CAPITULO 17
Tras
la cena en la que Cande apenas pudo comer, pero sí
beber,
Agus la llevó al barrio más antiguo de Seattle, Pionner
Square.
Él vivía allí, cosa que hizo que Cande se pusiera tensa.
Pionner
Square era un barrio lleno de cafés, tiendas de pintura,
antigüedades
y galerías de arte. Tras pasear mirando escaparates
decidieron
sentarse a tomar un café, aunque Cande prefirió
una
cerveza. Acomodados a una mesa redonda, Agus le
contó
que su casera le había explicado que aquel lugar fue un
barrio
de mala muerte durante una época, lleno de burdeles y de
gente
de mala calaña. Ella, de forma inexplicable para él, sonrió
al
escucharle. Lo que Agus no sabía era que ella se sentía feliz
porque
estaba encantada de estar con él.
Mientras
le escuchaba, Cande pensó en lo diferente que era
aquel
hombre en comparación con los demás con los que había
estado.
Por su trabajo conocía a mucha gente del mundo de la
farándula
y por la relación que mantuvo con su ex, especialista
en
deporte, y amiga de muchos deportistas, también se relacionaba
con
gente a la que le gustaba la fiesta. Sin embargo,
Agus
era todo lo contrario. Le gustaba la paz y la tranquilidad,
y
sólo con mirarle cualquiera podía darse cuenta de que las
frivolidades
eran lo que menos llamaba su atención.
Una
hora después y tras la insistencia de Cande , se fueron a
un
local de un amigo de Agus donde se tomaron varias
cervezas.
Con todo su autocontrol activado, Agus se contuvo
en
más de una ocasión para no besar a Cande. Ella no se podía
imaginar,
o eso creía él, las sensaciones que una mujer de treinta
y
dos años como ella podía causar en un hombre. Le gustaba
verla
reír, pero más aún le gustaba que ella se acercara a él
para
decirle algo al oído. Sentirla tan cerca y oler su perfume le
habían
embriagado de tal forma, que estuvo tentado un par de
veces
de partirles la cara a dos tipos que la miraron cuando ella
fue
al servicio.
Desde
la barra la miró bailar con su amigo Pedro, el dueño
del
local. Mientras unos desconcertantes y extraños celos le carcomían,
tuvo
que contenerse para no saltar sobre ella cuando
ésta,
divertida o más bien algo achispada, se puso a imitar a
Uma
Thurman en Pulp Fiction, bailando para él. La velada se
fue
calentando. Y Cande, que no paró de beber cerveza, también.
Aquella
muchacha parecía tener un imán para atraer a los
hombres,
cosa que a Agus comenzó a molestarle. No podía
hablar
tranquilamente con ella sin que alguno de sus amigotes
se
le acercara. Al final, cuando Cande no pudo más, la tomó de
la
mano de forma posesiva y la sacó del local, dispuesto a
llevarla
a su hotel. Una vez fuera, la soltó y comenzó a andar
hacia
el aparcamiento.
—¿Por
qué nos vamos?
Molesto
por lo amable que era ella con los demás hombres,
la
miró y dijo:
—Es
tarde. Mañana tengo cosas que hacer.
CAnde,
tocándose la cabeza, pensó: «Vaya colocón que llevó
con
tanta cerveza». Mientras le seguía hacia el coche, miró su
trasero
y volvió a pensar: «Uff, Agus, me gustas tanto que si
tú
quisieras pasaríamos una noche maravillosa». En ese
momento,
la miró. Parecía como si hubiera estado escuchando
lo
que pensaba. Ella, sonrojándose, miró hacia otro lado. Sin
embargo,
cuando él dejó de mirarla sonrió.
Agus
parecía molesto y su cejo fruncido le gustó. No era un
hombre
guapo, era más bien del montón. Pero ese aire intelectual,
su
flequillo ladeado y su desgarbado y espigado cuerpo
siempre
la habían atraído. Cuando llegaron al coche, Cande en
vez
de meterse dentro se apoyó en él. Al ver que él se paraba
frente
a ella, dijo sin pensar:
—Recuerdas
la noche que nos despedimos en Toronto.
—Agus,
sin pestañear, asintió—. Durante años pensé en ti. En
tu
boca, en tu beso y justo cuando creía haberte olvidado, apareces
de
nuevo en mi vida.
—¿Y?
—preguntó Agus levantando una ceja.
Cande
se debatía en su interior. Quería decir algo, pero no
se
atrevía. «Hazlo. Díselo», apremiaba su lado salvaje.
Aunque,
al
mismo tiempo, su propia conciencia le suplicaba: «No seas
tonta.
Cállate y márchate». Sin embargo, sin poder remediarlo
sus
labios hablaron por ella.
—Quiero
que me beses otra vez.
Al
escucharla, Agus sintió un latigazo de deseo pero,
apartando
la vista de ella, dijo:
—No
creo que sea buena idea.
Cande
ladeó la cabeza para mirarle. Él le devolvió la
mirada.
La deseaba, lo sabía. Se lo decían sus ojos suaves y sus
labios
tentadores. Y con una sonrisa seductora que le hizo
temblar,
ella le susurró:
—Mentiroso.
Me deseas tanto como yo a ti.
—No
quiero besarte, Cande —murmuró apartándose de
ella.
Sabía que si seguía un segundo más a su lado, la cogería
entre
sus brazos y la devoraría.
Excitada
y deseándole con todas sus fuerzas, Cande no se
movió.
Continuó apoyada en el coche mientras le veía moverse
de
un lado para otro. «¿Qué haría Mery en un caso así?»,
pensó
dispuesta a conseguir su propósito. El simple hecho de
cavilar
qué haría su amiga la hizo sonreír. En ese momento,
Agus
se paró, la miró y para su sorpresa, fue hacia ella y la
besó.
Le tomó los labios y, con una morbosa exigencia que hizo
a
Shanna temblar, devoró su boca con un beso abrasador, asolador.
Ella,
al sentir cómo la apretaba contra él, soltó un suave
gemido
de placer, que retumbó en los oídos de Agus. Sin
importarle
dónde estaban, él le cogió de las muñecas y con un
movimiento
la posó sobre el coche. Ella, al verse de aquella
guisa,
se excitó aún más. Como un lobo hambriento, Agus
bajó
su mano hasta el trasero de ella y subiéndole la falda la
metió
debajo mientras ella, con un gemido, le invitaba a continuar.
Sin
embargo, él, consciente de que aquella mujer era
Cande
y de que estaban en un aparcamiento, susurró:
—Debemos
parar. Estás bebida y mañana te arrepentirás.
Cande
le miró y, loca de deseo por él, murmuró:
—No
me arrepentiré, Agus —imploró contra sus labios—.
Soy
mayorcita y sé lo que hago. Te deseo y necesito que continúes,
porque
si no lo haces te juro que te odiaré el resto de mis
días.
Aquello
fue demasiado para Agus, que tras un ronco
gruñido,
la cogió por la cintura, la llevó hasta el capó del coche y
la
sentó. Ella sonrió al notar su excitación y agarrando el cinturón
de
él lo desabrochó. Mientras él, a través de su ropa,
mordisqueaba
su pezón. Cande se movió y se subió el vestido.
Invitándole
a continuar, abrió los muslos y lo tentó. Incapaz de
rechazarla,
George posó sus manos en sus piernas y cuando
éstas
subieron hasta tocar su ropa interior ella se estremeció. Al
posar
su mano entre sus piernas, Agus comprobó lo húmeda y
caliente
que estaba.
—No,
no pares, Agus.
—No,
Cande, no pararé, cariño —susurró bajándose la
cremallera
de su pantalón.
Con
un temblor de excitación en la barbilla, Cande le miró.
Y
al ver la dura erección de él en su mano, se abrió los labios de
su
sexo y deslizándose hacia el borde del coche se ofreció a él.
Agus,
abandonando todos sus principios, posó la punta de su
pene
justo donde ella quería y sujetándola por las caderas la
atrajo
hacia sí para, de un fuerte y certero empellón, penetrarla.
Ella
explotó de placer. Enloquecida, le besó y gimió su nombre
mientras
se abría para él. Agus, sin importarle nada excepto
que
era Cande a quien estaba poseyendo, la tomó con un deseo
hasta
el momento desconocido. Disfrutó cada segundo de ella,
hasta
que al oírla jadear y sacudirse, supo que se dejaba ir. En
ese
momento, sudoroso y embrutecido, Agus la tumbó sobre
el
capó, le levantó las piernas y, sujetándola de las caderas,
bombeó
una y otra vez, hasta que un sonido gutural salió de él y,
agotado,
cayó sobre ella.
Pasados
unos minutos en los que los latidos de ambos se
regularizaron,
Agus se incorporó y, tras subirse los pantalones,
se
encontró con la mirada turbadora de Cande . Sin
pensar
absolutamente nada, la besó con ternura.
—Menudo
numerito hemos montado —sonrió Cande bajándose
del
capó del coche.
Agus
no respondió. Se limitó a sonreír, sin poder creer que
hubieran
hecho algo así.
—Cande,
creo… Creo que no es buena idea que entre nosotros
vuelva
a ocurrir esto —susurró Agus mientras la
miraba—.
Eres una buena amiga, y te quiero demasiado como
para
perder tu amistad.
Ella
asintió. Agus tenía razón. Aquello era una locura. Y
con
la mejor de sus sonrisas y la cabeza fría, le miró y en un
tono
indiferente que le dejó impactado, ella contestó:
—Lo
sé, Agus. Pero creo que ha sido inevitable. Siempre
me
he sentido atraída por ti. —Y clavando sus ojos en él murmuró—:
Pero
tranquilo, lo que acabamos de hacer no ha significado
nada.
Sólo ha sido sexo, nada más.
Agus
intentó decir algo pero las palabras morían en su
garganta.
Cande , deseosa de salir de aquella extraña situación,
le
cogió del brazo y como si no hubiera pasado nada dijo para su
sorpresa:
—Vayamos
a tomar algo. Tengo una sed que me muero.
Las
dos horas siguientes las pasaron sentados en un local.
Cande
intentó con todas sus fuerzas no pensar en cómo él la
miraba.
Asustada por la intensidad de sus ojos, se inventó una
estrafalaria
vida repleta de amantes y fiestas, mientras él, que
no
se creía nada, la escuchaba con gesto serio. Ninguno de los
dos
volvió a mencionar lo ocurrido. Eso no volvería a pasar.
Sobre
las cinco de la madrugada regresaron al aparcamiento,
aunque
esta vez lo suficientemente alejados el uno del otro.
Cuando
se montaron en el coche, agus la miró y, tras
pensárselo
y con su gesto serio, dijo:
—Te
llevaré a tu hotel.
—No.
—¿No?
—preguntó sorprendido.
Cande
no quería alejarse de él. Sabía por su mirada y por
las
mentiras que le había contado que él no querría volver a
verla
nunca más. Y aprovechando aquellos últimos instantes en
su
compañía, le miró y murmuró con gesto desconcertante:
—Mira,
Agus, necesito ir con urgencia al servicio y mi
hotel
está demasiado lejos. Llévame a tu casa, por favor, o las
cataratas
del Niágara en comparación con lo que puede salir de
mí,
no serán nada.
Agus
tuvo que sonreír. Al ver su cara de circunstancias
arrancó
el coche y en menos de cinco minutos se plantaron
frente
a su casa. Ya en la puerta, era tal la urgencia de ella por ir
al
servicio que a él se le caían las llaves por las prisas. Una vez
dentro,
Agus le indicó con rapidez dónde estaba el aseo y
Cande
corrió hasta él. Un par de segundos después, Agus oyó
un
fuerte suspiro de alivio y volvió a sonreír.
En
el cuarto de baño, Cande se miró al espejo y pensó:
«¿Qué
has hecho, insensata?». Pero tras darse de cabezazos
contra
el alicatado azul de la pared, asumió que ya no había
marcha
atrás. Tras arreglarse el cabello y suspirar, abrió la
puerta
del baño y, al entrar en el salón, encontró a Agus mirando
por
la ventana. En ese momento, él se volvió y la observó.
Durante
unos segundos se miraron a los ojos, y cuando Agus
le
tendió la mano, ella fue hacia él sin dudarlo ni un segundo. Se
abrazaron
y, de manera inevitable, se besaron. Segundos después,
Agus
la cogió en brazos y la llevó a su cama. Allí, en la
intimidad
de su casa y de su habitación, le hizo pausadamente el
amor.
A
las dos de la tarde Cande se despertó en la cama de
Agus,
con un terrible dolor de cabeza. Le vio dormido, boca
abajo,
a su lado y sonrió. «¡Qué mono es!», pensó. Pero acto
seguido
suspiró al darse cuenta del gran error cometido. Tras
maldecir
en silencio se levantó con sigilo, cogió su móvil, lo
encendió,
se metió en el baño y llamó a su compañero Luis, que
con
toda seguridad la estaría buscando. Al oír su voz, éste se
tranquilizó
y quedó con ella en el aeropuerto de Seattle,
Tacoma,
a las cinco de la tarde. A las seis salía un vuelo directo a
Toronto.
A
las dos y diez Cande pensó en llamar a alguna de sus amigas.
Necesitaba
hablar con alguien y desahogarse. Al final
decidió
darse una ducha para aclararse las ideas. No quería
pensar
en lo ocurrido, aunque le resultaba inevitable. Su piel
aún
olía a Agus, y al recordar cómo él la miraba mientras le
hacía
el amor gimió como una tonta. Cuando se duchó, volvió a
ponerse
la ropa del día anterior. Tras salir de la ducha se sorprendió
al
ver a Agus sentado en la cama, con el pelo revuelto
y
gesto serio y pesaroso. Eso la asustó. Con la luz del día, todo se
veía
de manera diferente, y acercándose a él dijo:
—Gracias
por haber dejado que durmiera en tu cama.
Él,
con gesto adusto, asintió y levantándose para separarse
de
ella, pues sus instintos le gritaban que la tomara y la tumbara
en
la cama, murmuró:
—Aquí
estará para cuando la necesites.
Al
ver las arrugas de su frente, cande entendió que no
estaba
contento con lo ocurrido. Acercándose de nuevo a él dijo:
—Sobre
lo de ayer… yo…
Pero
él no la dejó terminar. Había asumido que él era uno de
tantos
y, encarándose a ella con voz dura, aclaró:
—Como
dijiste ayer, lo ocurrido no ha sido nada. Sólo sexo.
Cande
asintió y sintió la frialdad en sus palabras. Le hubiera
gustado
gritarle que no era cierto, que todo lo que le había
contado
eran mentiras. Sin embargo, fue incapaz de hacerlo y
calló.
Media hora después, sin apenas dirigirle la palabra, la
llevó
hasta su hotel. Allí ella recogió su equipaje y desde ese
lugar
se dirigieron al aeropuerto en silencio.
—Allí
está Luis —dijo Cande al ver a su compañero, que
levantaba
los brazos.
—Perfecto
—asintió él.
Bajándose
del coche, Agus abrió el maletero y sacó el
equipaje
de Cande. Sin apenas mirarla a los ojos, dijo:
—Que
tengas un buen viaje, cande. Me ha encantado volver
a
verte. —Y mirándola con aspereza, concluyó—: Espero que
seas
muy feliz con la vida que has elegido.
—Perfecto
—pudo murmurar ella con la lengua pegada al
paladar.
Agus,
contrariado por sus sentimientos y sin decir nada, se
montó
en su coche y se marchó. Una hora después, en el avión,
Cande
miraba por la ventanilla mientras hacía grandes
esfuerzos
por no llorar. Luis se dio cuenta de cómo estaba, pero
pensó
que era por la noticia del jugador de waterpolo que había
salido
en el New York Times. La abrazó y, cuando las lágrimas
Continuará...
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@lalitter08
:( subí mas
ResponderEliminarX no ser sinceros y decir lo k les pasa...se vuelven a separar.
ResponderEliminarOtroooo, son dos tontuelos!!
ResponderEliminarVuelve a subir mas
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