miércoles, 15 de julio de 2015

OLVIDE OLVIDARTE: Capitulo 10

CAPITULO 10


Una vez en el coche de Peter, Lali le fue indicando cómo ir
hasta su casa. Al llegar aparcaron y cuando Lali fue a apearse,
Peter la sujetó y la cogió en brazos. Lali protestó, pero él no le
hizo caso. Ya en el ascensor, dijo:

Suéltame si quieres. Puedo usar las muletas que has
traído.

Lo hago por tu pie —dijo sonriente—. No es porque quiera
cargar contigo en brazos. Por lo tanto, deja las muletas quietas y
dime que falta poco para llegar a tu casa, porque pesas un poco.

Al decir aquello, Lali se sonrojó, cosa que volvió a hacer sonreír
a Peter, que se lo estaba pasando estupendamente con
aquella situación surrealista. Ni en el mejor de sus sueños
habría llegado a imaginar que aquella muchacha volvería a
aparecer en su vida. Sabía de ella por medio de su hermana,
pero no la había llamado nunca.
Al entrar en la casa, una pequeña bola de pelo marrón
acudió a recibirles.

¡Spidercan, quita! —regañó Lali al perro al ver que éste no
les dejaba pasar—. Por favor, déjame en el sofá y pon las
muletas ahí.

Él la soltó donde ella dijo y tras colocar las muletas en el
lugar que ella le había indicado, le preguntó dónde estaba la
cocina. Ella se lo explicó y, a los dos segundos, apareció con un
vaso de agua para ella.

Bonito perro —comentó Peter.

Se llama Spidercan. —Al decir aquel nombre, vio cómo se
dibujaba una sonrisa en el rostro del doctor.

Vaya, ¡un perro araña! —bromeó él y, dándole dos pastillas,
dijo—: Una es un calmante y la otra un antiinflamatorio.
Tómatelas tres veces al día; con el desayuno, la comida y la
cena.

En ese momento un ruido procedente del estómago de Lali
hizo que Peter la mirara y ella se pusiera roja como un tomate.

¿Desde cuándo llevas sin comer? —preguntó el hombre,
divertido.

Pero, al ver que ella no pensaba contestar, se volvió hacia el
can y dijo mientras cogía de nuevo las llaves de la casa de Lali:

Voy a sacar al perro araña. Ahora volvemos. —Y, tras decir
aquello, desapareció dejando a una desconcertada y dolorida

Lali sentada en el sofá de su casa.
Media hora después, la mujer oyó cómo la llave abría la
puerta y, a los pocos segundos, Spidercan, con la lengua arrastrando,
iba corriendo a beber agua. Peter entró y acercándose a
ella preguntó:

¿Qué te apetece cenar?

Te agradezco tu amabilidad, pero imagino que tendrás que
irte ya.

No te preocupes, no tengo nada importante que hacer
mintió él.
Durante el paseo que había dado a Spidercan, había
aprovechado para llamar a una amiga y aplazar una cita con ella
para otro día.

Venga, tonta, anímate —dijo enseñándole la publicidad
que había cogido de una pizzería cercana—. ¿Te apetece pizza?

En ese momento, las indiscretas tripas de Lali volvieron a
rugir.

De acuerdo —sonrió ella—. Doble de queso, con bacón,
aceitunas negras y sin anchoas.
Peter cogió el teléfono y encargó la cena. Media hora más
tarde ambos estaban comiendo pizza y charlando sobre sus
vidas. Lali le contó cómo le iba en Los Ángeles, y él aprovechó
para observarla a sus anchas. Los años le habían sentado bien y,
aunque continuaba teniendo esa inocencia en su cara, reconocía
que la madurez de su rostro la hacía más atractiva. Hacía
tiempo que no pensaba en ella, pero al tenerla allí sentada con
esa camiseta amarilla, un vaquero y el pelo recogido en una cola
de caballo alta, pensó en cuánto le gustaría besarla. Si hubiera
sido cualquiera de sus conquistas, no lo habría dudado un
segundo, pero tratándose de Lali, mejor era abstenerse. Una vez
finalizada la cena, Peter llevó las cajas vacías a la cocina y al
regresar al confortable salón fue hasta el ventanal, desde donde
tenía una estupenda vista nocturna de Los Ángeles.

¿Vives desde hace mucho tiempo aquí?

Exactamente ocho años.

Lali había puesto mucho corazón para decorar aquel apartamento.
Estaba lleno de recuerdos que ella había acumulando
durante años y estaba orgullosa de la casa tan bonita que había
conseguido. Mirándole, dijo:

Cuando me vine a vivir a Estados Unidos, primero pasé
dos meses en San Diego con la abuela y luego estuve en un piso
alquilado hasta que encontré éste, que ahora es de mi
propiedad.
Él confirmaba y asentía.

Creo que hiciste una buena compra. Es un apartamento
agradable, además de que está en un barrio estupendo.

¿Dónde vives tú?

Mientras le veía mirar por el ventanal, Lali observó su perfil.
Aquella mirada que lo escrutaba todo, su boca grande, su nariz
recta, su pelo negro como la noche, largo y recogido en una
coleta, y el perfecto acoplamiento del vaquero a sus nalgas le
hacían parecer salvaje y muy sensual. Durante la cena, él le
explicó que además de ser jefe de urgencias, entrenaba un
equipo de baloncesto en Chinatown, y eso seguro le hacía estar
en forma. Sin poder evitarlo al mirarle de nuevo el trasero,
pensó en sus amigas y en sus mordaces comentarios si hubieran
estado allí. Peter, a través del cristal, veía cómo ella le miraba,
pero no se imaginaba ni por un segundo lo que pensaba, y
volviéndose hacia ella, respondió:

Vivo en la zona de la playa —dijo sentándose frente ella,
por lo que Lali dejó de mirarle con aquel descaro—. Antes vivía
en Chinatown, pero hace unos meses Carlos, un médico que trabaja
en el hospital, me propuso compartir gastos y alquilamos
una casa allí.
Nerviosa por cómo éste la miraba, dijo tomando su Coca-
Cola:

¿Y qué tal se vive en la playa?

De momento bien. La casa no es tan lujosa como ésta, pero
creo que Carlos y yo hemos encontrado el equilibrio justo para
que el hogar de dos médicos sea una casa agradable a la vista y
limpia —rió al recordar los dos primeros meses de convivencia—.
Sobre todo recogida. ¿Tú vives sola?

Se moría por preguntarle si salía con alguien, pero intuía que
no debía hacerlo.

Sola, sola no. —Y señalando a Spidercan, que dormía en su
rincón preferido comentó—: Él me hace mucha compañía. Entre
el trabajo, la familia y él, me doy por satisfecha. ¿Y tú por qué
vives con Carlos?

Pues… —dijo tras pensar la respuesta—. Anteriormente
vivía con Belén, mi ex, pero tras romper con ella y proponerme
Carlos compartir gastos en una casa que le habían enseñado
unos amigos frente a la playa, no me lo pensé dos veces y acepté.

Vaya, siento lo de tu ex —mintió Lali.

Ya está superado.

Recordar aquello no le agradaba. Todavía le dolía pensar
cómo Belén había jugado con él. Según ella se había aburrido de
estar con un simple médico y, tras serle infiel con un ejecutivo,
decidió que el otro le convenía más.

Siento haberte recordado algo así. No son cosas
agradables.

La vida no es fácil, Lali —respondió mirándola con intensidad—.
Unas veces se gana y otras se pierde. Por cierto, si te
hago una pregunta ¿me contestarás?
Sí —afirmó ella, aunque añadió—. Si no es muy indiscreta,
claro que sí.

Él sonrió y clavando su oscura mirada en ella dijo:

Hace años, cuando ambos nos vinimos a vivir a Estados
Unidos, mi hermana me dio el teléfono de tu trabajo. Te llamé
en varias ocasiones, pero nunca conseguí hablar contigo. ¿Llegaste
a saber de aquellas llamadas?

Sí —asintió al recordar las llamadas que había evitado
responder—. Te mentiría si te dijera que no supe que me habías
llamado. Pero acababa de llegar aquí, tenía mucho trabajo y,
sinceramente, lo que menos me apetecía era salir a tomar algo
contigo.
Al recordar la impaciencia con la que había esperado su
respuesta, hasta que asumió que ella nunca le llamaría,
preguntó:

¿Por qué no me telefoneaste para decírmelo? Una llamada
no se le niega a ningún amigo, y menos siendo el hermano de
una de tus mejores amigas.

Tienes razón. Te pido mil disculpas —susurró, escrutándole
con la mirada.

Claro que estás perdonada.

«Qué sexy eres, Peter», pensó Lali al sentir y oler su aroma
de hombre.
Él sonrió mientras se levantaba y se sentaba junto a ella en el
sofá y, mirándola a los ojos, dijo para excitarla:

Quiero que sepas que en aquel momento me rompiste el
corazón.

Ella lo sabía. Euge, años atrás, le había comentado la
desilusión que se había llevado su hermano ante la falta de
respuesta a sus llamadas. Pero tras aquel día ni Euge le había
contado nada de su hermano, ni ella le había vuelto a preguntar.

¿En serio? —murmuró con coquetería.

Muy en serio. Pero no te preocupes, todo se supera y más
cuando uno es un «crío» —dijo arrastrando aquella última
palabra, mientras con su mano tocaba un mechón del cabello de
Lali. Ella no se retiró.

¿Todavía lo recuerdas? —Él asintió lentamente, cada vez
más cerca—. Éramos unos niños y a esas edades cuatro años son
un mundo.

Perdona, no te equivoques —susurró él muy, muy cerca—.
El crío era yo. Siempre te encargaste de recordarme que tenía
cuatro años menos que tú y…

Sin terminar la frase, Peter acercó sus labios a los de ella y
ésta los aceptó. Durante unos segundos se besaron con ternura,
miedo y placer. Pero cuando el sabor dulce del sexo llenó sus
sentidos, fue Lali quién atrapó su boca y jugó con él hasta que
Peter, excitado, la agarró de la cabeza, la atrajo hacia sí y le
devoró la boca, hasta que Lali soltó un gemido de placer.
Entonces Peter, con una sonrisa morbosa y sexy, se apartó y
continuó hablando mientras observaba la cara de desconcierto
de Lali.
Y lo mejor de todo lo que he dicho antes, Lali, es que aún
sigo siendo cuatro años menor que tú, y por lo tanto, para ti, un
«crío».

Al escuchar aquello y ver la sonrisa socarrona en los labios
de él, ella dijo enfadada:

No lo vuelvas a hacer —siseó señalándole con el dedo.
Él, con una sonrisa encantadora, se echó para atrás en el
sillón y preguntó con picardía:

¿El qué?

Lo que acabas de hacer —dijo separándose de él.

Me ha dado la sensación de que te gustaba —se atrevió a
decir, y le encantó ver la cara de circunstancias de ella.

Eso es lo que tú te crees, engreído —gruñó frunciendo el
entrecejo—. Lo que tienes es mucha cara. Te ofreces a traerme a
mi casa y ahora ¿pretendes seducirme?

¿Qué? —soltó una estruendosa carcajada, que hizo
levantar a Spidercan su cabeza del cojín.

Enfadada y avergonzada por lo ocurrido, Lali gruñó y dijo:

Vete de mi casa.

¿Me echas?

Aquella sonrisa burlona la descompuso. Tuvo que contenerse
para no darle con la muleta que descansaba cerca de ella,
mientras observaba cómo Peter se levantaba y se dirigía hacia
la puerta.

Está bien, me iré. No veo muy buenas intenciones en ti.
Ella resopló—. Si necesitas algo, ya sabes dónde encontrarme.
Como pudo se levantó, cogió las muletas y le siguió hasta la
puerta.

Dudo que quiera nada más de ti. —Y, cuando por fin tuvo a
Peter al otro lado de la puerta, dijo—: Gracias por tu
amabilidad.

Sujetando la puerta, pues intuía las intenciones de ella, dijo
en tono burlón:

Espero que nos volvamos a ver para poder demostrarte
que los «críos» crecen.

¡Vete a freír espárragos!

Al oír la carcajada de Peter, soltó las muletas y sin pensar en
su pie, y con una fuerza que ni el mismo Peter esperaba,
empujó la puerta hasta cerrarla, mientras aún escuchaba las
risotadas del hermano de su amiga. Su tobillo se resintió y,
maldiciendo, volvió a tirarse en el sillón. Poco a poco aquel
dolor cedió, junto a su mala leche, para dejar paso a unas excitantes
sensaciones al pensar en Peter. Él, por su parte, al salir a
la calle fue hasta donde había aparcado su coche, y antes de
montarse en él, miró hacia arriba, vio la luz anaranjada que
salía del apartamento de Lali y, tras sonreír, se montó en el

vehículo, arrancó y se marchó.

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