus complementos.

A mí también me parece bien —asintió Mery— Siempre y
cuando a las niñas les gusten.

Si de algo estoy segura es de que les gustarán. Rocío
siempre acierta con los regalos, y con ella las niñas se vuelven
locas.

Mery sonrió al pensar en su amiga. Rocío era la que menos
había cambiado de todas. Seguía siendo ella, la andaluza simpática
de siempre.

Rocío tiene una manera de ser que se gana a todo el
mundo. Será toda una madraza.

Aquello hizo reír a Cande que dijo:

Pues no sé cuándo. Sigue esperando la llegada de su superhéroe.
Ése que según ella debe de estar muy ocupado.

Por cierto, ¿qué tal tu reportaje en Seattle? —preguntó
Mery tras aspirar una calada.

Inquietante —susurró Cande al ver una imagen de ella
junto a Agus.

Explícame el significado de «inquietante» —dijo Mery
levantándose para mirar a la calle a través de los cristales de su
despacho.

Intentando que su voz no se derrumbara Cande tomó aire y
prosiguió:

En un mismo día vi al idiota de Phil —Mery se carcajeó—,
me enteré que Marlon había organizado una orgía en mi casa y
me reencontré con Agustin O´Neill.

Rocío me llamó para contarme lo de Marlon. ¡Olvídate de
ese imbécil! En cuanto a Phil, prefiero omitir lo que siempre he
pensado de semejante ser. Por cierto, oye, Agus… ¿Quién es
Agus ?

«¡Mierda!», pensó Cande . Tras tragarse el nudo de emociones
que se hacía en su garganta, preguntó:

¿Te acuerdas de cuando vivía en Toronto con mamá?

Sí —asintió Mery.

Recuerdas ese amor imposible que…

¿Tu vecino? —recordó Mery—, ése al que siempre has
adorado a pesar de que no te hacía caso. No me digas que le has
vuelto a ver. ¡Qué fuerte, por Dios! Y dónde vive, ¿en Seattle?

Sí, mi vecino —asintió Cande cerrando el ordenador. La
imagen de Agus y ella sonriendo en el acuario la ponía melancólica—.
Él es el veterinario del zoo y el acuario de Seattle, y...

Pero al ver llegar a Brooke Garsen, su jefa, dijo—: Oye Mery,
te dejo. Ha llegado mi jefa. Ya hablaremos. Besos.

Tras aquello, ambas cortaron la comunicación.

CAPITULO 19

Una vez colgó el teléfono, Mery sonrió y mientras apagaba su
cigarrillo pensó en el hecho de que Cande hubiese vuelto a ver
a Agus O’Neill. Una vez apagado, se volvió a apoyar en la
cristalera de su precioso despacho y recordó a Bernard. Nunca
se separó de su mujer. No se había dado cuenta de que la
engañaba hasta que una tarde recibió un mensaje en su móvil
que la puso sobre aviso. Descubrió entonces que su amado
Bernard se veía con Claudia, una compañera de ella, y eso la
destrozó.
El fin de su historia con Bernard fue traumático. Y cuando
creía que lo comenzaba a superar, una noche recibió una llamada
de la policía. Al parecer, Bernard y una mujer habían
sufrido un accidente de tráfico y los dos habían muerto. La
policía llamó al teléfono móvil que encontraron en los papeles
del coche. Ella fue la primera en enterarse y, en estado de shock
y con una inmensa sangre fría, llamó al suegro de Bernard para
que se ocupara de todo. Durante dos días no derramó ni una
lágrima. No quería llorar. Pero cuando abrió la puerta de su casa
y aparecieron sus cuatro amigas ante ella, se derrumbó.
Los años pasaron y Mery se dedicó a trabajar y ascender en
Bruselas. En aquel tiempo tuvo una corta historia con un tipo,
pero aquello no acabó bien. Decidió no contar nada a sus amigas.
Las conocía y sabía que no pararían de preguntar. En su
empresa se la conocía como la fiera de la publicidad. Siempre
acertaba en sus campañas. Era fría, calculadora y eficiente, y
nunca, ni por el más mínimo asomo, escapaba nada de su control.
Vestía Armani, Prada, Versace, y pronto empezó a ser
conocida en sociedad como un icono de la moda. Su apariencia
física era impactante. Su pelo negro, corto y engominado se
puso de moda, y con su mirada azul y gélida dejó helado a más
de uno.
Sus amigas hacía años que la habían bautizado como «tempanito
». Y aunque con ellas era cariñosa, con el resto del mundo
se mostraba introvertida e insensible.
El sonido de un bolígrafo al caer al suelo la despertó. Con
rapidez, Mery lo cogió y miró su reloj. Las diez de la mañana.
Tras calcular mentalmente, suspiró al pensar en lo tarde que era
en Toronto. Cande seguiría trabajando. Tras sentarse en su
bonita silla blanca de diseño, miró su agenda. A las diez y cuarto
tenía una reunión a la que no le apetecía acudir. Pero tras
calzarse sus carísimos zapatos de Prada, se levantó y, una vez
cogió su carpeta negra, marchó hacia la sala de reuniones.
Aquel encuentro la agotó. Sus jefes la obligaban a aceptar de
nuevo la campaña Depinie. Se trataba de una adinerada firma
de vinos europeos y californianos. Mery no quería aceptar
aquel trabajo, pero el dueño, Marco Depinie, sentado frente a
ella, dijo que sólo firmaría el contrato si era ella la encargada de
organizar la campaña y crear los catálogos para la subasta californiana.
Al final, cansada de verle la cara a aquel tipo y deseosa
de que la reunión terminara, Mery claudicó y se marchó. A las
seis de la tarde, cuando salió de su despacho, se encontró en el
ascensor con Joel González, un joven ejecutivo con el que Mery
se veía de vez en cuando.

¿Un día complicado? —preguntó éste, pavoneándose como
siempre.

Más bien difícil —contestó aún enfadada. Quería desaparecer
de allí lo antes posible. No le apetecía cruzarse con el señor
Depinie.

El ascensor no llegaba y Joel, soltando el maletín, se miró en
el espejo para colocarse la corbata. Una vez terminó, se volvió
hacia ella y preguntó.

¿Te apetece una copa?

Por el rabillo del ojo, Mery oyó pasos, pero se relajó al ver
que eran dos secretarias, y en tono bajo señaló:

Estoy cansada, Joel —se disculpó—. Otro día.

En ese momento, las secretarias, tras saludarles, se
quedaron esperando el ascensor con ellos mientras charlaban.
Joel, acercándose a ella, dijo atrayendo la atención de todas:

Por cierto, Mery, necesito que veas algo que tengo en mi
despacho. ¿Me acompañas?
Clavando sus fríos ojos sobre él, preguntó:
¿No puedes esperar a mañana, Joel?

Las secretarias les miraron y Joel, en plan encantador,
repuso:

La verdad es que sí. Pero me harías un gran favor si lo
vieras ahora.

Al mirarle a los ojos y sentir el calor que desprendían, con
una pequeña sonrisa asintió:

De acuerdo, vayamos —dijo Mery.

Con paso seguro, Mery comenzó a andar hacia el despacho
de Joel, que la seguía mientras observaba la manera tan sexy de
andar que tenía. Al torcer la esquina, Mery contuvo el aliento.
Sus jefes, junto a Marco Depinie, pasaron a su lado. Depinie la
saludó con una sonrisa falsa, la misma que ella le devolvió. Al
llegar al despacho de Joel, que no se había percatado de la
mirada que habían cruzado Mery y aquel hombre, éste dio un
paso más largo que ella, cogió el pomo de la puerta y con
galantería la abrió, para luego cerrarla tras él. Una vez solos, y
tras dejar ella su maletín en el suelo, Mery se volvió hacia él.

Joel, te agradecería que fueras rápido. Estoy cansada y
quiero irme a casa.

Tras echar el pestillo del despacho y soltar el maletín, él
respondió:

De acuerdo, seré rápido.

Alargando su mano agarró la de ella y la atrajo hacia sí. La
respiración de ambos se cortó durante unos segundos, hasta que
ella sonrió.

Joel, esto es justo lo que hoy NO necesito.

Pero él no la escuchó. La besó. Le mordió los labios y la
arrinconó contra la pared.

No estoy de acuerdo. Creo que esto es lo que necesitas para
relajarte —rió mientras le desabrochaba los botones de la camisa.
Ella se dejó.

Cuando quedó expuesta ante él en sujetador, le susurró.

Quítatelo.

Sin pestañear, ella se lo quitó y Joel se lanzó a succionar y
mordisquear sus pechos. En décimas de segundo consiguió que
los pezones de Mery se pusieran tan duros como su propia
erección. Con los ojos cerrados, Mery disfrutó de aquello,
mientras imaginaba que era la boca caliente de otro y no la de
Joel, la que le mordía y exigía. Sintió cómo le subía la falda y
oyó su exclamación cuando se topó con unas ligas en lugar de
medias y un tentador tanga de raso violeta.

Me encanta ver que te has puesto el tanga que te regalé
susurró el hombre al mirarlo.

Ella asintió. Sin abrir los ojos, se dejó tumbar encima de la
mesa del despacho y que él le abriera las piernas para jugar con
ella a placer. Primero fue su boca la que la inspeccionó, la chupó
y le mordisqueó el clítoris. Mery tuvo que morderse los labios
para no chillar de placer. Después le introdujo un dedo, luego
dos, tres y, cuando ella creyó que iba a explotar, le miró pero no
le vio a él. Sus ojos veían a otro, hasta que Joel habló y su
fantasía acabó.

Joel, ¡para! —exigió ella. Él paró.

Con gesto extraño, Mery se incorporó de la mesa, cerró las
piernas y se levantó. Aquel juego era algo que llevaban practicando
desde hacía meses. Y lo que había sacado en claro era que
lo necesitaba y le gustaba, aunque a veces los recuerdos la torturasen
sin piedad. Joel la miró agacharse para recoger su camisa.
Ambos sabían que su relación se basaba en el sexo, nada
más. Pero él cada día sentía que quería más. Sus encuentros en
cualquier lugar eran salvajes e inesperados. Todo formaba parte
de su juego. Mientras Mery se vestía, sin decir nada, Joel se
acercó a ella y tras besarla en el pelo, murmuró:

Sigo queriendo tomar algo contigo.

Ella le miró. Y con un sentimiento que se hallaba entre la
culpa y la satisfacción, dijo:

Y yo sigo queriendo irme a casa.

Joel no apartó su mirada. Mery había vuelto a meterse en
su cascarón particular.

Entonces, invítame allí —pidió esperanzado.

Otro día.

¡Mery! —exclamó el hombre para llamar su atención—.

No sé qué te pasa con los hombres, pero todos no somos iguales.
Quizá nos parezcamos, pero no somos iguales. —Y para hacerla
sonreír, añadió—: Incluso un tío como yo está dispuesto a hacer
por ti lo que sea.

Al oír aquello, le besó y, separándose de él, contestó mirándole
con sus fríos ojos azules, algo nublados por los recuerdos:

Te creo, Joel. Pero tengo claro que no quiero nada con personas
de tu sexo.

¿Vas a hacerte lesbiana, entonces? —bromeó haciéndola
sonreír.

Abrochándose el último botón de su camisa, se carcajeó
antes de decir:

Quizá me lo tenga que plantear. Nunca se sabe.
Besándola de nuevo, él insistió.

Sólo una copa y te prometo que luego me iré.

Sus miradas se encontraron y, tras tomar su maletín y quitar
el pestillo de seguridad de la puerta para que saliera, ella dijo:

De acuerdo. Sólo una y luego te vas.

Durante el viaje a la casa de Mery, cada uno condujo su
coche. Mery llevaba un precioso BMW Z4 color rojo y Joel, un
Audi TT biplaza negro. Cuando llegaron al Cosmopolitan y
entraron en el espectacular apartamento de ella, tomaron una
primera copa y luego una segunda mientras charlaban y Joel
notaba cómo ella se iba relajando.

Tengo dos entradas para el Théatre Royal de la Monnaie,
el día 24. Representan Madame Butterfly.
Mery le miró y, tras exhalar el humo de su cigarro,
preguntó:

¿Es una invitación?

En toda regla —asintió él, haciéndola sonreír. Tras besarle
en el cuello y pasarle la mano por la mejilla prosiguió—: Mira, te
propongo un fin de semana diferente. Mañana mi hermano
expone sus pinturas en la galería San Humberto. ¿Te apetece
venir conmigo a verlas?

Tenía pensado ir a visitar el Centro Nacional del Cómic.

¿El museo del Tebeo? —Ella asintió—. Estupendo. Mañana
nos levantamos, vamos a la galería San Humberto, visitamos el
museo, y más tarde te invito a comer en Fleur. —Mery sonrió—.
Te aseguro que allí saborearás unos exquisitos
«Fricadellex burxellisex», o lo que es lo mismo, unos filetes a la
plancha con endibias.
Al sentirse mejor, alejada del ambiente de la oficina, Mery
suspiró. Joel era un tipo sexy y encantador. Además, pasar
aquel fin semana acompañada le iría muy bien.

Mmmmm —gimió ella—. Me estás convenciendo.
Joel sonrió al sentir que la coraza de ella volvía a
desaparecer.

¡Genial! —asintió él—.Y para que sea un sábado completo,
por la noche te vienes conmigo a ver Madame Butterfly. Dime
que sí.

Mery se levantó y, sentándose encima de él, le besó.
Cuando pudo despegar sus labios de los de él dijo al notar cómo
su cuerpo reaccionaba:

De acuerdo. Me has convencido. Y ahora, terminemos lo

que habíamos empezado en el despacho.

Continuará....

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La historia de mery es muy bonita.. ni se lo imaginan...

lunes, 10 de agosto de 2015

OLVIDE OLVIDARTE: Capitulo 17


CAPITULO 17

Tras la cena en la que Cande apenas pudo comer, pero sí
beber, Agus la llevó al barrio más antiguo de Seattle, Pionner
Square. Él vivía allí, cosa que hizo que Cande se pusiera tensa.
Pionner Square era un barrio lleno de cafés, tiendas de pintura,
antigüedades y galerías de arte. Tras pasear mirando escaparates
decidieron sentarse a tomar un café, aunque Cande prefirió
una cerveza. Acomodados a una mesa redonda, Agus le
contó que su casera le había explicado que aquel lugar fue un
barrio de mala muerte durante una época, lleno de burdeles y de
gente de mala calaña. Ella, de forma inexplicable para él, sonrió
al escucharle. Lo que Agus no sabía era que ella se sentía feliz
porque estaba encantada de estar con él.
Mientras le escuchaba, Cande pensó en lo diferente que era
aquel hombre en comparación con los demás con los que había
estado. Por su trabajo conocía a mucha gente del mundo de la
farándula y por la relación que mantuvo con su ex, especialista
en deporte, y amiga de muchos deportistas, también se relacionaba
con gente a la que le gustaba la fiesta. Sin embargo,
Agus era todo lo contrario. Le gustaba la paz y la tranquilidad,
y sólo con mirarle cualquiera podía darse cuenta de que las
frivolidades eran lo que menos llamaba su atención.
Una hora después y tras la insistencia de Cande , se fueron a
un local de un amigo de Agus donde se tomaron varias
cervezas. Con todo su autocontrol activado, Agus se contuvo
en más de una ocasión para no besar a Cande. Ella no se podía
imaginar, o eso creía él, las sensaciones que una mujer de treinta
y dos años como ella podía causar en un hombre. Le gustaba
verla reír, pero más aún le gustaba que ella se acercara a él
para decirle algo al oído. Sentirla tan cerca y oler su perfume le
habían embriagado de tal forma, que estuvo tentado un par de
veces de partirles la cara a dos tipos que la miraron cuando ella
fue al servicio.
Desde la barra la miró bailar con su amigo Pedro, el dueño
del local. Mientras unos desconcertantes y extraños celos le carcomían,
tuvo que contenerse para no saltar sobre ella cuando
ésta, divertida o más bien algo achispada, se puso a imitar a
Uma Thurman en Pulp Fiction, bailando para él. La velada se
fue calentando. Y Cande, que no paró de beber cerveza, también.
Aquella muchacha parecía tener un imán para atraer a los
hombres, cosa que a Agus comenzó a molestarle. No podía
hablar tranquilamente con ella sin que alguno de sus amigotes
se le acercara. Al final, cuando Cande no pudo más, la tomó de
la mano de forma posesiva y la sacó del local, dispuesto a
llevarla a su hotel. Una vez fuera, la soltó y comenzó a andar
hacia el aparcamiento.

¿Por qué nos vamos?

Molesto por lo amable que era ella con los demás hombres,
la miró y dijo:

Es tarde. Mañana tengo cosas que hacer.

CAnde, tocándose la cabeza, pensó: «Vaya colocón que llevó
con tanta cerveza». Mientras le seguía hacia el coche, miró su
trasero y volvió a pensar: «Uff, Agus, me gustas tanto que si
tú quisieras pasaríamos una noche maravillosa». En ese
momento, la miró. Parecía como si hubiera estado escuchando
lo que pensaba. Ella, sonrojándose, miró hacia otro lado. Sin
embargo, cuando él dejó de mirarla sonrió.
Agus parecía molesto y su cejo fruncido le gustó. No era un
hombre guapo, era más bien del montón. Pero ese aire intelectual,
su flequillo ladeado y su desgarbado y espigado cuerpo
siempre la habían atraído. Cuando llegaron al coche, Cande en
vez de meterse dentro se apoyó en él. Al ver que él se paraba
frente a ella, dijo sin pensar:

Recuerdas la noche que nos despedimos en Toronto.
Agus, sin pestañear, asintió—. Durante años pensé en ti. En
tu boca, en tu beso y justo cuando creía haberte olvidado, apareces
de nuevo en mi vida.

¿Y? —preguntó Agus levantando una ceja.

Cande se debatía en su interior. Quería decir algo, pero no
se atrevía. «Hazlo. Díselo», apremiaba su lado salvaje. Aunque,
al mismo tiempo, su propia conciencia le suplicaba: «No seas
tonta. Cállate y márchate». Sin embargo, sin poder remediarlo
sus labios hablaron por ella.

Quiero que me beses otra vez.

Al escucharla, Agus sintió un latigazo de deseo pero,
apartando la vista de ella, dijo:

No creo que sea buena idea.

Cande ladeó la cabeza para mirarle. Él le devolvió la
mirada. La deseaba, lo sabía. Se lo decían sus ojos suaves y sus
labios tentadores. Y con una sonrisa seductora que le hizo
temblar, ella le susurró:

Mentiroso. Me deseas tanto como yo a ti.

No quiero besarte, Cande —murmuró apartándose de
ella. Sabía que si seguía un segundo más a su lado, la cogería
entre sus brazos y la devoraría.

Excitada y deseándole con todas sus fuerzas, Cande no se
movió. Continuó apoyada en el coche mientras le veía moverse
de un lado para otro. «¿Qué haría Mery en un caso así?»,
pensó dispuesta a conseguir su propósito. El simple hecho de
cavilar qué haría su amiga la hizo sonreír. En ese momento,
Agus se paró, la miró y para su sorpresa, fue hacia ella y la
besó. Le tomó los labios y, con una morbosa exigencia que hizo
a Shanna temblar, devoró su boca con un beso abrasador, asolador.
Ella, al sentir cómo la apretaba contra él, soltó un suave
gemido de placer, que retumbó en los oídos de Agus. Sin
importarle dónde estaban, él le cogió de las muñecas y con un
movimiento la posó sobre el coche. Ella, al verse de aquella
guisa, se excitó aún más. Como un lobo hambriento, Agus
bajó su mano hasta el trasero de ella y subiéndole la falda la
metió debajo mientras ella, con un gemido, le invitaba a continuar.
Sin embargo, él, consciente de que aquella mujer era
Cande y de que estaban en un aparcamiento, susurró:

Debemos parar. Estás bebida y mañana te arrepentirás.
Cande le miró y, loca de deseo por él, murmuró:

No me arrepentiré, Agus —imploró contra sus labios—.
Soy mayorcita y sé lo que hago. Te deseo y necesito que continúes,
porque si no lo haces te juro que te odiaré el resto de mis
días.

Aquello fue demasiado para Agus, que tras un ronco
gruñido, la cogió por la cintura, la llevó hasta el capó del coche y
la sentó. Ella sonrió al notar su excitación y agarrando el cinturón
de él lo desabrochó. Mientras él, a través de su ropa,
mordisqueaba su pezón. Cande se movió y se subió el vestido.
Invitándole a continuar, abrió los muslos y lo tentó. Incapaz de
rechazarla, George posó sus manos en sus piernas y cuando
éstas subieron hasta tocar su ropa interior ella se estremeció. Al
posar su mano entre sus piernas, Agus comprobó lo húmeda y
caliente que estaba.

No, no pares, Agus.

No, Cande, no pararé, cariño —susurró bajándose la
cremallera de su pantalón.

Con un temblor de excitación en la barbilla, Cande le miró.
Y al ver la dura erección de él en su mano, se abrió los labios de
su sexo y deslizándose hacia el borde del coche se ofreció a él.
Agus, abandonando todos sus principios, posó la punta de su
pene justo donde ella quería y sujetándola por las caderas la
atrajo hacia sí para, de un fuerte y certero empellón, penetrarla.
Ella explotó de placer. Enloquecida, le besó y gimió su nombre
mientras se abría para él. Agus, sin importarle nada excepto
que era Cande a quien estaba poseyendo, la tomó con un deseo
hasta el momento desconocido. Disfrutó cada segundo de ella,
hasta que al oírla jadear y sacudirse, supo que se dejaba ir. En
ese momento, sudoroso y embrutecido, Agus la tumbó sobre
el capó, le levantó las piernas y, sujetándola de las caderas,
bombeó una y otra vez, hasta que un sonido gutural salió de él y,
agotado, cayó sobre ella.
Pasados unos minutos en los que los latidos de ambos se
regularizaron, Agus se incorporó y, tras subirse los pantalones,
se encontró con la mirada turbadora de Cande . Sin
pensar absolutamente nada, la besó con ternura.

Menudo numerito hemos montado —sonrió Cande bajándose
del capó del coche.

Agus no respondió. Se limitó a sonreír, sin poder creer que
hubieran hecho algo así.

Cande, creo… Creo que no es buena idea que entre nosotros
vuelva a ocurrir esto —susurró Agus mientras la
miraba—. Eres una buena amiga, y te quiero demasiado como
para perder tu amistad.

Ella asintió. Agus tenía razón. Aquello era una locura. Y
con la mejor de sus sonrisas y la cabeza fría, le miró y en un
tono indiferente que le dejó impactado, ella contestó:

Lo sé, Agus. Pero creo que ha sido inevitable. Siempre
me he sentido atraída por ti. —Y clavando sus ojos en él murmuró—:
Pero tranquilo, lo que acabamos de hacer no ha significado
nada. Sólo ha sido sexo, nada más.

Agus intentó decir algo pero las palabras morían en su
garganta. Cande , deseosa de salir de aquella extraña situación,
le cogió del brazo y como si no hubiera pasado nada dijo para su
sorpresa:

Vayamos a tomar algo. Tengo una sed que me muero.

Las dos horas siguientes las pasaron sentados en un local.
Cande intentó con todas sus fuerzas no pensar en cómo él la
miraba. Asustada por la intensidad de sus ojos, se inventó una
estrafalaria vida repleta de amantes y fiestas, mientras él, que
no se creía nada, la escuchaba con gesto serio. Ninguno de los
dos volvió a mencionar lo ocurrido. Eso no volvería a pasar.
Sobre las cinco de la madrugada regresaron al aparcamiento,
aunque esta vez lo suficientemente alejados el uno del otro.
Cuando se montaron en el coche, agus la miró y, tras
pensárselo y con su gesto serio, dijo:

Te llevaré a tu hotel.

No.

¿No? —preguntó sorprendido.

Cande no quería alejarse de él. Sabía por su mirada y por
las mentiras que le había contado que él no querría volver a
verla nunca más. Y aprovechando aquellos últimos instantes en
su compañía, le miró y murmuró con gesto desconcertante:

Mira, Agus, necesito ir con urgencia al servicio y mi
hotel está demasiado lejos. Llévame a tu casa, por favor, o las
cataratas del Niágara en comparación con lo que puede salir de
mí, no serán nada.
Agus tuvo que sonreír. Al ver su cara de circunstancias
arrancó el coche y en menos de cinco minutos se plantaron
frente a su casa. Ya en la puerta, era tal la urgencia de ella por ir
al servicio que a él se le caían las llaves por las prisas. Una vez
dentro, Agus le indicó con rapidez dónde estaba el aseo y
Cande corrió hasta él. Un par de segundos después, Agus oyó
un fuerte suspiro de alivio y volvió a sonreír.
En el cuarto de baño, Cande se miró al espejo y pensó:
«¿Qué has hecho, insensata?». Pero tras darse de cabezazos
contra el alicatado azul de la pared, asumió que ya no había
marcha atrás. Tras arreglarse el cabello y suspirar, abrió la
puerta del baño y, al entrar en el salón, encontró a Agus mirando
por la ventana. En ese momento, él se volvió y la observó.
Durante unos segundos se miraron a los ojos, y cuando Agus
le tendió la mano, ella fue hacia él sin dudarlo ni un segundo. Se
abrazaron y, de manera inevitable, se besaron. Segundos después,
Agus la cogió en brazos y la llevó a su cama. Allí, en la
intimidad de su casa y de su habitación, le hizo pausadamente el
amor.
A las dos de la tarde Cande se despertó en la cama de
Agus, con un terrible dolor de cabeza. Le vio dormido, boca
abajo, a su lado y sonrió. «¡Qué mono es!», pensó. Pero acto
seguido suspiró al darse cuenta del gran error cometido. Tras
maldecir en silencio se levantó con sigilo, cogió su móvil, lo
encendió, se metió en el baño y llamó a su compañero Luis, que
con toda seguridad la estaría buscando. Al oír su voz, éste se
tranquilizó y quedó con ella en el aeropuerto de Seattle,
Tacoma, a las cinco de la tarde. A las seis salía un vuelo directo a
Toronto.
A las dos y diez Cande pensó en llamar a alguna de sus amigas.
Necesitaba hablar con alguien y desahogarse. Al final
decidió darse una ducha para aclararse las ideas. No quería
pensar en lo ocurrido, aunque le resultaba inevitable. Su piel
aún olía a Agus, y al recordar cómo él la miraba mientras le
hacía el amor gimió como una tonta. Cuando se duchó, volvió a
ponerse la ropa del día anterior. Tras salir de la ducha se sorprendió
al ver a Agus sentado en la cama, con el pelo revuelto
y gesto serio y pesaroso. Eso la asustó. Con la luz del día, todo se
veía de manera diferente, y acercándose a él dijo:

Gracias por haber dejado que durmiera en tu cama.

Él, con gesto adusto, asintió y levantándose para separarse
de ella, pues sus instintos le gritaban que la tomara y la tumbara
en la cama, murmuró:

Aquí estará para cuando la necesites.

Al ver las arrugas de su frente, cande entendió que no
estaba contento con lo ocurrido. Acercándose de nuevo a él dijo:

Sobre lo de ayer… yo…

Pero él no la dejó terminar. Había asumido que él era uno de
tantos y, encarándose a ella con voz dura, aclaró:

Como dijiste ayer, lo ocurrido no ha sido nada. Sólo sexo.
Cande asintió y sintió la frialdad en sus palabras. Le hubiera
gustado gritarle que no era cierto, que todo lo que le había
contado eran mentiras. Sin embargo, fue incapaz de hacerlo y
calló. Media hora después, sin apenas dirigirle la palabra, la
llevó hasta su hotel. Allí ella recogió su equipaje y desde ese
lugar se dirigieron al aeropuerto en silencio.

Allí está Luis —dijo Cande al ver a su compañero, que
levantaba los brazos.

Perfecto —asintió él.

Bajándose del coche, Agus abrió el maletero y sacó el
equipaje de Cande. Sin apenas mirarla a los ojos, dijo:

Que tengas un buen viaje, cande. Me ha encantado volver
a verte. —Y mirándola con aspereza, concluyó—: Espero que
seas muy feliz con la vida que has elegido.

Perfecto —pudo murmurar ella con la lengua pegada al
paladar.

Agus, contrariado por sus sentimientos y sin decir nada, se
montó en su coche y se marchó. Una hora después, en el avión,
Cande miraba por la ventanilla mientras hacía grandes
esfuerzos por no llorar. Luis se dio cuenta de cómo estaba, pero
pensó que era por la noticia del jugador de waterpolo que había

salido en el New York Times. La abrazó y, cuando las lágrimas

Continuará...
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@lalitter08