lunes, 10 de agosto de 2015

OLVIDE OLVIDARTE: Capitulo 17


CAPITULO 17

Tras la cena en la que Cande apenas pudo comer, pero sí
beber, Agus la llevó al barrio más antiguo de Seattle, Pionner
Square. Él vivía allí, cosa que hizo que Cande se pusiera tensa.
Pionner Square era un barrio lleno de cafés, tiendas de pintura,
antigüedades y galerías de arte. Tras pasear mirando escaparates
decidieron sentarse a tomar un café, aunque Cande prefirió
una cerveza. Acomodados a una mesa redonda, Agus le
contó que su casera le había explicado que aquel lugar fue un
barrio de mala muerte durante una época, lleno de burdeles y de
gente de mala calaña. Ella, de forma inexplicable para él, sonrió
al escucharle. Lo que Agus no sabía era que ella se sentía feliz
porque estaba encantada de estar con él.
Mientras le escuchaba, Cande pensó en lo diferente que era
aquel hombre en comparación con los demás con los que había
estado. Por su trabajo conocía a mucha gente del mundo de la
farándula y por la relación que mantuvo con su ex, especialista
en deporte, y amiga de muchos deportistas, también se relacionaba
con gente a la que le gustaba la fiesta. Sin embargo,
Agus era todo lo contrario. Le gustaba la paz y la tranquilidad,
y sólo con mirarle cualquiera podía darse cuenta de que las
frivolidades eran lo que menos llamaba su atención.
Una hora después y tras la insistencia de Cande , se fueron a
un local de un amigo de Agus donde se tomaron varias
cervezas. Con todo su autocontrol activado, Agus se contuvo
en más de una ocasión para no besar a Cande. Ella no se podía
imaginar, o eso creía él, las sensaciones que una mujer de treinta
y dos años como ella podía causar en un hombre. Le gustaba
verla reír, pero más aún le gustaba que ella se acercara a él
para decirle algo al oído. Sentirla tan cerca y oler su perfume le
habían embriagado de tal forma, que estuvo tentado un par de
veces de partirles la cara a dos tipos que la miraron cuando ella
fue al servicio.
Desde la barra la miró bailar con su amigo Pedro, el dueño
del local. Mientras unos desconcertantes y extraños celos le carcomían,
tuvo que contenerse para no saltar sobre ella cuando
ésta, divertida o más bien algo achispada, se puso a imitar a
Uma Thurman en Pulp Fiction, bailando para él. La velada se
fue calentando. Y Cande, que no paró de beber cerveza, también.
Aquella muchacha parecía tener un imán para atraer a los
hombres, cosa que a Agus comenzó a molestarle. No podía
hablar tranquilamente con ella sin que alguno de sus amigotes
se le acercara. Al final, cuando Cande no pudo más, la tomó de
la mano de forma posesiva y la sacó del local, dispuesto a
llevarla a su hotel. Una vez fuera, la soltó y comenzó a andar
hacia el aparcamiento.

¿Por qué nos vamos?

Molesto por lo amable que era ella con los demás hombres,
la miró y dijo:

Es tarde. Mañana tengo cosas que hacer.

CAnde, tocándose la cabeza, pensó: «Vaya colocón que llevó
con tanta cerveza». Mientras le seguía hacia el coche, miró su
trasero y volvió a pensar: «Uff, Agus, me gustas tanto que si
tú quisieras pasaríamos una noche maravillosa». En ese
momento, la miró. Parecía como si hubiera estado escuchando
lo que pensaba. Ella, sonrojándose, miró hacia otro lado. Sin
embargo, cuando él dejó de mirarla sonrió.
Agus parecía molesto y su cejo fruncido le gustó. No era un
hombre guapo, era más bien del montón. Pero ese aire intelectual,
su flequillo ladeado y su desgarbado y espigado cuerpo
siempre la habían atraído. Cuando llegaron al coche, Cande en
vez de meterse dentro se apoyó en él. Al ver que él se paraba
frente a ella, dijo sin pensar:

Recuerdas la noche que nos despedimos en Toronto.
Agus, sin pestañear, asintió—. Durante años pensé en ti. En
tu boca, en tu beso y justo cuando creía haberte olvidado, apareces
de nuevo en mi vida.

¿Y? —preguntó Agus levantando una ceja.

Cande se debatía en su interior. Quería decir algo, pero no
se atrevía. «Hazlo. Díselo», apremiaba su lado salvaje. Aunque,
al mismo tiempo, su propia conciencia le suplicaba: «No seas
tonta. Cállate y márchate». Sin embargo, sin poder remediarlo
sus labios hablaron por ella.

Quiero que me beses otra vez.

Al escucharla, Agus sintió un latigazo de deseo pero,
apartando la vista de ella, dijo:

No creo que sea buena idea.

Cande ladeó la cabeza para mirarle. Él le devolvió la
mirada. La deseaba, lo sabía. Se lo decían sus ojos suaves y sus
labios tentadores. Y con una sonrisa seductora que le hizo
temblar, ella le susurró:

Mentiroso. Me deseas tanto como yo a ti.

No quiero besarte, Cande —murmuró apartándose de
ella. Sabía que si seguía un segundo más a su lado, la cogería
entre sus brazos y la devoraría.

Excitada y deseándole con todas sus fuerzas, Cande no se
movió. Continuó apoyada en el coche mientras le veía moverse
de un lado para otro. «¿Qué haría Mery en un caso así?»,
pensó dispuesta a conseguir su propósito. El simple hecho de
cavilar qué haría su amiga la hizo sonreír. En ese momento,
Agus se paró, la miró y para su sorpresa, fue hacia ella y la
besó. Le tomó los labios y, con una morbosa exigencia que hizo
a Shanna temblar, devoró su boca con un beso abrasador, asolador.
Ella, al sentir cómo la apretaba contra él, soltó un suave
gemido de placer, que retumbó en los oídos de Agus. Sin
importarle dónde estaban, él le cogió de las muñecas y con un
movimiento la posó sobre el coche. Ella, al verse de aquella
guisa, se excitó aún más. Como un lobo hambriento, Agus
bajó su mano hasta el trasero de ella y subiéndole la falda la
metió debajo mientras ella, con un gemido, le invitaba a continuar.
Sin embargo, él, consciente de que aquella mujer era
Cande y de que estaban en un aparcamiento, susurró:

Debemos parar. Estás bebida y mañana te arrepentirás.
Cande le miró y, loca de deseo por él, murmuró:

No me arrepentiré, Agus —imploró contra sus labios—.
Soy mayorcita y sé lo que hago. Te deseo y necesito que continúes,
porque si no lo haces te juro que te odiaré el resto de mis
días.

Aquello fue demasiado para Agus, que tras un ronco
gruñido, la cogió por la cintura, la llevó hasta el capó del coche y
la sentó. Ella sonrió al notar su excitación y agarrando el cinturón
de él lo desabrochó. Mientras él, a través de su ropa,
mordisqueaba su pezón. Cande se movió y se subió el vestido.
Invitándole a continuar, abrió los muslos y lo tentó. Incapaz de
rechazarla, George posó sus manos en sus piernas y cuando
éstas subieron hasta tocar su ropa interior ella se estremeció. Al
posar su mano entre sus piernas, Agus comprobó lo húmeda y
caliente que estaba.

No, no pares, Agus.

No, Cande, no pararé, cariño —susurró bajándose la
cremallera de su pantalón.

Con un temblor de excitación en la barbilla, Cande le miró.
Y al ver la dura erección de él en su mano, se abrió los labios de
su sexo y deslizándose hacia el borde del coche se ofreció a él.
Agus, abandonando todos sus principios, posó la punta de su
pene justo donde ella quería y sujetándola por las caderas la
atrajo hacia sí para, de un fuerte y certero empellón, penetrarla.
Ella explotó de placer. Enloquecida, le besó y gimió su nombre
mientras se abría para él. Agus, sin importarle nada excepto
que era Cande a quien estaba poseyendo, la tomó con un deseo
hasta el momento desconocido. Disfrutó cada segundo de ella,
hasta que al oírla jadear y sacudirse, supo que se dejaba ir. En
ese momento, sudoroso y embrutecido, Agus la tumbó sobre
el capó, le levantó las piernas y, sujetándola de las caderas,
bombeó una y otra vez, hasta que un sonido gutural salió de él y,
agotado, cayó sobre ella.
Pasados unos minutos en los que los latidos de ambos se
regularizaron, Agus se incorporó y, tras subirse los pantalones,
se encontró con la mirada turbadora de Cande . Sin
pensar absolutamente nada, la besó con ternura.

Menudo numerito hemos montado —sonrió Cande bajándose
del capó del coche.

Agus no respondió. Se limitó a sonreír, sin poder creer que
hubieran hecho algo así.

Cande, creo… Creo que no es buena idea que entre nosotros
vuelva a ocurrir esto —susurró Agus mientras la
miraba—. Eres una buena amiga, y te quiero demasiado como
para perder tu amistad.

Ella asintió. Agus tenía razón. Aquello era una locura. Y
con la mejor de sus sonrisas y la cabeza fría, le miró y en un
tono indiferente que le dejó impactado, ella contestó:

Lo sé, Agus. Pero creo que ha sido inevitable. Siempre
me he sentido atraída por ti. —Y clavando sus ojos en él murmuró—:
Pero tranquilo, lo que acabamos de hacer no ha significado
nada. Sólo ha sido sexo, nada más.

Agus intentó decir algo pero las palabras morían en su
garganta. Cande , deseosa de salir de aquella extraña situación,
le cogió del brazo y como si no hubiera pasado nada dijo para su
sorpresa:

Vayamos a tomar algo. Tengo una sed que me muero.

Las dos horas siguientes las pasaron sentados en un local.
Cande intentó con todas sus fuerzas no pensar en cómo él la
miraba. Asustada por la intensidad de sus ojos, se inventó una
estrafalaria vida repleta de amantes y fiestas, mientras él, que
no se creía nada, la escuchaba con gesto serio. Ninguno de los
dos volvió a mencionar lo ocurrido. Eso no volvería a pasar.
Sobre las cinco de la madrugada regresaron al aparcamiento,
aunque esta vez lo suficientemente alejados el uno del otro.
Cuando se montaron en el coche, agus la miró y, tras
pensárselo y con su gesto serio, dijo:

Te llevaré a tu hotel.

No.

¿No? —preguntó sorprendido.

Cande no quería alejarse de él. Sabía por su mirada y por
las mentiras que le había contado que él no querría volver a
verla nunca más. Y aprovechando aquellos últimos instantes en
su compañía, le miró y murmuró con gesto desconcertante:

Mira, Agus, necesito ir con urgencia al servicio y mi
hotel está demasiado lejos. Llévame a tu casa, por favor, o las
cataratas del Niágara en comparación con lo que puede salir de
mí, no serán nada.
Agus tuvo que sonreír. Al ver su cara de circunstancias
arrancó el coche y en menos de cinco minutos se plantaron
frente a su casa. Ya en la puerta, era tal la urgencia de ella por ir
al servicio que a él se le caían las llaves por las prisas. Una vez
dentro, Agus le indicó con rapidez dónde estaba el aseo y
Cande corrió hasta él. Un par de segundos después, Agus oyó
un fuerte suspiro de alivio y volvió a sonreír.
En el cuarto de baño, Cande se miró al espejo y pensó:
«¿Qué has hecho, insensata?». Pero tras darse de cabezazos
contra el alicatado azul de la pared, asumió que ya no había
marcha atrás. Tras arreglarse el cabello y suspirar, abrió la
puerta del baño y, al entrar en el salón, encontró a Agus mirando
por la ventana. En ese momento, él se volvió y la observó.
Durante unos segundos se miraron a los ojos, y cuando Agus
le tendió la mano, ella fue hacia él sin dudarlo ni un segundo. Se
abrazaron y, de manera inevitable, se besaron. Segundos después,
Agus la cogió en brazos y la llevó a su cama. Allí, en la
intimidad de su casa y de su habitación, le hizo pausadamente el
amor.
A las dos de la tarde Cande se despertó en la cama de
Agus, con un terrible dolor de cabeza. Le vio dormido, boca
abajo, a su lado y sonrió. «¡Qué mono es!», pensó. Pero acto
seguido suspiró al darse cuenta del gran error cometido. Tras
maldecir en silencio se levantó con sigilo, cogió su móvil, lo
encendió, se metió en el baño y llamó a su compañero Luis, que
con toda seguridad la estaría buscando. Al oír su voz, éste se
tranquilizó y quedó con ella en el aeropuerto de Seattle,
Tacoma, a las cinco de la tarde. A las seis salía un vuelo directo a
Toronto.
A las dos y diez Cande pensó en llamar a alguna de sus amigas.
Necesitaba hablar con alguien y desahogarse. Al final
decidió darse una ducha para aclararse las ideas. No quería
pensar en lo ocurrido, aunque le resultaba inevitable. Su piel
aún olía a Agus, y al recordar cómo él la miraba mientras le
hacía el amor gimió como una tonta. Cuando se duchó, volvió a
ponerse la ropa del día anterior. Tras salir de la ducha se sorprendió
al ver a Agus sentado en la cama, con el pelo revuelto
y gesto serio y pesaroso. Eso la asustó. Con la luz del día, todo se
veía de manera diferente, y acercándose a él dijo:

Gracias por haber dejado que durmiera en tu cama.

Él, con gesto adusto, asintió y levantándose para separarse
de ella, pues sus instintos le gritaban que la tomara y la tumbara
en la cama, murmuró:

Aquí estará para cuando la necesites.

Al ver las arrugas de su frente, cande entendió que no
estaba contento con lo ocurrido. Acercándose de nuevo a él dijo:

Sobre lo de ayer… yo…

Pero él no la dejó terminar. Había asumido que él era uno de
tantos y, encarándose a ella con voz dura, aclaró:

Como dijiste ayer, lo ocurrido no ha sido nada. Sólo sexo.
Cande asintió y sintió la frialdad en sus palabras. Le hubiera
gustado gritarle que no era cierto, que todo lo que le había
contado eran mentiras. Sin embargo, fue incapaz de hacerlo y
calló. Media hora después, sin apenas dirigirle la palabra, la
llevó hasta su hotel. Allí ella recogió su equipaje y desde ese
lugar se dirigieron al aeropuerto en silencio.

Allí está Luis —dijo Cande al ver a su compañero, que
levantaba los brazos.

Perfecto —asintió él.

Bajándose del coche, Agus abrió el maletero y sacó el
equipaje de Cande. Sin apenas mirarla a los ojos, dijo:

Que tengas un buen viaje, cande. Me ha encantado volver
a verte. —Y mirándola con aspereza, concluyó—: Espero que
seas muy feliz con la vida que has elegido.

Perfecto —pudo murmurar ella con la lengua pegada al
paladar.

Agus, contrariado por sus sentimientos y sin decir nada, se
montó en su coche y se marchó. Una hora después, en el avión,
Cande miraba por la ventanilla mientras hacía grandes
esfuerzos por no llorar. Luis se dio cuenta de cómo estaba, pero
pensó que era por la noticia del jugador de waterpolo que había

salido en el New York Times. La abrazó y, cuando las lágrimas

Continuará...
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@lalitter08

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