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@LALITTER08
_________________________________________________________CAPITULO 7
23
de enero de 2009… diez años después
—Mamá,
escúchame —dijo Lali desde el teléfono de su despacho—.
Intentaré
llamar más a menudo, pero no te lo puedo
asegurar.
Tengo muchísimo trabajo. Además, dentro de dos días
salgo
para Chicago y estaré allí seis días. Por cierto —murmuró
con
una sonrisa—, hoy viene la abuela.
—Cariño,
inténtalo —respondió Bárbara tras oír a su hija—.
A
tu padre le hacen mucha ilusión tus llamadas. ¿Hoy va la
abuela?
Lali,
retirándose la melena de la cara, asintió.
—Sí
mamá. Hoy es el gran día.
Bárbara,
consciente de la noticia que le tenían que dar a su
madre,
resopló y dijo:
—Uff…
cariño. Ya me contarás. Dale besitos a ella y a la tía, y
diles
que las quiero mucho.
—Sí,
mamá, se lo diré —asintió ésta—. Oye, ¿hablaste con
Bea?
Bárbara,
al oír el nombre de su hija pequeña, que ya era una
mujer,
suspiró.
—Sí,
cariño. Está encantada con su vida en Londres.
—Mamá,
es normal. A ella le gusta otro tipo de diseño más
loco
y desenfadado. No puedes pretender que también opte por
los
vestidos de novia.
Beatriz,
la Llorona, ya era una mujer y había sido contratada
por
la empresa Vivels, ubicada en Londres, y dedicada al diseño
de
ropa bastante alternativa.
—Ya
lo sé, hija. Pero os echo de menos. Tú allí y ella en
Londres.
—Tienes
a Poli, mamá. —Pero rió al oír el resoplido de su
madre.
—¿Sabes
desde cuándo llevo sin hablar con él? —comentó
Bárbara,
algo molesta con su hijo—. ¡Tres semanas! Siempre le
llamo
yo, y no me importa, pero me gustaría que él o Marta me
llamaran
alguna vez.
Lali
sonrió. Su hermano y su cuñada eran unos despistados.
—No
lo tomes a mal, mamá, ya sabes cómo son los dos.
—Sí,
ya lo sé, hija. Pero es que a tu padre y a mí nos gustaría
verlos
más a menudo, en fin, nos gustarían muchas cosas de
ellos.
—Mamá,
tranquila —sonrió Lali al entenderla—. Estoy convencida
de
que cualquier día te harán abuela.
—¿Tú
crees que ésos dos quieren tener hijos? —preguntó
Bárbara—.
Me parece que sólo quieren viajar y pasarlo bien. No
sé
yo si los niños entran en sus planes.
Su
hijo y Marta llevaban casados siete años, más los de
noviazgo,
y no se les veía muy decididos a tener descendencia.
—Todo
llegará a su tiempo, mamá —rió Lali y cambió el
tema
o, de lo contrario, lo siguiente sería preguntarle si tenía
novio—.
Dime, ¿cómo está papá?
—Bien,
cariño. Trabajando como siempre. Anoche le dije que
hablaría
hoy contigo y me pidió que te mandara muchos besos
de
su parte, y que te comentara que él intentaría llamarte
durante
esta semana. Por cierto, ¿te contó Rocío que su
hermano
Julián ya tiene novia?
«Oh,
Dios…, ya empezamos», pensó Lali al oír aquello.
Tanto
su madre como la de Rocío, Carla, estaban demasiado
preocupadas
por las vidas íntimas de sus hijas, y no perdían
oportunidad
de recordárselo cada vez que hablaban con ellas.
—Sí,
me lo contó. Me alegro por él.
—Hija,
¿comes bien? ¿Has conocido a alguien interesante
últimamente?
«Lo
que faltaba… ahora empezará con el tercer grado», suspiró
al
escucharla pero, sin querer enfadarse con ella, dijo:
—Mamá,
¿tú crees que yo tengo tiempo para novios?
—Eres
joven. Si no tienes tiempo ahora, ¿cuándo lo tendrás?
—Vamos
a ver —resopló Lali—. No tengo tiempo, ni ganas, y
mucho
menos necesidad de buscar nada.
Pero
Bárbara contraatacó. Quería que su hija encontrara una
pareja
y no dejaría de recordárselo mientras viviera.
—Pero
yo digo que…
Lali,
a punto de chillar, se levantó justo en el momento en
que
Tony, su ayudante, entraba en el despacho y con un movimiento
de
la mano le indicaba que tenía otra llamada.
—Mamá
—la interrumpió encantada—. Mamá, tengo que
dejarte.
Ya te volveré a llamar y te contaré.
Tras
despedirse, colgó aliviada mientras Tony la miraba.
—Uff…
jefa, percibo que tu madre ha vuelto al ataque
—bromeó.
Lali,
tras echarse en un vaso un poco de agua, bebió y dijo.
—Te
juro que cada día me cuesta más contener su ataque.
—Ambos
rieron.
—Al
teléfono tienes a Ariadna —dijo Tony antes de
marcharse.
—¡Genial!
—aplaudió ésta y, tras coger el teléfono, comenzó
a
hablar con ella.
Ariadna
Gobertling era una muchacha de Phoenix que les
había
contratado para la organización de su boda. Su novio era
mexicano
y quería ofrecerles, a él y a su familia política, una
boda
lo más ostentosa posible.
—De
acuerdo, Ariadna. Entonces, a las cuatro te espero aquí.
Necesito
tu aprobación en algunos detalles. Hasta luego.
Tras
la conversación Lali colgó el teléfono, momento en el
que
entró la pizpireta de su abuela.
—¿Cómo
está mi preciosa nieta? —gritó Estela.
Con
una gran sonrisa, Lali se hizo la sorprendida. Se levantó
para
abrazarla y juntas se sentaron en el elegante sillón que
había
en el despacho.
—Abuela,
¿cuándo has llegado?
Estela,
dejando el bolso a un lado, miró a su nieta, que cada
día
se parecía más a ella.
—Esta
mañana. Clarence, el marido de Samantha, fue a buscarme
al
aeropuerto. Por lo visto a la una llegará Howard
Feldenson,
el notario, y tengo que firmar unos papeles. Y tú
¿qué
tal estás?
Reprimiendo
la sonrisa por la sorpresa que le iban a dar a su
abuela,
dijo:
—Con
muchísimo trabajo. Tengo contratadas cinco bodas.
Una
en Phoenix, dos en Los Ángeles, otra en Colorado Spring y
la
última en Chicago.
—Cada
día estoy más orgullosa de ti. Sin embargo no me
gusta
verte tan delgada —susurró mirándola.
«Buenoooooo…
ya empezamos», pensó Lali. Su madre y su
abuela
siempre la martirizaban con lo mismo, con que se echara
novio
y comiera bien.
—Abuela,
no estoy delgada, no empecemos.
La
mujer, tras mover la cabeza, asintió y, mirándola,
preguntó:
—¿Qué
tal funciona tu prima Beverly aquí? No le quiero preguntar
a
su padre para que no se moleste.
—Muy
bien, abuela. Es estupenda, y creativa. Creo que será
una
maravillosa coordinadora de eventos.
—Me
encanta ver a mis nietas trabajando juntas. —Y acercando
la
cara de Lali hacia sí para darle un beso en la frente,
dijo—:
¿Tienes algo nuevo que contarme?
«Noooooooooo»,
quiso gritar pero, tras un suspiro,
preguntó:
—¿Sobre
qué, abuela?
La
anciana, con una sonrisa soñadora, le dio un par de palmaditas
en
la mano y dijo.
—Eres
una mujer espabilada, atrevida y muy creativa, pero
me
gustaría que mi nieta tuviera vida privada.
—Abuela,
tengo vida privada, no te preocupes.
Pero
su abuela era tan cabezona como su madre y volvió a
insistir.
—¿A
qué llamas vida privada, a salir de paseo con tu perro
Spidercan?
Clavándose
las uñas en las palmas de las manos, miró a su
abuela
y dijo:
—Vamos
a ver. Tengo treinta y dos años, y estoy contenta
con
lo que hago. Si algún día tengo que conocer a alguien en
especial,
ya llegará. ¡No me agobies!
—Cariño
mío, a tu edad ya tenía a mis cuatro hijos. Además,
sigo
pensando que estás muy delgada.
—Vale…
vale, abuela —rió por no llorar—, pero es que tú eres
tú
y yo soy yo. Ahora la gente no tiene hijos tan alegremente.
Nos
pensamos con detenimiento si queremos hijos o no. —La
anciana
refunfuñó—. La vida, hoy por hoy, nos ofrece muchas
diversiones
que no son tener hijos y, no te preocupes, no estoy
delgada.
Me alimento muy bien y estoy en mi peso.
—Lo
dudo… —suspiró Estela—. Tanta tecnología, tanta comida
rápida
y tanto liberalismo os está minando horas de vida.
En
ese momento se cerró la puerta del despacho. La anciana,
al
ver a su hija Samantha, dijo:
—Ésta
es la que se está poniendo redonda. A este paso la
llevaremos
rodando por la calle.
Aquello
hizo reír a carcajadas a Lali. Samantha sonrió.
—Ya
estoy aquí, ¡Hola, mamita! —dijo ésta echándose en los
brazos
de su madre—. Y por favor, mamá, ¿quieres hacer el
favor
de dejar que Lali decida cuándo quiere tener novio o no?
—Su
madre la miró y sonrió—. ¡Déjala! Es joven, ya tendrá
tiempo
para casarse y tener hijos.
Estela,
feliz por verse rodeada de los suyos, sonrió. Samantha,
al
igual que Bárbara, se parecía mucho a ella, cosa que le
enorgullecía.
—Si
sigue así, será una solterona —protestó la anciana
haciéndolas
reír.
—Ay…,
mamita, creo que esa sangre italiana que corre por
tus
venas te hace ser un poco pesada con lo del matrimonio, los
hijos
y la comida.
Lali
sonrió y se levantó. Llenó un vaso de agua y se lo tendió
a
su tía mientras su abuela decía:
—Tiene
treinta y dos años, Samantha. ¿Cuándo va a tener
bebés?
—Mamita
—dijo Samantha con cariño—. Hoy en día las
mujeres
pueden tener hijos con más edad. Ya no hace falta tenerlos
con
veinte años, el mundo avanza.
—¿Y
a ti qué te pasa? —preguntó Estela al ver a su hija acalorada
y
con sudores, mientras Lali le tendía un vaso de agua y
se
sentaba junto a su abuela.
—Nada
grave —respondió ésta con rapidez, sentándose con
ellas.
Pero
la mujer, extrañada, dijo quitándose las gafas:
—Samantha
Pickers. Eres mi hija y sé perfectamente cuándo
te
ocurre algo.
Lali,
junto a ellas, las observaba con una media sonrisa. Su
abuela
y su tía, en el fondo, eran tal para cual. La unión que
había
entre aquellas mujeres era genuina y estupenda. Su
abuela
adoraba a todos sus hijos, pero la relación que había
entre
Samantha y ella era especial.
—Hija,
estás sudando —susurró Estela levantándose para
darle
aire y, volviéndose hacia Lali, añadió—: A mí me pasó lo
mismo
a su edad. Me entraban unos sudores tremendos cuando
me
vino la menopausia.
—¡Mamita!
—chilló Samantha sin saber si reír o llorar.
Lali,
divertida, las observaba y reía a carcajadas cuando su
abuela
dijo:
—Cariño,
pero si no es nada malo. Eso les pasa a todas las
mujeres.
A tu edad yo tenía unos sofocones horrorosos.
—Mamita,
no es lo que piensas. —Y mirándola dijo—. Siéntate,
tengo
que decirte una cosa.
—¡Ay
Dios! No me asustes —protestó la mujer sentándose al
lado
de su nieta—. Mira que ahora mismo llamo a Frederick, el
médico
de la familia, y te hace un chequeo de pies a cabeza.
Lali
y su tía Samantha sonrieron y la anciana prosiguió.
—Si
es que no os cuidáis. Lleváis una vida loca, no coméis en
condiciones.
—Estoy
embarazada —dijo Samantha.
Al
oír aquello y ver la cara de su abuela, a Lali se le escapó
una
sonora carcajada que atajó con rapidez al percatarse de la
mirada
asesina de su abuela.
—¿Que
estás qué? —preguntó la mujer, incrédula, mirando a
su
hija.
—Embarazada
—dijo Samantha con los ojos inundados de
lágrimas—.
Vas a tener otra nieta.
Hacía
ya ocho años desde aquel fatídico día y no pasaba ni
uno
solo en que no pensara en Britney, su preciosa hija de once
años,
que había muerto en un accidente de tráfico.
—Es
una niña. Y tranquila, la amniocentesis nos indicó que
está
todo bien a pesar de mis cuarenta y nueve años —balbuceó
Samantha
al ver a su madre tan callada—. Estoy de cinco meses
y,
según mi tocólogo, la niña nacerá para el 12 de mayo. —La
anciana
no podía ni hablar, por lo que ésta continuó—. No ha
sido
un bebé buscado, mamita, ha sido un regalo. Un maravilloso
regalo,
y John y Alfred —sus hijos de veintidós y veintiuno—
están
como locos por tener en brazos a su hermana.
—Pero…
pero si la que tendría que tener hijos es ella y no tú
—comentó
Estela señalando a su nieta, que puso cara de
circunstancias.
—Ni
lo pienses, abuela —aclaró la nieta haciéndolas sonreír.
Y
sin responder, la mujer se levantó y abrazó a su hija. La
pérdida
de Britney casi la había vuelto loca y ella no era nadie
para
amargarle aquel bonito momento.
—Dios
mío. Qué bendición de Dios. ¡Otra nieta más!
En
ese momento se abrió la puerta y apareció Clarence, el
marido
de Samantha. Un hombre alto, calvo y regordete de
buen
corazón, que había esperado pacientemente fuera del despacho
y
ya no podía esperar más. Estela, al verle asomar, dijo:
—¡Ven
aquí, sinvergüenza! —Y tras abrazarle le dijo haciéndole
sonreír—.
Hemos venido charlando por el camino y no has
sido
capaz de decírmelo. ¡Mal yerno!
Lali
y Samantha empezaron a reírse. Clarence adoraba a su
suegra.
Gracias a ella, a su fuerza y su coraje, Samantha pudo
continuar
viviendo tras la pérdida de Britney.
—Querida
suegra, si se me ocurre decírtelo, tu hija me mata.
—Mamita,
quería decírtelo yo. —Y sonriendo añadió—: Te
mentimos.
Hoy no vendrá el notario porque no hay nada que
firmar.
Pero lo que sí vas a hacer es quedarte unos días conmigo
en
casa. Necesito que estés aquí para que me ayudes a encargarme
de
todo lo que tengo que preparar para la pequeña
Estela.
—¡Estela!
¿Se va a llamar como yo?
—Un
nombre maravilloso, abuela —añadió Lali emocionada,
quitándose
con un pañuelo unas lágrimas furtivas que habían
escapado
de sus ojos.
Su
tía y su abuela se abrazaban y hablaban sobre aquel grandioso
regalo
inesperado que la vida había puesto en sus vidas.
Dos
días después, Lali estaba en un avión rumbo a Chicago.
Junto
a ella viajaba Tony Santos, su colaborador. Juntos habían
empezado
la aventura hacía diez años, cuando ella llego a Los
Ángeles.
Nunca olvidaría su primer día en la ciudad. Cuando
llegó
al edificio donde su familia trabajaba y se sentó en la mesa
de
su nuevo despacho. Su abuela y su tío se sentaron frente a
ella
y escucharon lo que ésta podía aportar a la empresa. Luego
fue
ella quien escuchó. Desde el primer momento, su abuela y
su
tío Robert presintieron que Lali podría ser una estupenda
coordinadora
para cualquier tipo de eventos, pero quizá por el
trabajo
realizado con su madre en España, iba a ser una estupenda
coordinadora
de bodas.
Una
vez que ella aceptó el trabajo, le pusieron encima de su
mesa
varios currículos de personas que se ofrecían para distintos
puestos
de trabajo. Minutos después, su abuela y su tío la
dejaron
sola en aquel despacho. Entonces, ella se puso a mirar
uno
por uno los currículos. Era su primera decisión. Tras estudiarlos,
optó
por entrevistar a varios candidatos.
La
primera candidata fue una chica de Los Ángeles. Pero
cuando
la vio entrar en su despacho, algo en ella le advirtió de
que
aquella joven Barbie de pequeña minifalda y pechos exuberantes
no
se adaptaría a lo que estaba buscando. El siguiente fue
un
hombre de Phoenix, que le pareció excesivamente tranquilo
para
el trabajo. La chica de Philadelpia le gustó, pero estaba
separada,
era madre de tres hijos y no tenía disponibilidad para
viajar
y, con todo el dolor de su corazón, la tuvo que descartar.
Otro
que acabó igual fue un chico de Sacramento que llegó con
piercing
en la ceja y en la nariz, y con pocas ganas de trabajar.
Pero
cuando Tony, un chico de Puerto Rico, entró con su traje
azul
impecable y bien planchado, y su camisa blanca, todo
comenzó
a encajar.
A
Lali le gustaron el color tostado de su piel, sus grandes
ojos
negros, su expresividad y su dulce forma de comunicarse.
Tras
aquella primera entrevista, concertó una segunda en la que
Lali
se fijó en que Tony acudía con el mismo traje. Su dinero no
le
daba para tener más de uno. Además, durante la reunión
Tony
le indicó que era gay. Lali se sorprendió, pues no lo había
preguntado,
y le aclaró que ella buscaba alguien competente
para
el trabajo. Tony había llegado de Puerto Rico y necesitaba
una
oportunidad como aquélla. Y así fue como ambos comenzaron
a
trabajar en Pickers con el mismo empeño y las mismas
ganas
de demostrarle a todos que eran un buen equipo.
Y
Lali acertó. Tony y ella, desde el primer día, formaron un
dúo
excepcional. Lo que no se le ocurría a uno, se le ocurría al
otro.
Y fueron muchas las felicitaciones recibidas en todos
aquellos
años.
—Mira,
¿qué te parece? —dijo Tony, sentado junto a ella en
el
avión, enseñándole su nuevo móvil.
Lali
lo tomó en sus manos y, tras observarlo, pues le
encantaban
las últimas tecnologías, respondió:
—Es
chulísimo. ¡Me encanta!
—Es
un regalo de Conrad. —Ella asintió—. Me dijo que así,
mientras
estoy de viaje, le puedo mandar bonitas fotos de los
lugares
adonde vamos.
Con
complicidad, Lali apoyó su cabeza en el hombro de
Tony.
—¿Sabes?
Conrad me parece un tipo excepcional, me cae
muy
bien. Te trata como ninguno lo ha hecho antes y creo que
vuestra
historia puede ser estupenda.
Tras
suspirar feliz, Tony se guardó el móvil en el bolsillo de
su
camisa Ralph Lauren.
—Yo
también lo creo. Anoche me propuso que nos fueramos
a
vivir juntos en su casa. No le contesté, le dije que me lo
pensaría.
—lali le miró—. Pero ya sabes lo que pienso sobre
dejar
mi casa. Lo hice una vez, pero no creo que lo haga dos.
La
última relación que Tony había tenido había sido con un
inglés
llamado John. Se había roto tras dos años de convivencia,
y,
al final, Tony se había quedado sin casa. Hasta que encontró
un
lugar decente donde vivir, lali, le acogió en la suya. Fue
agradable
para los dos.
—¿En
serio?
—Totalmente
en serio —respondió mirándola a los ojos—. Le
dije
que, cuando volviera de este viaje, hablaríamos de nuevo.
—Creo
que haces bien pensándotelo, aunque creo que Conrad
no
es John.
Tony
asintió. Conrad y John no podían ser más diferentes.
—Eso
ya lo sé, pero…
—¿Sabes?
—le interrumpió Lali—. No creo que porque una
vez
te saliera mal con un idiota debas tener miedo. Además,
Conrad
está loquito por ti. —Al ver cómo la miraba, con una
sonrisa,
preguntó—: ¿Cuánto tiempo lleváis juntos?
—Un
año, tres meses y once días —respondió Tony.
—¿Y
cuánto hace que pasó lo de John?
—Cuatro
años o más.
Lali,
apoyándose de nuevo en su hombro, dijo:
—Vamos
a ver, Tony, ¿no crees que ha llegado la hora de que
te
des otra oportunidad? —Él suspiró—. Inténtalo de nuevo. Un
tipo
como Conrad no aparece todos los días. Piénsalo. Él es un
tío
atractivo, abogado, y que está coladito por ti —rió con
satisfacción
al
ver la felicidad de Tony—. Además, si algo sale mal,
sabes
que mi casa siempre estará ahí.
—Ya
lo sé, reina —asintió él—. Como tú dices, tipos tan
maravillosos
como Conrad no se encuentran todos los días. —Y
dándole
un coscorrón, indicó—: Tú podrías aplicarte también el
cuento,
¿no te parece?
—¿Referente
a qué? —rió ésta tocándose la cabeza.
—Pues
referente a que los hombres existen, reina. Hay
hombres
bajos, altos, guapos, feos, musculosos, sin músculos,
rubios,
morenos, con dinero, sin dinero, con …
—Basta…
Basta ya, por favor —se carcajeó Lali.
—¿Qué
pasó con el tío aquel tan estupendo con el que saliste
a
cenar hace dos días?
Al
oír aquello, Lali suspiró y puso los ojos en blanco.
—¿Alfred?
—Él asintió—. Menudo sinvergüenza. Estaba casado
—Tony
se sorprendió—, y me enteré porque cuando
estábamos
cenando le sonó el móvil. Era su mujer. A su hija la
estaban
operando de apendicitis.
—Pero
¿qué me estás contando? ¡Qué metedura de pata!
—rió
Tony.
—Pues
sí. Una enorme y tremenda metedura de pata.
—Reina,
escúchame. Si quieres que yo me dé una oportunidad,
dátela
tú a ti.
Lali
se acurrucó junto a él y sonrió antes de responder.
—Ya
me la daré. Pero tras lo del idiota de Alfred, no me
apetece.
¿Por qué seréis los tíos tan mentirosos?
—No
todos lo somos —corrigió Tony—. Pero qué papelón lo
de
Alfred.
—Pues
sí, fue un papelón —sonrió al recordar su cara—. Se
puso
tan nervioso que fue incapaz de inventar algo y, de
momento,
he decidido que el único que ocupa mi corazón es
Spidercan.
—¡Dios
santo, Lali! Cualquiera que te oiga pensará que te
gusta
la zoofilia.
—¡No
seas bruto! —dijo dándole un puñetazo—. Adoro a
Spidercan.
Además, recuerda quién me lo regaló hace unos años
por
Navidad.
—Mmmm…
no pude resistirme. Cuando pasé por aquella
tienda
de animales y lo vi solo, con esos ojos tristes y esas orejas
grandes,
no sé por qué, pero me recordó a ti.
—¿Me
estás llamando orejotas?
Al
escucharla y ver su gesto de niña mala comenzó a reír y
recordó
aquella mañana de Navidad, cuando todavía compartían
casa.
Tony dejó bajo el árbol una caja que no paraba de
moverse.
Elsa, con rapidez, se lanzó hacia ella y su cara de sorpresa
fue
mayúscula cuando, al abrir la tapa, salió disparado un
cachorro
marrón claro de cooker español que, subiéndosele a
los
hombros, comenzó a lamerle la cara
—¿Recuerdas
cómo se subió a tu cabeza cuando abriste la
caja?
Elsa
sonrió. Aquel recuerdo siempre estaría en su memoria.
—Por
supuesto. Por eso se llama Spidercan, porque trepa
como
las arañas.
—Lo
has dejado con Samantha, ¿verdad?
—Oh,
sí. Adora a mi tía y allí le tratan como a un rey mientras
yo
estoy de viaje. —Mirándose el reloj preguntó—. ¿A qué
hora
quedaste con los del catering?
Con
rapidez, Tony abrió su agenda:
—A
las cuatro y media. A las cinco con los de las flores y a las
seis
tenemos el ensayo general de la boda —dijo.
Lali
asintió, y ambos comenzaron a hablar de trabajo.
La
tarde en Chicago fue un verdadero torbellino. Las
familias
se ponían excesivamente nerviosas en las bodas y colaboraban
poco.
El primer problema se presentó cuando se supo
que
el padre de la novia, que la iba a acompañar hasta el altar,
se
había roto una pierna. Con rapidez, la novia decidió que su
hermano
Alan lo hiciera en su lugar. A partir de ese momento,
Tony
se puso en acción para conseguirle un traje parecido al que
estaba
preparado para el padre. El segundo surgió por culpa del
juez
de paz. Se presentó achispado al ensayo general y la madre
del
novio se negó a asistir a la boda si ese juez era el que iba a
dirigirla.
Sin esperar un segundo, y acostumbrados a los
imprevistos,
Lali y Tony buscaron a otro. Sin embargo, por la
noche,
cuando llegaron al hotel, estaban exhaustos. Y mientras
se
quedaban dormidos, rezaban porque al día siguiente, el día
de
la boda, todo fuera mejor que durante el ensayo.
A
la mañana siguiente, desde las ocho de la mañana, Tony y
Lali
trabajaron sin descanso. La boda se celebraba en el jardín
trasero
de la casa de la novia. Primero llegaron los del catering,
y
comenzaron a montar las mesas redondas en aquel cuidado
jardín.
Tony se encargaba de la distribución de mesas, mientras
Lali
daba órdenes sobre dónde poner los grandes centros florales
y
tranquilizaba a la madre de la novia. En el altar donde
horas
más tarde se casarían, Donna y Kevin, de la floristería
contratada
por Lali, organizaban el helecho y las orquídeas
blancas.
Sobre las doce llegó el equipo de peluquería y maquillaje,
que
se encargaría de la novia y sus damas de honor.
Tras
varias latas de Coca-Cola, a la una apareció Fanny
Carmichael,
amiga de Lali y famosa diseñadora que había sido
la
encargada de crear el traje de la novia y las de las damas de
honor,
que fue recibida por las chicas con aplausos. Tony y Lali
sonrieron.
El que la diseñadora se presentara en casa de la clienta
no
fallaba nunca. Donna, la novia, se puso su vestido de
crepé
de corte princesa. Era una novia clásica que quería una
boda
clásica.
Meses
antes, poner de acuerdo a todas las madrinas no había
resultado
tarea fácil. Unas querían ir de azul celeste y otras de
rosa
palo. Al final, ante la falta de cooperación por parte de las
damas,
Lali optó, siempre con el consentimiento de Donna, por
un
color intermedio. Ni azul, ni rosa. Irían de naranja suave, lo
que
pareció agradar a todas. Con los padrinos no hubo ningún
problema.
Ellos acataron rápidamente lo que Lali les indicó.
De
pronto y como ocurría en la mayoría de las ocasiones,
todo
empezó a cuadrar. Las mesas estaban distribuidas tal y
como
tenían dibujado en sus papeles, las flores ocupaban sus
lugares
correspondientes en las mesas y en el altar y la novia
disfrutaba
de su día. A las tres y media de la tarde llegaron los
músicos,
quienes comenzaron a afinar sus instrumentos de
cuerda
y viento. Media hora después, se les oía tocar una sinfonía
de
Vivaldi muy agradable y relajante. A las cuatro de la
tarde,
la novia y las damas de honor, vestidas y nerviosas, eran
entretenidas
por el fotógrafo contratado. Lali no quería que
ningún
familiar se quedara sin su foto.
El
catering llegó y todo fue trasladado a la cocina de la casa.
Expertos
cocineros y camareros que se encargarían de que las
cosas
salieron bien. A las cinco y veinte de la tarde comenzaron
a
llegar los invitados y a las seis menos cuarto Kevin, el novio,
junto
a sus amigos esperaba sudoroso al lado al altar. A las seis
y
cinco hizo su aparición la primera dama de honor portadora
del
ramo de la novia. Detrás, y por parejas, llegaron las madrinas
y
los padrinos con el lazo, los anillos, las arras, etcétera. Eso
sí,
siempre manteniendo la distancia de separación entre las
del
cortejo apareció una radiante Donna, con su precioso traje y
del
brazo de su hermano, que al ver al novio, sonrió. Minutos
después,
los contrayentes se juraban amor eterno.
—¡Dios
mío! —suspiró Tony tres horas más tarde mientras
tomaba
una copa de champán en la cocina—. No puedo creer
que
esto acabe por fin.
Lali
le miro y sonrió. A pesar de que todo solía salir bien,
coordinar
una boda nunca era fácil. El más mínimo error podía
echar
a perder el día más importante de los novios. Pero con
una
sonrisa asintió y dijo:
—Sólo
queda que corten la tarta y empiece el baile. Por
cierto,
¿ha llegado ya el grupo que tiene que tocar tras el
banquete?
—Sí,
están vistiéndose en el piso de arriba —respondió Tony
mientras
masticaba un canapé de salmón.
Al
escuchar aquello, Lali se relajó y cogiendo una copa de
champán
murmuró:
—Pues
entonces, amigo mío, esto ya está casi terminado.
Ahora
sólo nos queda disfrutar.
Tras
el maravilloso banquete en que todo funcionó a la perfección,
Tony
y Lali regresaron al hotel, destrozados.
El
teléfono de su mesa sonaba cuando Lali entró en su despacho.
Era
Mery.
—¡Ya
era hora, guapa! —dijo Lali al oír su voz.
Mery,
que seguía viviendo en Bruselas, respondió:
—Otra
con lo mismo. Pero ¿no os dais cuenta de que yo
trabajo?
Sentándose,
Lali suspiró y mientras miraba unas cartas le
contestó:
—Oye,
rica, ¿qué te crees que hacemos las demás?
—Me
imagino que trabajar, pero es que yo voy a doscientos
por
hora.
Lali
sonrió.
—Te
puedo asegurar que yo voy a quinientos por hora.
—Bueno,
vale —se rindió Mery—. Intentaré llamar más a
menudo,
pero es que me sumerjo tanto en el trabajo que a veces
se
me pasan los días y no me queda tiempo para nada.
Al
escucharla, sintió en su amiga el mismo agobio que sufría
ella
cuando su madre la llamaba. Echándose hacia atrás en su
silla,
murmuró:
—Vale…
venga, yo también te entiendo. No hace falta llamar
todos
los días pero de vez en cuando no estaría mal. Algún día
nos
vamos a cansar nosotras de llamarte y verás.
—¡No,
por Dios! —gritó Mery—. Juro que llamaré más.
Bueno,
cuéntame. ¿Cuál es el problema?
—Euge.
—¿Qué
pasa?
—Está
mal con Nico.
Mery
se encendió un cigarrillo. Aquel problema la sacaba
de
sus casillas y, tras una primera calada, dijo:
—Lo
que tenía que hacer era mandarle a freír espárragos. No
entiendo
qué hace todavía con ese… ese mamarracho. Debería
coger
a los niños y marcharse.
—No
es tan fácil, Mery. Lo es para ti o para mí, pero ella
tiene
hijos, está casada y enamorada. Te lo digo por si no lo
recuerdas.
Tras
una nueva calada, Mery apuntó con rabia:
—No
se tenía que haber casado.
Al
oírla, Lali sonrió. Si una de ellas no había cambiado, sin
duda,
era Mery.
—Tempanito,
eso lo pensamos ahora, diez años después.
Pero
cuando se casó, a todas nos pareció estupendo y
romántico.
—A
mí no —dijo con sinceridad Mery—. Y siempre lo dije.
—Tienes
razón, pero hablamos de Euge, no de ti, ni de mí.
Oye,
escúchame, llámala. Necesita saber que seguimos estamos
aquí,
¿vale?
Sin
perder un segundo, Mery abrió su carísimo bolso para
buscar
su libreta de Gucci.
—Ahora
mismo la llamo, no te preocupes.
Lali
se alegró. Sabía que Euge necesitaba caña y Mery era la
persona
idónea para darla.
—¡Qué
bien! Se pondrá contenta cuando oiga tu voz. Y
bueno,
ya que hablamos, ¿todo bien? ¿Sales con alguien?
Mery,
con una fría sonrisa, asintió y respondió:
—Todo
perfecto. Ahora de vez en cuando salgo con Joel, un
tipo
de la oficina que está increíble. —Al oír la risa de Lali
aclaró—:
Pero no te emociones, no es nada serio.
—Por
lo menos te gustará, ¿no?
Mery
sonrió. Joel era un tipo tremendamente atractivo.
Joven,
atlético, guapo y triunfador. En definitiva, un cañón de
hombre
y al pensar en él dijo:
—¿A
quién no le gustaría Joel? Es todo un bombón y en la
cama
se porta superior.
—De
acuerdo. Eso está bien —sonrió Lali. Conocía a su
amiga
y no iba a contar más allá de frivolidades.
—Y
tú qué —preguntó Mery—. ¿Te saldrán telarañas o
harás
algo por disfrutar de la vida?
—¿Qué?
—Rió al oír aquello.
—Que
existen muchos hombres en el mundo, Lali. Si el idiota
de
Maxi decidió abandonar vuestra historia, él se lo pierde.
Ese
tipo será un desgraciado y un mentiroso compulsivo toda su
puñetera
vida —dijo apagando su cigarro. Hablar de desamores
le
traía amargos recuerdos—. No dejes de salir y conocer gente.
—Tranquila.
Salgo y me divierto mucho. No te preocupes
—mintió
al recordar su desastrosa última cita con aquel hombre
casado.
—Bueno,
así me gusta, que no te oxides. Por cierto, viajaré
dentro
de poco a California. Tengo que hacer un catálogo para
una
subasta de vinos del valle de Napa.
Al
oírla, Lali se alegró. Eso quería decir que se podrían ver.
—¿En
serio? ¿Para qué bodega?
Sin
muchas ganas, y encendiéndose otro cigarrillo, Mery
contestó.
—Bodegas
Depinie. Tienen viñedos en Francia e Italia, pero
la
subasta la organiza su bodega de Napa. Si te soy sincera, no
me
apetece nada encargarme de ese asunto. No soporto al
dueño.
Sin embargo, es una de las mayores firmas que llevamos,
y
aunque no me guste tengo que reconocer que es beneficioso
para
mí como publicista y para la empresa.
—Lo
harás estupendamente —afirmó Lali mientras su amiga
maldecía
por lo bajo—. Oye, entonces avisa para vernos, ¿vale?
—Por
supuesto, no te preocupes. Y ahora, querida mía, te
voy
a dejar para llamar a nuestra adorada Euge. Aquí son las
once
de la noche y me quiero ir a casa a descansar.
—¿Todavía
estás en la oficina? —preguntó Lali.
—Sí,
cariño, acabo de terminar con una tortuosa reunión. Ya
te
he dicho que tengo mucho trabajo.
Tras
hablar un par de minutos más, se despidieron y con
toda
la paciencia de que disponía Mery, llamó a Euge, que se
puso
a llorar en cuanto oyó su vozContinuará....
Jajaja a full mery
ResponderEliminarEl corazon de Lali tiene dueño y ese es Peter
Quiero encuentro Laliter
Besos
Otroooo :)
ResponderEliminarLa locura d Mery ,parece k pone cordura en todas
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