CAPITULO 14
Aquel
día de lluvia era uno de los peores que había vivido.
cande
estaba enfadada. Tenía ese fin de semana libre. Sin
embargo,
Brad, un buen amigo y reportero que tenía que cubrir
una
noticia en Seattle, había tenido un accidente doméstico y el
Canal
43, para el que ambos trabajaban, le pidió el favor de que
fuera
ella quien cubriera la noticia, y eso a pesar de que ella
estaba
especializada en asuntos del corazón. A regañadientes,
viajó
a Seattle. Allí debía cubrir el parto de gemelos de la gorila
Jamila,
a la que hacía años el Canal 43 había apadrinado.
—¿Éste
es el hotel que nos ha pagado el canal? —preguntó
Cande,
incrédula, al comprobar el estado de decrepitud de
aquel
alojamiento.
Su
compañero Luis, el cámara que la acompañaba, tras contemplar
el
edificio dijo:
—Quizá
esté mejor por dentro.
Al
oír aquello, resopló e intentó sonreír. Pero estaba
enfadada,
muy, muy enfadada. Ella tenía que estar con Marlon
Shiper,
su pareja, en Toronto, en la fiesta de un diseñador de
ropa
deportiva, en vez de encontrarse en aquel cochambroso
lugar.
A pesar de todo, y con desgana, siguió a su compañero al
interior
del hotel.
Desde
que terminó la carrera de periodismo, Cande nunca
había
dejado de trabajar. Sin embargo, desde hacía años
prestaba
sus servicios al Canal 43, un canal privado de Toronto.
No
le pagaban mal, pero en ocasiones como aquélla, estaba
tentada
de presentar su currículo a otras cadenas. Ya no soportaba
los
continuos viajes y la frivolidad de las noticias del
corazón.
Ahora lo que deseaba era cubrir noticias de
importancia.
En
ese momento le sonó el móvil. Era Marlon Shiper, su
última
conquista.
—Hola,
cielo —respondió Cande con voz sensual.
—¿Sigues
pensando en no hacerme caso y seguir adelante
con
ese trabajo tuyo? —dijo el musculitos de Marlon.
Al
oír la música de fondo y su ronca voz, Shanna se sintió
fatal.
Ella quería estar allí con él. Sin embargo dijo:
—Lo
siento. No pude negarme.
Marlon
era un jugador del equipo olímpico de waterpolo de
Canadá.
Un rubio musculoso con mucho éxito entre las féminas
que,
por alguna extraña razón, parecía querer algo con Cande.
Eso
le gustó. Pero no se hacía ilusiones con él. Su fama de
mujeriego
le precedía.
—Te
estás perdiendo una fiesta increíble, caramelito —rió
éste
al oír cómo ella resoplaba. Odiaba que la llamara así—.
Aquí
hay una marcha increíble.
—Aquí
también —cabeceó cande al entrar en el hotel.
—Me
apetecía mucho estar aquí contigo —dijo el hombre en
un
tono de voz que a Cande le calentó la sangre. Si algo bueno
tenía
Marlon, además de su atractivo físico, era lo bien que se lo
montaba
en la cama.
—Hummm
—suspiró ella mientras Luis hablaba con el del
hotel.
Marlon,
al oír aquel suspiro, sonrió y con su voz grave dijo:
—Me
debes una compensación, por dejarme solo esta noche.
Apartándose
del mostrador Cande dijo a media voz:
—Dentro
de dos días prometo dártela.
—Eso
suena muy bien —asintió Marlon mirando a una
morenaza
que pasaba ante él—. Bueno, caramelito, mañana
hablamos.
Y recuerda, te espero en tu casa y en tu cama.
—De
acuerdo. —Y, entre susurros, añadió—: Sé bueno esta
noche.
—Por
supuesto —se despidió él.
Tras
colgar, Cande sonrió. Le gustaba que Marlon se
quedara
en su casa. Pero cuando volvió a la realidad y miró a su
alrededor,
todo le apareció patético. Si la recepción del hotel era
así,
no quería pensar en cómo serían las habitaciones. Sin
embargo,
estaba tan cansada que se conformaba con que las
sábanas
estuvieran limpias. Y se conformó.
A
la mañana siguiente cuando sonó el despertador a las
nueve,
se lavó la cara y, tras ponerse ropa cómoda, miró en un
plano
cómo llegar hasta el Woodland Park Zoo. Debía visitar a
la
gorila. También tenía que ir al Seattle Aquarium, donde
aprovecharían
para hacer un reportaje.
Tras
meter en su mochila lo necesario para el día, bajó a
recepción
donde, poco después, apareció Luis con la cámara y
con
cara de sueño. Tras coger el coche, buscaron un sitio donde
desayunar.
Unas manzanas después, Cande saltó de alegría al
ver
un letrero de Dunkin Donuts. Le volvían loca los donuts de
aquella
marca, por lo que decidieron desayunar allí.
Cuando
entraban en el local, Cande dijo a su compañero:
—Voy
al servicio. Pídeme un café, no muy caliente, y corto de
leche,
con dos azucarillos y dos donuts, uno relleno de chocolate
y
otro de frambuesa.
Su
compañero Luis, que seguía medio dormido, asintió. Sin
embargo,
cuando llegó la camarera pidió simplemente dos cafés
y
tres donuts, aunque a continuación un hombre que estaba
sentado
cerca de él le corrigió. Cande, al salir del baño, iba
secándose
las manos con un pañuelo de papel. Cuando llegó a la
mesa
donde la esperaba Luis le observó sonreír.
—Vaya,
¡qué contento te veo! —dijo con sarcasmo.
En
ese momento, apareció la camarera y Cande sonrió al
ver
que traía todo lo que había pedido.
—¡Perfecto!
—exclamó, ralamiéndose, al ver aquellos
apetitosos
donuts frente a ella.
—¿Todo
bien? —preguntó su compañero.
—Oh,
sí. —Y sonriendo, añadió—. No me lo puedo creer. Por
primera
vez has pedido algo tal y como yo te lo he dicho. Gracias
por
haberme escuchado esta mañana.
Éste,
al oírla, sonrió y, levantando un dedo, señaló:
—Las
gracias no me las tienes que dar a mí, se las tendrías
que
haber dado a un tipo que ya se ha marchado. Él fue quien le
recordó
a la camarera lo que habías pedido. —Cande le
escuchaba
alucinada mientras él continuaba—. Por supuesto, ya
le
di las gracias y le ofrecí mi eterna gratitud. Me he salvado de
oír
tus lastimosos lamentos a estas horas de la mañana.
Cande
sonrió y se prometió a sí misma no ser tan gruñona
con
Luis. No obstante, tenía que reconocer que su compañero
eras
desesperante. Era el despiste personificado, aunque como
cámara
resultaba excepcional.
Media
hora más tarde aparcaban en la puerta del Woodland
Park
Zoo. Tras hablar con la directora del lugar, se dirigieron
hacia
donde estaba la gorila Jamila que, al verles llegar, dejó de
comer
para mirarles.
—Entonces,
¿para cuándo tienen programada la cesárea?
—preguntó
Cande sin quitarle ojo a aquella enorme gorila
negra.
—Todo
está preparado para esta tarde a las seis. El veterinario
y
sus cuidadores así lo han decidido —contestó la directora
del
zoo.
—Muy
bien —asintió Luis—. Aprovechemos para ir al
acuario
y hagamos unas tomas. Quizá no las terminemos todas,
pero
será bueno ir adelantando trabajo.
Tras
pensar que era buena idea, cogieron de nuevo el coche y
se
dirigieron hacia el acuario de Seattle. Mientras Luis conducía,
Cande
marco el número de teléfono de su casa. Quizá Marlon
todavía
estuviera allí. Sin embargo, al ver que no contestaban
marcó
el número de su móvil. Estaba desconectado. Una vez
llegaron
al acuario, Pedro Lores, su director, les autorizó a utilizar
el
flash y las luces necesarias para poder grabar las
imágenes.
El
rodaje fue divertido. Parecía que los animales sabían que
les
estaban grabando y se comportaban como si quisieran colaborar.
Cuando
llegaron a los tanques de los tiburones, los
buzos
del acuario le propusieron que se sumergiera ella también
en
el tanque, junto a ellos. Cande, con cara de horror, declinó
el
ofrecimiento e incluso se alejó del lugar.
—Señorita,
deberían darle más miedo los que están fuera
que
los que están dentro —dijo una voz tras ella. Era alguien que
la
observaba desde hacía rato—. Métase, no le harán nada.
«Habló
el listo», pensó volviéndose para descubrir de quién
se
trataba. Sin embargo, sólo vio una figura en la oscuridad,
apoyada
en la pared.
—¡Quién
lo diría! ¡Qué horror de bichos! —murmuró Luis.
Sin
poder ver quién era el tipo que le había hablado, pues la
oscuridad
en ciertas zonas del acuario era increíble, Cande le
respondió:
—No
es miedo, es respeto. Pero gracias por los ánimos.
El
hombre sonrió al oírla. Aquella risa hizo que Cande
volviera
a mirar justo en el momento en que el hombre apoyado
en
la pared preguntaba:
—¿Siempre
siente respeto por lo desconocido?
«A
ti te lo voy a contar.» Sin responderle, le preguntó mirando
a
otra parte.
—¿Usted
no?
—No
—dijo el desconocido saliendo de las sombras.
Era
un hombre de unos treinta años, pelo corto y gafas,
que
acercándose con sigilo hasta ella le dijo muy cerca del oído:
—A
veces en la vida hay ciertas personas que me dan más
miedo
que lo desconocido, y una de ellas eres tú, Cande
Bradforte.
Cande
cerró los ojos y sintió que el estomago se le volvía del
revés,
pero volviéndose con rapidez preguntó sorprendida:
—¿Agustin
O’Neill? ¡Eres tú!
Pero
antes de que éste pudiera decir nada, en un impulso
irrefrenable,
ella se tiró a su cuello, para, segundos después,
separarse,
avergonzada.
«Dios,
qué bochorno. Menos mal que aquí todo está
oscuro»,
pensó al apartarse de él, más colorada que un tomate.
—Por
supuesto que soy yo —rió al ver su gesto—. ¿Qué haces
aquí?
Agus
había sido su amor de juventud, aquel que siempre la
cuidaba
como a una hermana, pero al que ella no quería precisamente
como
a un hermano. Llevaban sin verse cerca de nueve
años,
desde que él se mudó. Sin embargo, él sí la veía en ocasiones
a
ella por la televisión vía satelite.
—Trabajo
para el Canal 43 —dijo recomponiéndose—. Estoy
cubriendo
varias noticias aquí en Seattle. Además, tenemos que
hacer
un reportaje sobre este acuario.
Su
compañero, Luis, al sentirse ignorado, dijo tendiendo la
mano:
—Luis
González. —Agus le miró y saludó—. Soy su compañero,
el
cámara.
—Encantado,
Luis —saludó éste. Luego, volviéndose hacia
ella,
añadió—: Yo trabajo aquí. ¿Queréis que os enseñe las
instalaciones?
—¡Perfecto!
—asintió Luis.
—¡Muy
bien! —dijo Agus.
«Tú
sí que estás muy bien, Agus», pensó Cande, mientras
éste
la cogía del brazo de manera posesiva y comenzaba a andar
con
ella.
Agustin
O’Neill era un guía estupendo. Les fue describiendo
la
manera de vivir de cada una de las especies que allí vivían y
hablándoles
de ellas. Cande aún no podía creerse que aquél
fuera
Agus, su adorado y tantas veces recordado Agus. La
última
ocasión en que le vio fue la noche anterior a su partida
para
Nueva York, dispuesto a trabajar en la empresa del padre
de
Linda, su odiosa novia. Esa mujer era la única que conseguía
sacar
lo peor de Cande cada vez que veía cómo éste la besaba.
La
noche anterior a su marcha, ambos estuvieron sentados en
un
banco de un parque de su barrio, en Toronto. Cande se sinceró
diciéndole
que le amaba y agus no sabía dónde meterse.
Pero
Cande era una niña de diecinueve años, y así la veía
Agus.
Y tras rogarle y suplicarle que como despedida le diera
un
beso en los labios, éste se lo dio. Después de eso, no se volvieron
a
ver más.
Mientras
ella pensaba en sus cosas, Agus intentaba
centrarse
en contarles detalles del acuario, aunque se le hacía
difícil.
Tenía delante a una mujer que en su juventud había sido
una
amiga excelente y a la que, por extrañas circunstancias de la
vida,
nunca había olvidado. En Toronto eran vecinos, y fueron
muchas
las noches en que ella le contaba cosas de sus amigas de
España,
mientras él le hablaba del amor que sentía por Linda,
ignorante
de lo que sólo supo la noche antes de su marcha.
Después
de mucho tiempo, el día que la reconoció en televisión
tras
más de seis años sin verse, se sorprendió muchísimo.
La
muchachita que él recordaba era toda una mujer. A partir de
ese
momento, Agus intentó ver, siempre que su trabajo se lo
permitía,
los programas del Canal 43. ¿Cuántas noches había
pensado
en ella? Y de pronto, allí la tenía.
Agus
intentó hablarles de las diversas especies que vivían
en
aquellas instalaciones. Pájaros, mamíferos marinos, peces,
invertebrados,
y sonrió al ver la cara de ella cuando llegaron a la
bóveda
subacuática de 360 grados. Era realmente increíblie.
Todos
sonrieron al contemplar a las curiosas nutrias de río y
mar
y se quedaron sin palabras mientras observaban al pulpo
gigante
que allí moraba. Acabada la visita, terminaron en la
tienda
de regalos.
—Y
esto es todo lo que os puedo enseñar —dijo Agus con
una
encantadora sonrisa.
—Impresionante
—respondió Luis, mientras Cande miraba
a
través de unos prismáticos de juguete. Pensó en comprarlos
para
las gemelas de Euge.
—Muchas
gracias, Agus —asintió Cande—. Nos has sido
de
mucha ayuda. Gracias a ti, mañana no tendremos que volver
a
grabar.
Sin
poder disimular su decepción, éste repuso:
—¡Vaya!
Si llego a saberlo no os lo enseño todo en un día
—sonrió
al ver cómo ella miraba los juguetes de la tienda y, sin
poder
evitarlo, preguntó—: ¿Son para tus hijos?
—¡Oh
no! No estoy casada. —Él sonrió—. Son para las hijas
de
Euge. La cherokee, ¿la recuerdas? —Agus, abriendo los
ojos,
asintió—. Tiene unas niñas guapísimas y muy ruidosas,
pero
adorables.
En
ese momento, una muchacha del acuario se acercó hasta
Agus
y, tras darle algo para que firmara, éste miró el reloj y
dijo:
—Escuchad.
Tengo dos horas libres. ¿Os apetece comer algo?
Luis,
dejando la cámara en el suelo, asintió y dijo:
—Yo
estoy muerto de hambre.
Agus
miró a Cande y, tras ver que ésta sonreía, la oyó
decir:
—Me
parece una idea excelente, Agus.
Caminaron
hasta la cafetería del lugar y se sentaron a una
mesa
los tres. Agus y Cande comenzaron a hablar de sus
cosas.
Aburrido por la conversación, Luis se levantó y se puso a
hablar
con la chica que había en el mostrador. Durante la comida,
los
viejos amigos se pusieron al día de sus vidas. Agus le
contó
que trabajaba como veterinario en varios sitios y ella se
alegró
al saber que era el veterinario que asistiría en el parto de
la
gorila Jamila.
Agus
le contó que se había casado con Linda pero que, tras
dos
años de matrimonio, aquello que empezó por amor se
convirtió
en una pesadilla. Linda quería que él fuera un alto
ejecutivo
en la empresa de su padre. Sin embargo él siempre
había
querido ser veterinario y, tras años de discusiones y
peleas,
su relación terminó en divorcio. Después de aquello se
trasladó
a Seattle, donde trabajaba como veterinario e intentaba
vivir
la vida que él quería.
Cande,
sin entender la euforia que sentía por saber que la
idiota
de Linda ya no formaba parte de su vida, le contó que
cuando
terminó sus estudios de periodismo se independizó.
Agus
le preguntó por Marlene, su hermana, y Cande le contó
que
era una adolescencia divertida y alocada con la que hablaba
mucho
por teléfono. Le explicó que ella misma había estado a
punto
de casarse hacía seis años con un redactor, y sobre su vida
laboral
comentó que trabajaba para el Canal 43, pero que estaba
pensando
en buscar otras oportunidades en otras cadenas.
Agus,
haciéndola reír, le confesó lo sorprendido que se había
quedado
cuando la había visto por primera vez en televisión.
Ella
casi se puso colorada cuando le confesó que siempre que
podía
veía el programa donde ella salía.
En
el transcurso de la conversación, ninguno de los dos
comentó
lo ocurrido la última noche que se habían visto.
«Menos
mal», pensó cande. Hubiera sido bochornoso
recordar
cómo ella le suplicó que la besara.
A
las cuatro y cuarto se despidieron y quedaron en verse en
el
zoo. Agus tenía que atender varios asuntos. Una vez en el
coche,
Cande miró su reloj y se sintió culpable al pensar que no
había
llamado todavía a Marlon. Sacó su móvil, marcó su
número
y le volvió a saltar el buzón de voz. Menos contrariada
que
por la mañana, cerró el teléfono y, con una sonrisita
atontada,
pensó en aquel inesperado reencuentro. ¡Agustin
O’Neill!
Sonrió al pensar en él. ¡Qué pequeño era el mundo y
qué
bien estaba el chico!
Continuará...
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IMPORTANTE:
Primero que nada, decirles que estos dias no he subido porque me he tomado unos dias de descans
EN CUANTO EN LA NOVELA: Hay chicas que han dicho que volveran a la novela cuando vuelva a contar la historia laliter o que la haga toda laliter.
Pero os recuerdo que esto es UNA ADAPTACION, no la he escrito yo.
Y decidí subir esta adaptacion porque me parecio un libro muy bonito que cuenta la vida de 5 amigas.
Yo no obligo a nadie a leer o pasarse por mi blog. Simplemente, como amante de la lectura, os recomiendo que la lean porque es muy bonita
Simplemente eso.
PD: Aunque en este capitulo cuenta Cande..mediante las conversaciones con las chicas sabrán cosas de la relacion de lali y peter, y mas adelante volveran a contar la historia ellos.
MIL GRACIAS POR PASARSE, LEER Y/O COMENTAR
@lalitter08
A mi me encanta!! Me gustaría saber cual es el nombre del libro original de esta historia, besoo :)
ResponderEliminarMassssss
ResponderEliminarComo lectora a mi me satisface.
ResponderEliminarYo seguiré leyendo :)
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