lunes, 3 de agosto de 2015

OLVIDE OLVIDARTE: Capitulo 14 (Leer abajo)

CAPITULO 14

Aquel día de lluvia era uno de los peores que había vivido.
cande estaba enfadada. Tenía ese fin de semana libre. Sin
embargo, Brad, un buen amigo y reportero que tenía que cubrir
una noticia en Seattle, había tenido un accidente doméstico y el
Canal 43, para el que ambos trabajaban, le pidió el favor de que
fuera ella quien cubriera la noticia, y eso a pesar de que ella
estaba especializada en asuntos del corazón. A regañadientes,
viajó a Seattle. Allí debía cubrir el parto de gemelos de la gorila
Jamila, a la que hacía años el Canal 43 había apadrinado.

¿Éste es el hotel que nos ha pagado el canal? —preguntó
Cande, incrédula, al comprobar el estado de decrepitud de
aquel alojamiento.

Su compañero Luis, el cámara que la acompañaba, tras contemplar
el edificio dijo:

Quizá esté mejor por dentro.
Al oír aquello, resopló e intentó sonreír. Pero estaba
enfadada, muy, muy enfadada. Ella tenía que estar con Marlon
Shiper, su pareja, en Toronto, en la fiesta de un diseñador de
ropa deportiva, en vez de encontrarse en aquel cochambroso
lugar. A pesar de todo, y con desgana, siguió a su compañero al
interior del hotel.
Desde que terminó la carrera de periodismo, Cande nunca
había dejado de trabajar. Sin embargo, desde hacía años
prestaba sus servicios al Canal 43, un canal privado de Toronto.
No le pagaban mal, pero en ocasiones como aquélla, estaba
tentada de presentar su currículo a otras cadenas. Ya no soportaba
los continuos viajes y la frivolidad de las noticias del
corazón. Ahora lo que deseaba era cubrir noticias de
importancia.
En ese momento le sonó el móvil. Era Marlon Shiper, su
última conquista.

Hola, cielo —respondió Cande con voz sensual.

¿Sigues pensando en no hacerme caso y seguir adelante
con ese trabajo tuyo? —dijo el musculitos de Marlon.
Al oír la música de fondo y su ronca voz, Shanna se sintió
fatal. Ella quería estar allí con él. Sin embargo dijo:

Lo siento. No pude negarme.
Marlon era un jugador del equipo olímpico de waterpolo de
Canadá. Un rubio musculoso con mucho éxito entre las féminas
que, por alguna extraña razón, parecía querer algo con Cande.
Eso le gustó. Pero no se hacía ilusiones con él. Su fama de
mujeriego le precedía.

Te estás perdiendo una fiesta increíble, caramelito —rió
éste al oír cómo ella resoplaba. Odiaba que la llamara así—.
Aquí hay una marcha increíble.

Aquí también —cabeceó cande al entrar en el hotel.

Me apetecía mucho estar aquí contigo —dijo el hombre en
un tono de voz que a Cande le calentó la sangre. Si algo bueno
tenía Marlon, además de su atractivo físico, era lo bien que se lo
montaba en la cama.

Hummm —suspiró ella mientras Luis hablaba con el del
hotel.

Marlon, al oír aquel suspiro, sonrió y con su voz grave dijo:

Me debes una compensación, por dejarme solo esta noche.
Apartándose del mostrador Cande dijo a media voz:

Dentro de dos días prometo dártela.

Eso suena muy bien —asintió Marlon mirando a una
morenaza que pasaba ante él—. Bueno, caramelito, mañana
hablamos. Y recuerda, te espero en tu casa y en tu cama.

De acuerdo. —Y, entre susurros, añadió—: Sé bueno esta
noche.

Por supuesto —se despidió él.

Tras colgar, Cande sonrió. Le gustaba que Marlon se
quedara en su casa. Pero cuando volvió a la realidad y miró a su
alrededor, todo le apareció patético. Si la recepción del hotel era
así, no quería pensar en cómo serían las habitaciones. Sin
embargo, estaba tan cansada que se conformaba con que las
sábanas estuvieran limpias. Y se conformó.
A la mañana siguiente cuando sonó el despertador a las
nueve, se lavó la cara y, tras ponerse ropa cómoda, miró en un
plano cómo llegar hasta el Woodland Park Zoo. Debía visitar a
la gorila. También tenía que ir al Seattle Aquarium, donde
aprovecharían para hacer un reportaje.
Tras meter en su mochila lo necesario para el día, bajó a
recepción donde, poco después, apareció Luis con la cámara y
con cara de sueño. Tras coger el coche, buscaron un sitio donde
desayunar. Unas manzanas después, Cande saltó de alegría al
ver un letrero de Dunkin Donuts. Le volvían loca los donuts de
aquella marca, por lo que decidieron desayunar allí.
Cuando entraban en el local, Cande dijo a su compañero:

Voy al servicio. Pídeme un café, no muy caliente, y corto de
leche, con dos azucarillos y dos donuts, uno relleno de chocolate
y otro de frambuesa.
Su compañero Luis, que seguía medio dormido, asintió. Sin
embargo, cuando llegó la camarera pidió simplemente dos cafés
y tres donuts, aunque a continuación un hombre que estaba
sentado cerca de él le corrigió. Cande, al salir del baño, iba
secándose las manos con un pañuelo de papel. Cuando llegó a la
mesa donde la esperaba Luis le observó sonreír.

Vaya, ¡qué contento te veo! —dijo con sarcasmo.

En ese momento, apareció la camarera y Cande sonrió al
ver que traía todo lo que había pedido.

¡Perfecto! —exclamó, ralamiéndose, al ver aquellos
apetitosos donuts frente a ella.

¿Todo bien? —preguntó su compañero.

Oh, sí. —Y sonriendo, añadió—. No me lo puedo creer. Por
primera vez has pedido algo tal y como yo te lo he dicho. Gracias
por haberme escuchado esta mañana.
Éste, al oírla, sonrió y, levantando un dedo, señaló:
Las gracias no me las tienes que dar a mí, se las tendrías
que haber dado a un tipo que ya se ha marchado. Él fue quien le
recordó a la camarera lo que habías pedido. —Cande le
escuchaba alucinada mientras él continuaba—. Por supuesto, ya
le di las gracias y le ofrecí mi eterna gratitud. Me he salvado de
oír tus lastimosos lamentos a estas horas de la mañana.
Cande sonrió y se prometió a sí misma no ser tan gruñona
con Luis. No obstante, tenía que reconocer que su compañero
eras desesperante. Era el despiste personificado, aunque como
cámara resultaba excepcional.
Media hora más tarde aparcaban en la puerta del Woodland
Park Zoo. Tras hablar con la directora del lugar, se dirigieron
hacia donde estaba la gorila Jamila que, al verles llegar, dejó de
comer para mirarles.

Entonces, ¿para cuándo tienen programada la cesárea?
preguntó Cande sin quitarle ojo a aquella enorme gorila
negra.

Todo está preparado para esta tarde a las seis. El veterinario
y sus cuidadores así lo han decidido —contestó la directora
del zoo.

Muy bien —asintió Luis—. Aprovechemos para ir al
acuario y hagamos unas tomas. Quizá no las terminemos todas,
pero será bueno ir adelantando trabajo.
Tras pensar que era buena idea, cogieron de nuevo el coche y
se dirigieron hacia el acuario de Seattle. Mientras Luis conducía,
Cande marco el número de teléfono de su casa. Quizá Marlon
todavía estuviera allí. Sin embargo, al ver que no contestaban
marcó el número de su móvil. Estaba desconectado. Una vez
llegaron al acuario, Pedro Lores, su director, les autorizó a utilizar
el flash y las luces necesarias para poder grabar las
imágenes.
El rodaje fue divertido. Parecía que los animales sabían que
les estaban grabando y se comportaban como si quisieran colaborar.
Cuando llegaron a los tanques de los tiburones, los
buzos del acuario le propusieron que se sumergiera ella también
en el tanque, junto a ellos. Cande, con cara de horror, declinó
el ofrecimiento e incluso se alejó del lugar.

Señorita, deberían darle más miedo los que están fuera
que los que están dentro —dijo una voz tras ella. Era alguien que
la observaba desde hacía rato—. Métase, no le harán nada.

«Habló el listo», pensó volviéndose para descubrir de quién
se trataba. Sin embargo, sólo vio una figura en la oscuridad,
apoyada en la pared.

¡Quién lo diría! ¡Qué horror de bichos! —murmuró Luis.

Sin poder ver quién era el tipo que le había hablado, pues la
oscuridad en ciertas zonas del acuario era increíble, Cande le
respondió:

No es miedo, es respeto. Pero gracias por los ánimos.

El hombre sonrió al oírla. Aquella risa hizo que Cande
volviera a mirar justo en el momento en que el hombre apoyado
en la pared preguntaba:

¿Siempre siente respeto por lo desconocido?

«A ti te lo voy a contar.» Sin responderle, le preguntó mirando
a otra parte.

¿Usted no?

No —dijo el desconocido saliendo de las sombras.

Era un hombre de unos treinta años, pelo corto y gafas,
que acercándose con sigilo hasta ella le dijo muy cerca del oído:

A veces en la vida hay ciertas personas que me dan más
miedo que lo desconocido, y una de ellas eres tú, Cande
Bradforte.

Cande cerró los ojos y sintió que el estomago se le volvía del
revés, pero volviéndose con rapidez preguntó sorprendida:

¿Agustin O’Neill? ¡Eres tú!

Pero antes de que éste pudiera decir nada, en un impulso
irrefrenable, ella se tiró a su cuello, para, segundos después,
separarse, avergonzada.
«Dios, qué bochorno. Menos mal que aquí todo está
oscuro», pensó al apartarse de él, más colorada que un tomate.

Por supuesto que soy yo —rió al ver su gesto—. ¿Qué haces
aquí?

Agus había sido su amor de juventud, aquel que siempre la
cuidaba como a una hermana, pero al que ella no quería precisamente
como a un hermano. Llevaban sin verse cerca de nueve
años, desde que él se mudó. Sin embargo, él sí la veía en ocasiones
a ella por la televisión vía satelite.

Trabajo para el Canal 43 —dijo recomponiéndose—. Estoy
cubriendo varias noticias aquí en Seattle. Además, tenemos que
hacer un reportaje sobre este acuario.
Su compañero, Luis, al sentirse ignorado, dijo tendiendo la
mano:

Luis González. —Agus le miró y saludó—. Soy su compañero,
el cámara.

Encantado, Luis —saludó éste. Luego, volviéndose hacia
ella, añadió—: Yo trabajo aquí. ¿Queréis que os enseñe las
instalaciones?

¡Perfecto! —asintió Luis.

¡Muy bien! —dijo Agus.
«Tú sí que estás muy bien, Agus», pensó Cande, mientras
éste la cogía del brazo de manera posesiva y comenzaba a andar
con ella.
Agustin O’Neill era un guía estupendo. Les fue describiendo
la manera de vivir de cada una de las especies que allí vivían y
hablándoles de ellas. Cande aún no podía creerse que aquél
fuera Agus, su adorado y tantas veces recordado Agus. La
última ocasión en que le vio fue la noche anterior a su partida
para Nueva York, dispuesto a trabajar en la empresa del padre
de Linda, su odiosa novia. Esa mujer era la única que conseguía
sacar lo peor de Cande cada vez que veía cómo éste la besaba.
La noche anterior a su marcha, ambos estuvieron sentados en
un banco de un parque de su barrio, en Toronto. Cande se sinceró
diciéndole que le amaba y agus no sabía dónde meterse.
Pero Cande era una niña de diecinueve años, y así la veía
Agus. Y tras rogarle y suplicarle que como despedida le diera
un beso en los labios, éste se lo dio. Después de eso, no se volvieron
a ver más.
Mientras ella pensaba en sus cosas, Agus intentaba
centrarse en contarles detalles del acuario, aunque se le hacía
difícil. Tenía delante a una mujer que en su juventud había sido
una amiga excelente y a la que, por extrañas circunstancias de la
vida, nunca había olvidado. En Toronto eran vecinos, y fueron
muchas las noches en que ella le contaba cosas de sus amigas de
España, mientras él le hablaba del amor que sentía por Linda,
ignorante de lo que sólo supo la noche antes de su marcha.
Después de mucho tiempo, el día que la reconoció en televisión
tras más de seis años sin verse, se sorprendió muchísimo.
La muchachita que él recordaba era toda una mujer. A partir de
ese momento, Agus intentó ver, siempre que su trabajo se lo
permitía, los programas del Canal 43. ¿Cuántas noches había
pensado en ella? Y de pronto, allí la tenía.
Agus intentó hablarles de las diversas especies que vivían
en aquellas instalaciones. Pájaros, mamíferos marinos, peces,
invertebrados, y sonrió al ver la cara de ella cuando llegaron a la
bóveda subacuática de 360 grados. Era realmente increíblie.
Todos sonrieron al contemplar a las curiosas nutrias de río y
mar y se quedaron sin palabras mientras observaban al pulpo
gigante que allí moraba. Acabada la visita, terminaron en la
tienda de regalos.

Y esto es todo lo que os puedo enseñar —dijo Agus con
una encantadora sonrisa.

Impresionante —respondió Luis, mientras Cande miraba
a través de unos prismáticos de juguete. Pensó en comprarlos
para las gemelas de Euge.

Muchas gracias, Agus —asintió Cande—. Nos has sido
de mucha ayuda. Gracias a ti, mañana no tendremos que volver
a grabar.

Sin poder disimular su decepción, éste repuso:

¡Vaya! Si llego a saberlo no os lo enseño todo en un día
sonrió al ver cómo ella miraba los juguetes de la tienda y, sin
poder evitarlo, preguntó—: ¿Son para tus hijos?

¡Oh no! No estoy casada. —Él sonrió—. Son para las hijas
de Euge. La cherokee, ¿la recuerdas? —Agus, abriendo los
ojos, asintió—. Tiene unas niñas guapísimas y muy ruidosas,
pero adorables.

En ese momento, una muchacha del acuario se acercó hasta
Agus y, tras darle algo para que firmara, éste miró el reloj y
dijo:

Escuchad. Tengo dos horas libres. ¿Os apetece comer algo?

Luis, dejando la cámara en el suelo, asintió y dijo:

Yo estoy muerto de hambre.

Agus miró a Cande y, tras ver que ésta sonreía, la oyó
decir:

Me parece una idea excelente, Agus.

Caminaron hasta la cafetería del lugar y se sentaron a una
mesa los tres. Agus y Cande comenzaron a hablar de sus
cosas. Aburrido por la conversación, Luis se levantó y se puso a
hablar con la chica que había en el mostrador. Durante la comida,
los viejos amigos se pusieron al día de sus vidas. Agus le
contó que trabajaba como veterinario en varios sitios y ella se
alegró al saber que era el veterinario que asistiría en el parto de
la gorila Jamila.
Agus le contó que se había casado con Linda pero que, tras
dos años de matrimonio, aquello que empezó por amor se
convirtió en una pesadilla. Linda quería que él fuera un alto
ejecutivo en la empresa de su padre. Sin embargo él siempre
había querido ser veterinario y, tras años de discusiones y
peleas, su relación terminó en divorcio. Después de aquello se
trasladó a Seattle, donde trabajaba como veterinario e intentaba
vivir la vida que él quería.
Cande, sin entender la euforia que sentía por saber que la
idiota de Linda ya no formaba parte de su vida, le contó que
cuando terminó sus estudios de periodismo se independizó.
Agus le preguntó por Marlene, su hermana, y Cande le contó
que era una adolescencia divertida y alocada con la que hablaba
mucho por teléfono. Le explicó que ella misma había estado a
punto de casarse hacía seis años con un redactor, y sobre su vida
laboral comentó que trabajaba para el Canal 43, pero que estaba
pensando en buscar otras oportunidades en otras cadenas.
Agus, haciéndola reír, le confesó lo sorprendido que se había
quedado cuando la había visto por primera vez en televisión.
Ella casi se puso colorada cuando le confesó que siempre que
podía veía el programa donde ella salía.
En el transcurso de la conversación, ninguno de los dos
comentó lo ocurrido la última noche que se habían visto.
«Menos mal», pensó cande. Hubiera sido bochornoso
recordar cómo ella le suplicó que la besara.
A las cuatro y cuarto se despidieron y quedaron en verse en
el zoo. Agus tenía que atender varios asuntos. Una vez en el
coche, Cande miró su reloj y se sintió culpable al pensar que no
había llamado todavía a Marlon. Sacó su móvil, marcó su
número y le volvió a saltar el buzón de voz. Menos contrariada
que por la mañana, cerró el teléfono y, con una sonrisita
atontada, pensó en aquel inesperado reencuentro. ¡Agustin
O’Neill! Sonrió al pensar en él. ¡Qué pequeño era el mundo y

qué bien estaba el chico!

Continuará...
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IMPORTANTE:
Primero que nada, decirles que estos dias no he subido porque me he tomado unos dias de descans

EN CUANTO EN LA NOVELA: Hay chicas que han dicho que volveran a la novela cuando vuelva a contar la historia laliter o que la haga toda laliter.
Pero os recuerdo que esto es UNA ADAPTACION, no la he escrito yo.
Y decidí subir esta adaptacion porque me parecio un libro muy bonito que cuenta la vida de 5 amigas.
Yo no obligo a nadie a leer o pasarse por mi blog.  Simplemente, como amante de la lectura, os recomiendo que la lean porque es muy bonita 

Simplemente eso.

PD: Aunque en este capitulo cuenta Cande..mediante las conversaciones con las chicas sabrán cosas de la relacion de lali y peter, y mas adelante volveran a contar la historia ellos.

MIL GRACIAS POR PASARSE, LEER Y/O COMENTAR
@lalitter08

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