viernes, 10 de julio de 2015

OLVIDE OLVIDARTE: Capitulo 7

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CAPITULO 7

23 de enero de 2009… diez años después

Mamá, escúchame —dijo Lali desde el teléfono de su despacho—.
Intentaré llamar más a menudo, pero no te lo puedo
asegurar. Tengo muchísimo trabajo. Además, dentro de dos días
salgo para Chicago y estaré allí seis días. Por cierto —murmuró
con una sonrisa—, hoy viene la abuela.

Cariño, inténtalo —respondió Bárbara tras oír a su hija—.
A tu padre le hacen mucha ilusión tus llamadas. ¿Hoy va la
abuela?

Lali, retirándose la melena de la cara, asintió.

Sí mamá. Hoy es el gran día.

Bárbara, consciente de la noticia que le tenían que dar a su
madre, resopló y dijo:

Uff… cariño. Ya me contarás. Dale besitos a ella y a la tía, y
diles que las quiero mucho.

Sí, mamá, se lo diré —asintió ésta—. Oye, ¿hablaste con
Bea?

Bárbara, al oír el nombre de su hija pequeña, que ya era una
mujer, suspiró.

Sí, cariño. Está encantada con su vida en Londres.

Mamá, es normal. A ella le gusta otro tipo de diseño más
loco y desenfadado. No puedes pretender que también opte por
los vestidos de novia.
Beatriz, la Llorona, ya era una mujer y había sido contratada
por la empresa Vivels, ubicada en Londres, y dedicada al diseño
de ropa bastante alternativa.

Ya lo sé, hija. Pero os echo de menos. Tú allí y ella en
Londres.

Tienes a Poli, mamá. —Pero rió al oír el resoplido de su
madre.

¿Sabes desde cuándo llevo sin hablar con él? —comentó
Bárbara, algo molesta con su hijo—. ¡Tres semanas! Siempre le
llamo yo, y no me importa, pero me gustaría que él o Marta me
llamaran alguna vez.

Lali sonrió. Su hermano y su cuñada eran unos despistados.

No lo tomes a mal, mamá, ya sabes cómo son los dos.

Sí, ya lo sé, hija. Pero es que a tu padre y a mí nos gustaría
verlos más a menudo, en fin, nos gustarían muchas cosas de
ellos.

Mamá, tranquila —sonrió Lali al entenderla—. Estoy convencida
de que cualquier día te harán abuela.

¿Tú crees que ésos dos quieren tener hijos? —preguntó
Bárbara—. Me parece que sólo quieren viajar y pasarlo bien. No
sé yo si los niños entran en sus planes.

Su hijo y Marta llevaban casados siete años, más los de
noviazgo, y no se les veía muy decididos a tener descendencia.

Todo llegará a su tiempo, mamá —rió Lali y cambió el
tema o, de lo contrario, lo siguiente sería preguntarle si tenía
novio—. Dime, ¿cómo está papá?

Bien, cariño. Trabajando como siempre. Anoche le dije que
hablaría hoy contigo y me pidió que te mandara muchos besos
de su parte, y que te comentara que él intentaría llamarte
durante esta semana. Por cierto, ¿te contó Rocío que su
hermano Julián ya tiene novia?

«Oh, Dios…, ya empezamos», pensó Lali al oír aquello.
Tanto su madre como la de Rocío, Carla, estaban demasiado
preocupadas por las vidas íntimas de sus hijas, y no perdían
oportunidad de recordárselo cada vez que hablaban con ellas.

Sí, me lo contó. Me alegro por él.

Hija, ¿comes bien? ¿Has conocido a alguien interesante
últimamente?
«Lo que faltaba… ahora empezará con el tercer grado», suspiró
al escucharla pero, sin querer enfadarse con ella, dijo:

Mamá, ¿tú crees que yo tengo tiempo para novios?

Eres joven. Si no tienes tiempo ahora, ¿cuándo lo tendrás?

Vamos a ver —resopló Lali—. No tengo tiempo, ni ganas, y
mucho menos necesidad de buscar nada.
Pero Bárbara contraatacó. Quería que su hija encontrara una
pareja y no dejaría de recordárselo mientras viviera.

Pero yo digo que…

Lali, a punto de chillar, se levantó justo en el momento en
que Tony, su ayudante, entraba en el despacho y con un movimiento
de la mano le indicaba que tenía otra llamada.

Mamá —la interrumpió encantada—. Mamá, tengo que
dejarte. Ya te volveré a llamar y te contaré.

Tras despedirse, colgó aliviada mientras Tony la miraba.

Uff… jefa, percibo que tu madre ha vuelto al ataque
bromeó.

Lali, tras echarse en un vaso un poco de agua, bebió y dijo.

Te juro que cada día me cuesta más contener su ataque.

Ambos rieron.

Al teléfono tienes a Ariadna —dijo Tony antes de
marcharse.
¡Genial! —aplaudió ésta y, tras coger el teléfono, comenzó
a hablar con ella.

Ariadna Gobertling era una muchacha de Phoenix que les
había contratado para la organización de su boda. Su novio era
mexicano y quería ofrecerles, a él y a su familia política, una
boda lo más ostentosa posible.

De acuerdo, Ariadna. Entonces, a las cuatro te espero aquí.
Necesito tu aprobación en algunos detalles. Hasta luego.
Tras la conversación Lali colgó el teléfono, momento en el
que entró la pizpireta de su abuela.

¿Cómo está mi preciosa nieta? —gritó Estela.

Con una gran sonrisa, Lali se hizo la sorprendida. Se levantó
para abrazarla y juntas se sentaron en el elegante sillón que
había en el despacho.
Abuela, ¿cuándo has llegado?

Estela, dejando el bolso a un lado, miró a su nieta, que cada
día se parecía más a ella.

Esta mañana. Clarence, el marido de Samantha, fue a buscarme
al aeropuerto. Por lo visto a la una llegará Howard
Feldenson, el notario, y tengo que firmar unos papeles. Y tú
¿qué tal estás?

Reprimiendo la sonrisa por la sorpresa que le iban a dar a su
abuela, dijo:

Con muchísimo trabajo. Tengo contratadas cinco bodas.
Una en Phoenix, dos en Los Ángeles, otra en Colorado Spring y
la última en Chicago.

Cada día estoy más orgullosa de ti. Sin embargo no me
gusta verte tan delgada —susurró mirándola.

«Buenoooooo… ya empezamos», pensó Lali. Su madre y su
abuela siempre la martirizaban con lo mismo, con que se echara
novio y comiera bien.

Abuela, no estoy delgada, no empecemos.

La mujer, tras mover la cabeza, asintió y, mirándola,
preguntó:

¿Qué tal funciona tu prima Beverly aquí? No le quiero preguntar
a su padre para que no se moleste.

Muy bien, abuela. Es estupenda, y creativa. Creo que será
una maravillosa coordinadora de eventos.

Me encanta ver a mis nietas trabajando juntas. —Y acercando
la cara de Lali hacia sí para darle un beso en la frente,
dijo—: ¿Tienes algo nuevo que contarme?

«Noooooooooo», quiso gritar pero, tras un suspiro,
preguntó:

¿Sobre qué, abuela?

La anciana, con una sonrisa soñadora, le dio un par de palmaditas
en la mano y dijo.

Eres una mujer espabilada, atrevida y muy creativa, pero
me gustaría que mi nieta tuviera vida privada.

Abuela, tengo vida privada, no te preocupes.
Pero su abuela era tan cabezona como su madre y volvió a
insistir.

¿A qué llamas vida privada, a salir de paseo con tu perro
Spidercan?

Clavándose las uñas en las palmas de las manos, miró a su
abuela y dijo:

Vamos a ver. Tengo treinta y dos años, y estoy contenta
con lo que hago. Si algún día tengo que conocer a alguien en
especial, ya llegará. ¡No me agobies!

Cariño mío, a tu edad ya tenía a mis cuatro hijos. Además,
sigo pensando que estás muy delgada.

Vale… vale, abuela —rió por no llorar—, pero es que tú eres
tú y yo soy yo. Ahora la gente no tiene hijos tan alegremente.
Nos pensamos con detenimiento si queremos hijos o no. —La
anciana refunfuñó—. La vida, hoy por hoy, nos ofrece muchas
diversiones que no son tener hijos y, no te preocupes, no estoy
delgada. Me alimento muy bien y estoy en mi peso.

Lo dudo… —suspiró Estela—. Tanta tecnología, tanta comida
rápida y tanto liberalismo os está minando horas de vida.

En ese momento se cerró la puerta del despacho. La anciana,
al ver a su hija Samantha, dijo:

Ésta es la que se está poniendo redonda. A este paso la
llevaremos rodando por la calle.

Aquello hizo reír a carcajadas a Lali. Samantha sonrió.

Ya estoy aquí, ¡Hola, mamita! —dijo ésta echándose en los
brazos de su madre—. Y por favor, mamá, ¿quieres hacer el
favor de dejar que Lali decida cuándo quiere tener novio o no?
Su madre la miró y sonrió—. ¡Déjala! Es joven, ya tendrá
tiempo para casarse y tener hijos.

Estela, feliz por verse rodeada de los suyos, sonrió. Samantha,
al igual que Bárbara, se parecía mucho a ella, cosa que le
enorgullecía.

Si sigue así, será una solterona —protestó la anciana
haciéndolas reír.

Ay…, mamita, creo que esa sangre italiana que corre por
tus venas te hace ser un poco pesada con lo del matrimonio, los
hijos y la comida.

Lali sonrió y se levantó. Llenó un vaso de agua y se lo tendió
a su tía mientras su abuela decía:

Tiene treinta y dos años, Samantha. ¿Cuándo va a tener
bebés?

Mamita —dijo Samantha con cariño—. Hoy en día las
mujeres pueden tener hijos con más edad. Ya no hace falta tenerlos
con veinte años, el mundo avanza.

¿Y a ti qué te pasa? —preguntó Estela al ver a su hija acalorada
y con sudores, mientras Lali le tendía un vaso de agua y
se sentaba junto a su abuela.

Nada grave —respondió ésta con rapidez, sentándose con
ellas.

Pero la mujer, extrañada, dijo quitándose las gafas:

Samantha Pickers. Eres mi hija y sé perfectamente cuándo
te ocurre algo.

Lali, junto a ellas, las observaba con una media sonrisa. Su
abuela y su tía, en el fondo, eran tal para cual. La unión que
había entre aquellas mujeres era genuina y estupenda. Su
abuela adoraba a todos sus hijos, pero la relación que había
entre Samantha y ella era especial.

Hija, estás sudando —susurró Estela levantándose para
darle aire y, volviéndose hacia Lali, añadió—: A mí me pasó lo
mismo a su edad. Me entraban unos sudores tremendos cuando
me vino la menopausia.

¡Mamita! —chilló Samantha sin saber si reír o llorar.

Lali, divertida, las observaba y reía a carcajadas cuando su
abuela dijo:

Cariño, pero si no es nada malo. Eso les pasa a todas las
mujeres. A tu edad yo tenía unos sofocones horrorosos.

Mamita, no es lo que piensas. —Y mirándola dijo—. Siéntate,
tengo que decirte una cosa.

¡Ay Dios! No me asustes —protestó la mujer sentándose al
lado de su nieta—. Mira que ahora mismo llamo a Frederick, el
médico de la familia, y te hace un chequeo de pies a cabeza.

Lali y su tía Samantha sonrieron y la anciana prosiguió.

Si es que no os cuidáis. Lleváis una vida loca, no coméis en
condiciones.

Estoy embarazada —dijo Samantha.
Al oír aquello y ver la cara de su abuela, a Lali se le escapó
una sonora carcajada que atajó con rapidez al percatarse de la
mirada asesina de su abuela.

¿Que estás qué? —preguntó la mujer, incrédula, mirando a
su hija.

Embarazada —dijo Samantha con los ojos inundados de
lágrimas—. Vas a tener otra nieta.
Hacía ya ocho años desde aquel fatídico día y no pasaba ni
uno solo en que no pensara en Britney, su preciosa hija de once
años, que había muerto en un accidente de tráfico.

Es una niña. Y tranquila, la amniocentesis nos indicó que
está todo bien a pesar de mis cuarenta y nueve años —balbuceó
Samantha al ver a su madre tan callada—. Estoy de cinco meses
y, según mi tocólogo, la niña nacerá para el 12 de mayo. —La
anciana no podía ni hablar, por lo que ésta continuó—. No ha
sido un bebé buscado, mamita, ha sido un regalo. Un maravilloso
regalo, y John y Alfred —sus hijos de veintidós y veintiuno—
están como locos por tener en brazos a su hermana.

Pero… pero si la que tendría que tener hijos es ella y no tú
comentó Estela señalando a su nieta, que puso cara de
circunstancias.

Ni lo pienses, abuela —aclaró la nieta haciéndolas sonreír.

Y sin responder, la mujer se levantó y abrazó a su hija. La
pérdida de Britney casi la había vuelto loca y ella no era nadie
para amargarle aquel bonito momento.

Dios mío. Qué bendición de Dios. ¡Otra nieta más!

En ese momento se abrió la puerta y apareció Clarence, el
marido de Samantha. Un hombre alto, calvo y regordete de
buen corazón, que había esperado pacientemente fuera del despacho
y ya no podía esperar más. Estela, al verle asomar, dijo:

¡Ven aquí, sinvergüenza! —Y tras abrazarle le dijo haciéndole
sonreír—. Hemos venido charlando por el camino y no has
sido capaz de decírmelo. ¡Mal yerno!

Lali y Samantha empezaron a reírse. Clarence adoraba a su
suegra. Gracias a ella, a su fuerza y su coraje, Samantha pudo
continuar viviendo tras la pérdida de Britney.

Querida suegra, si se me ocurre decírtelo, tu hija me mata.

Mamita, quería decírtelo yo. —Y sonriendo añadió—: Te
mentimos. Hoy no vendrá el notario porque no hay nada que
firmar. Pero lo que sí vas a hacer es quedarte unos días conmigo
en casa. Necesito que estés aquí para que me ayudes a encargarme
de todo lo que tengo que preparar para la pequeña
Estela.

¡Estela! ¿Se va a llamar como yo?

Un nombre maravilloso, abuela —añadió Lali emocionada,
quitándose con un pañuelo unas lágrimas furtivas que habían
escapado de sus ojos.

Su tía y su abuela se abrazaban y hablaban sobre aquel grandioso
regalo inesperado que la vida había puesto en sus vidas.
Dos días después, Lali estaba en un avión rumbo a Chicago.
Junto a ella viajaba Tony Santos, su colaborador. Juntos habían
empezado la aventura hacía diez años, cuando ella llego a Los
Ángeles. Nunca olvidaría su primer día en la ciudad. Cuando
llegó al edificio donde su familia trabajaba y se sentó en la mesa
de su nuevo despacho. Su abuela y su tío se sentaron frente a
ella y escucharon lo que ésta podía aportar a la empresa. Luego
fue ella quien escuchó. Desde el primer momento, su abuela y
su tío Robert presintieron que Lali podría ser una estupenda
coordinadora para cualquier tipo de eventos, pero quizá por el
trabajo realizado con su madre en España, iba a ser una estupenda
coordinadora de bodas.
Una vez que ella aceptó el trabajo, le pusieron encima de su
mesa varios currículos de personas que se ofrecían para distintos
puestos de trabajo. Minutos después, su abuela y su tío la
dejaron sola en aquel despacho. Entonces, ella se puso a mirar
uno por uno los currículos. Era su primera decisión. Tras estudiarlos,
optó por entrevistar a varios candidatos.
La primera candidata fue una chica de Los Ángeles. Pero
cuando la vio entrar en su despacho, algo en ella le advirtió de
que aquella joven Barbie de pequeña minifalda y pechos exuberantes
no se adaptaría a lo que estaba buscando. El siguiente fue
un hombre de Phoenix, que le pareció excesivamente tranquilo
para el trabajo. La chica de Philadelpia le gustó, pero estaba
separada, era madre de tres hijos y no tenía disponibilidad para
viajar y, con todo el dolor de su corazón, la tuvo que descartar.
Otro que acabó igual fue un chico de Sacramento que llegó con
piercing en la ceja y en la nariz, y con pocas ganas de trabajar.
Pero cuando Tony, un chico de Puerto Rico, entró con su traje
azul impecable y bien planchado, y su camisa blanca, todo
comenzó a encajar.
A Lali le gustaron el color tostado de su piel, sus grandes
ojos negros, su expresividad y su dulce forma de comunicarse.

Tras aquella primera entrevista, concertó una segunda en la que
Lali se fijó en que Tony acudía con el mismo traje. Su dinero no
le daba para tener más de uno. Además, durante la reunión
Tony le indicó que era gay. Lali se sorprendió, pues no lo había
preguntado, y le aclaró que ella buscaba alguien competente
para el trabajo. Tony había llegado de Puerto Rico y necesitaba
una oportunidad como aquélla. Y así fue como ambos comenzaron
a trabajar en Pickers con el mismo empeño y las mismas
ganas de demostrarle a todos que eran un buen equipo.
Y Lali acertó. Tony y ella, desde el primer día, formaron un
dúo excepcional. Lo que no se le ocurría a uno, se le ocurría al
otro. Y fueron muchas las felicitaciones recibidas en todos
aquellos años.

Mira, ¿qué te parece? —dijo Tony, sentado junto a ella en
el avión, enseñándole su nuevo móvil.

Lali lo tomó en sus manos y, tras observarlo, pues le
encantaban las últimas tecnologías, respondió:

Es chulísimo. ¡Me encanta!

Es un regalo de Conrad. —Ella asintió—. Me dijo que así,
mientras estoy de viaje, le puedo mandar bonitas fotos de los
lugares adonde vamos.

Con complicidad, Lali apoyó su cabeza en el hombro de
Tony.

¿Sabes? Conrad me parece un tipo excepcional, me cae
muy bien. Te trata como ninguno lo ha hecho antes y creo que
vuestra historia puede ser estupenda.

Tras suspirar feliz, Tony se guardó el móvil en el bolsillo de
su camisa Ralph Lauren.

Yo también lo creo. Anoche me propuso que nos fueramos
a vivir juntos en su casa. No le contesté, le dije que me lo
pensaría. —lali le miró—. Pero ya sabes lo que pienso sobre
dejar mi casa. Lo hice una vez, pero no creo que lo haga dos.
La última relación que Tony había tenido había sido con un
inglés llamado John. Se había roto tras dos años de convivencia,
y, al final, Tony se había quedado sin casa. Hasta que encontró
un lugar decente donde vivir, lali, le acogió en la suya. Fue
agradable para los dos.

¿En serio?

Totalmente en serio —respondió mirándola a los ojos—. Le
dije que, cuando volviera de este viaje, hablaríamos de nuevo.

Creo que haces bien pensándotelo, aunque creo que Conrad
no es John.
Tony asintió. Conrad y John no podían ser más diferentes.

Eso ya lo sé, pero…

¿Sabes? —le interrumpió Lali—. No creo que porque una
vez te saliera mal con un idiota debas tener miedo. Además,
Conrad está loquito por ti. —Al ver cómo la miraba, con una
sonrisa, preguntó—: ¿Cuánto tiempo lleváis juntos?

Un año, tres meses y once días —respondió Tony.

¿Y cuánto hace que pasó lo de John?

Cuatro años o más.

Lali, apoyándose de nuevo en su hombro, dijo:

Vamos a ver, Tony, ¿no crees que ha llegado la hora de que
te des otra oportunidad? —Él suspiró—. Inténtalo de nuevo. Un
tipo como Conrad no aparece todos los días. Piénsalo. Él es un
tío atractivo, abogado, y que está coladito por ti —rió con satisfacción
al ver la felicidad de Tony—. Además, si algo sale mal,
sabes que mi casa siempre estará ahí.

Ya lo sé, reina —asintió él—. Como tú dices, tipos tan
maravillosos como Conrad no se encuentran todos los días. —Y
dándole un coscorrón, indicó—: Tú podrías aplicarte también el
cuento, ¿no te parece?

¿Referente a qué? —rió ésta tocándose la cabeza.

Pues referente a que los hombres existen, reina. Hay
hombres bajos, altos, guapos, feos, musculosos, sin músculos,
rubios, morenos, con dinero, sin dinero, con …

Basta… Basta ya, por favor —se carcajeó Lali.

¿Qué pasó con el tío aquel tan estupendo con el que saliste
a cenar hace dos días?

Al oír aquello, Lali suspiró y puso los ojos en blanco.

¿Alfred? —Él asintió—. Menudo sinvergüenza. Estaba casado
Tony se sorprendió—, y me enteré porque cuando
estábamos cenando le sonó el móvil. Era su mujer. A su hija la
estaban operando de apendicitis.

Pero ¿qué me estás contando? ¡Qué metedura de pata!
rió Tony.

Pues sí. Una enorme y tremenda metedura de pata.

Reina, escúchame. Si quieres que yo me dé una oportunidad,
dátela tú a ti.

Lali se acurrucó junto a él y sonrió antes de responder.

Ya me la daré. Pero tras lo del idiota de Alfred, no me
apetece. ¿Por qué seréis los tíos tan mentirosos?

No todos lo somos —corrigió Tony—. Pero qué papelón lo
de Alfred.

Pues sí, fue un papelón —sonrió al recordar su cara—. Se
puso tan nervioso que fue incapaz de inventar algo y, de
momento, he decidido que el único que ocupa mi corazón es
Spidercan.

¡Dios santo, Lali! Cualquiera que te oiga pensará que te
gusta la zoofilia.


¡No seas bruto! —dijo dándole un puñetazo—. Adoro a
Spidercan. Además, recuerda quién me lo regaló hace unos años
por Navidad.

Mmmm… no pude resistirme. Cuando pasé por aquella
tienda de animales y lo vi solo, con esos ojos tristes y esas orejas
grandes, no sé por qué, pero me recordó a ti.

¿Me estás llamando orejotas?

Al escucharla y ver su gesto de niña mala comenzó a reír y
recordó aquella mañana de Navidad, cuando todavía compartían
casa. Tony dejó bajo el árbol una caja que no paraba de
moverse. Elsa, con rapidez, se lanzó hacia ella y su cara de sorpresa
fue mayúscula cuando, al abrir la tapa, salió disparado un
cachorro marrón claro de cooker español que, subiéndosele a
los hombros, comenzó a lamerle la cara
¿Recuerdas cómo se subió a tu cabeza cuando abriste la
caja?
Elsa sonrió. Aquel recuerdo siempre estaría en su memoria.
Por supuesto. Por eso se llama Spidercan, porque trepa
como las arañas.
Lo has dejado con Samantha, ¿verdad?
Oh, sí. Adora a mi tía y allí le tratan como a un rey mientras
yo estoy de viaje. —Mirándose el reloj preguntó—. ¿A qué
hora quedaste con los del catering?
Con rapidez, Tony abrió su agenda:
A las cuatro y media. A las cinco con los de las flores y a las
seis tenemos el ensayo general de la boda —dijo.
Lali asintió, y ambos comenzaron a hablar de trabajo.
La tarde en Chicago fue un verdadero torbellino. Las
familias se ponían excesivamente nerviosas en las bodas y colaboraban
poco. El primer problema se presentó cuando se supo
que el padre de la novia, que la iba a acompañar hasta el altar,
se había roto una pierna. Con rapidez, la novia decidió que su
hermano Alan lo hiciera en su lugar. A partir de ese momento,
Tony se puso en acción para conseguirle un traje parecido al que
estaba preparado para el padre. El segundo surgió por culpa del
juez de paz. Se presentó achispado al ensayo general y la madre
del novio se negó a asistir a la boda si ese juez era el que iba a
dirigirla. Sin esperar un segundo, y acostumbrados a los
imprevistos, Lali y Tony buscaron a otro. Sin embargo, por la
noche, cuando llegaron al hotel, estaban exhaustos. Y mientras
se quedaban dormidos, rezaban porque al día siguiente, el día
de la boda, todo fuera mejor que durante el ensayo.
A la mañana siguiente, desde las ocho de la mañana, Tony y
Lali trabajaron sin descanso. La boda se celebraba en el jardín
trasero de la casa de la novia. Primero llegaron los del catering,
y comenzaron a montar las mesas redondas en aquel cuidado
jardín. Tony se encargaba de la distribución de mesas, mientras
Lali daba órdenes sobre dónde poner los grandes centros florales
y tranquilizaba a la madre de la novia. En el altar donde
horas más tarde se casarían, Donna y Kevin, de la floristería
contratada por Lali, organizaban el helecho y las orquídeas
blancas. Sobre las doce llegó el equipo de peluquería y maquillaje,
que se encargaría de la novia y sus damas de honor.
Tras varias latas de Coca-Cola, a la una apareció Fanny
Carmichael, amiga de Lali y famosa diseñadora que había sido
la encargada de crear el traje de la novia y las de las damas de
honor, que fue recibida por las chicas con aplausos. Tony y Lali
sonrieron. El que la diseñadora se presentara en casa de la clienta
no fallaba nunca. Donna, la novia, se puso su vestido de
crepé de corte princesa. Era una novia clásica que quería una
boda clásica.
Meses antes, poner de acuerdo a todas las madrinas no había
resultado tarea fácil. Unas querían ir de azul celeste y otras de
rosa palo. Al final, ante la falta de cooperación por parte de las
damas, Lali optó, siempre con el consentimiento de Donna, por
un color intermedio. Ni azul, ni rosa. Irían de naranja suave, lo
que pareció agradar a todas. Con los padrinos no hubo ningún
problema. Ellos acataron rápidamente lo que Lali les indicó.
De pronto y como ocurría en la mayoría de las ocasiones,
todo empezó a cuadrar. Las mesas estaban distribuidas tal y
como tenían dibujado en sus papeles, las flores ocupaban sus
lugares correspondientes en las mesas y en el altar y la novia
disfrutaba de su día. A las tres y media de la tarde llegaron los
músicos, quienes comenzaron a afinar sus instrumentos de
cuerda y viento. Media hora después, se les oía tocar una sinfonía
de Vivaldi muy agradable y relajante. A las cuatro de la
tarde, la novia y las damas de honor, vestidas y nerviosas, eran
entretenidas por el fotógrafo contratado. Lali no quería que
ningún familiar se quedara sin su foto.
El catering llegó y todo fue trasladado a la cocina de la casa.
Expertos cocineros y camareros que se encargarían de que las
cosas salieron bien. A las cinco y veinte de la tarde comenzaron
a llegar los invitados y a las seis menos cuarto Kevin, el novio,
junto a sus amigos esperaba sudoroso al lado al altar. A las seis
y cinco hizo su aparición la primera dama de honor portadora
del ramo de la novia. Detrás, y por parejas, llegaron las madrinas
y los padrinos con el lazo, los anillos, las arras, etcétera. Eso
sí, siempre manteniendo la distancia de separación entre las
del cortejo apareció una radiante Donna, con su precioso traje y
del brazo de su hermano, que al ver al novio, sonrió. Minutos
después, los contrayentes se juraban amor eterno.

¡Dios mío! —suspiró Tony tres horas más tarde mientras
tomaba una copa de champán en la cocina—. No puedo creer
que esto acabe por fin.

Lali le miro y sonrió. A pesar de que todo solía salir bien,
coordinar una boda nunca era fácil. El más mínimo error podía
echar a perder el día más importante de los novios. Pero con
una sonrisa asintió y dijo:

Sólo queda que corten la tarta y empiece el baile. Por
cierto, ¿ha llegado ya el grupo que tiene que tocar tras el
banquete?

Sí, están vistiéndose en el piso de arriba —respondió Tony
mientras masticaba un canapé de salmón.

Al escuchar aquello, Lali se relajó y cogiendo una copa de
champán murmuró:

Pues entonces, amigo mío, esto ya está casi terminado.

Ahora sólo nos queda disfrutar.
Tras el maravilloso banquete en que todo funcionó a la perfección,
Tony y Lali regresaron al hotel, destrozados.
El teléfono de su mesa sonaba cuando Lali entró en su despacho.
Era Mery.

¡Ya era hora, guapa! —dijo Lali al oír su voz.

Mery, que seguía viviendo en Bruselas, respondió:

Otra con lo mismo. Pero ¿no os dais cuenta de que yo
trabajo?

Sentándose, Lali suspiró y mientras miraba unas cartas le
contestó:

Oye, rica, ¿qué te crees que hacemos las demás?

Me imagino que trabajar, pero es que yo voy a doscientos
por hora.

Lali sonrió.

Te puedo asegurar que yo voy a quinientos por hora.

Bueno, vale —se rindió Mery—. Intentaré llamar más a
menudo, pero es que me sumerjo tanto en el trabajo que a veces
se me pasan los días y no me queda tiempo para nada.
Al escucharla, sintió en su amiga el mismo agobio que sufría
ella cuando su madre la llamaba. Echándose hacia atrás en su
silla, murmuró:

Vale… venga, yo también te entiendo. No hace falta llamar
todos los días pero de vez en cuando no estaría mal. Algún día
nos vamos a cansar nosotras de llamarte y verás.

¡No, por Dios! —gritó Mery—. Juro que llamaré más.
Bueno, cuéntame. ¿Cuál es el problema?

Euge.

¿Qué pasa?

Está mal con Nico.

Mery se encendió un cigarrillo. Aquel problema la sacaba
de sus casillas y, tras una primera calada, dijo:

Lo que tenía que hacer era mandarle a freír espárragos. No
entiendo qué hace todavía con ese… ese mamarracho. Debería
coger a los niños y marcharse.

No es tan fácil, Mery. Lo es para ti o para mí, pero ella
tiene hijos, está casada y enamorada. Te lo digo por si no lo
recuerdas.

Tras una nueva calada, Mery apuntó con rabia:

No se tenía que haber casado.

Al oírla, Lali sonrió. Si una de ellas no había cambiado, sin
duda, era Mery.

Tempanito, eso lo pensamos ahora, diez años después.
Pero cuando se casó, a todas nos pareció estupendo y
romántico.

A mí no —dijo con sinceridad Mery—. Y siempre lo dije.

Tienes razón, pero hablamos de Euge, no de ti, ni de mí.
Oye, escúchame, llámala. Necesita saber que seguimos estamos
aquí, ¿vale?

Sin perder un segundo, Mery abrió su carísimo bolso para
buscar su libreta de Gucci.

Ahora mismo la llamo, no te preocupes.
Lali se alegró. Sabía que Euge necesitaba caña y Mery era la
persona idónea para darla.

¡Qué bien! Se pondrá contenta cuando oiga tu voz. Y
bueno, ya que hablamos, ¿todo bien? ¿Sales con alguien?

Mery, con una fría sonrisa, asintió y respondió:

Todo perfecto. Ahora de vez en cuando salgo con Joel, un
tipo de la oficina que está increíble. —Al oír la risa de Lali
aclaró—: Pero no te emociones, no es nada serio.

Por lo menos te gustará, ¿no?

Mery sonrió. Joel era un tipo tremendamente atractivo.
Joven, atlético, guapo y triunfador. En definitiva, un cañón de
hombre y al pensar en él dijo:

¿A quién no le gustaría Joel? Es todo un bombón y en la
cama se porta superior.

De acuerdo. Eso está bien —sonrió Lali. Conocía a su
amiga y no iba a contar más allá de frivolidades.

Y tú qué —preguntó Mery—. ¿Te saldrán telarañas o
harás algo por disfrutar de la vida?

¿Qué? —Rió al oír aquello.

Que existen muchos hombres en el mundo, Lali. Si el idiota
de Maxi decidió abandonar vuestra historia, él se lo pierde.
Ese tipo será un desgraciado y un mentiroso compulsivo toda su
puñetera vida —dijo apagando su cigarro. Hablar de desamores
le traía amargos recuerdos—. No dejes de salir y conocer gente.

Tranquila. Salgo y me divierto mucho. No te preocupes
mintió al recordar su desastrosa última cita con aquel hombre
casado.

Bueno, así me gusta, que no te oxides. Por cierto, viajaré
dentro de poco a California. Tengo que hacer un catálogo para
una subasta de vinos del valle de Napa.

Al oírla, Lali se alegró. Eso quería decir que se podrían ver.

¿En serio? ¿Para qué bodega?
Sin muchas ganas, y encendiéndose otro cigarrillo, Mery
contestó.

Bodegas Depinie. Tienen viñedos en Francia e Italia, pero
la subasta la organiza su bodega de Napa. Si te soy sincera, no
me apetece nada encargarme de ese asunto. No soporto al
dueño. Sin embargo, es una de las mayores firmas que llevamos,
y aunque no me guste tengo que reconocer que es beneficioso
para mí como publicista y para la empresa.

Lo harás estupendamente —afirmó Lali mientras su amiga
maldecía por lo bajo—. Oye, entonces avisa para vernos, ¿vale?

Por supuesto, no te preocupes. Y ahora, querida mía, te
voy a dejar para llamar a nuestra adorada Euge. Aquí son las
once de la noche y me quiero ir a casa a descansar.

¿Todavía estás en la oficina? —preguntó Lali.

Sí, cariño, acabo de terminar con una tortuosa reunión. Ya
te he dicho que tengo mucho trabajo.

Tras hablar un par de minutos más, se despidieron y con
toda la paciencia de que disponía Mery, llamó a Euge, que se
puso a llorar en cuanto oyó su voz

Continuará....

3 comentarios:

  1. Jajaja a full mery
    El corazon de Lali tiene dueño y ese es Peter
    Quiero encuentro Laliter
    Besos

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  2. La locura d Mery ,parece k pone cordura en todas

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