CAPITULO 10
Una
vez en el coche de Peter, Lali le fue indicando cómo ir
hasta
su casa. Al llegar aparcaron y cuando Lali fue a apearse,
Peter
la sujetó y la cogió en brazos. Lali protestó, pero él no le
hizo
caso. Ya en el ascensor, dijo:
—Suéltame
si quieres. Puedo usar las muletas que has
traído.
—Lo
hago por tu pie —dijo sonriente—. No es porque quiera
cargar
contigo en brazos. Por lo tanto, deja las muletas quietas y
dime
que falta poco para llegar a tu casa, porque pesas un poco.
Al
decir aquello, Lali se sonrojó, cosa que volvió a hacer sonreír
a
Peter, que se lo estaba pasando estupendamente con
aquella
situación surrealista. Ni en el mejor de sus sueños
habría
llegado a imaginar que aquella muchacha volvería a
aparecer
en su vida. Sabía de ella por medio de su hermana,
pero
no la había llamado nunca.
Al
entrar en la casa, una pequeña bola de pelo marrón
acudió
a recibirles.
—¡Spidercan,
quita! —regañó Lali al perro al ver que éste no
les
dejaba pasar—. Por favor, déjame en el sofá y pon las
muletas
ahí.
Él
la soltó donde ella dijo y tras colocar las muletas en el
lugar
que ella le había indicado, le preguntó dónde estaba la
cocina.
Ella se lo explicó y, a los dos segundos, apareció con un
vaso
de agua para ella.
—Bonito
perro —comentó Peter.
—Se
llama Spidercan. —Al decir aquel nombre, vio cómo se
dibujaba
una sonrisa en el rostro del doctor.
—Vaya,
¡un perro araña! —bromeó él y, dándole dos pastillas,
dijo—:
Una es un calmante y la otra un antiinflamatorio.
Tómatelas
tres veces al día; con el desayuno, la comida y la
cena.
En
ese momento un ruido procedente del estómago de Lali
hizo
que Peter la mirara y ella se pusiera roja como un tomate.
—¿Desde
cuándo llevas sin comer? —preguntó el hombre,
divertido.
Pero,
al ver que ella no pensaba contestar, se volvió hacia el
can
y dijo mientras cogía de nuevo las llaves de la casa de Lali:
—Voy
a sacar al perro araña. Ahora volvemos. —Y, tras decir
aquello,
desapareció dejando a una desconcertada y dolorida
Lali
sentada en el sofá de su casa.
Media
hora después, la mujer oyó cómo la llave abría la
puerta
y, a los pocos segundos, Spidercan, con la lengua arrastrando,
iba
corriendo a beber agua. Peter entró y acercándose a
ella
preguntó:
—¿Qué
te apetece cenar?
—Te
agradezco tu amabilidad, pero imagino que tendrás que
irte
ya.
—No
te preocupes, no tengo nada importante que hacer
—mintió
él.
Durante
el paseo que había dado a Spidercan, había
aprovechado
para llamar a una amiga y aplazar una cita con ella
para
otro día.
—Venga,
tonta, anímate —dijo enseñándole la publicidad
que
había cogido de una pizzería cercana—. ¿Te apetece pizza?
En
ese momento, las indiscretas tripas de Lali volvieron a
rugir.
—De
acuerdo —sonrió ella—. Doble de queso, con bacón,
aceitunas
negras y sin anchoas.
Peter
cogió el teléfono y encargó la cena. Media hora más
tarde
ambos estaban comiendo pizza y charlando sobre sus
vidas.
Lali le contó cómo le iba en Los Ángeles, y él aprovechó
para
observarla a sus anchas. Los años le habían sentado bien y,
aunque
continuaba teniendo esa inocencia en su cara, reconocía
que
la madurez de su rostro la hacía más atractiva. Hacía
tiempo
que no pensaba en ella, pero al tenerla allí sentada con
esa
camiseta amarilla, un vaquero y el pelo recogido en una cola
de
caballo alta, pensó en cuánto le gustaría besarla. Si hubiera
sido
cualquiera de sus conquistas, no lo habría dudado un
segundo,
pero tratándose de Lali, mejor era abstenerse. Una vez
finalizada
la cena, Peter llevó las cajas vacías a la cocina y al
regresar
al confortable salón fue hasta el ventanal, desde donde
tenía
una estupenda vista nocturna de Los Ángeles.
—¿Vives
desde hace mucho tiempo aquí?
—Exactamente
ocho años.
Lali
había puesto mucho corazón para decorar aquel apartamento.
Estaba
lleno de recuerdos que ella había acumulando
durante
años y estaba orgullosa de la casa tan bonita que había
conseguido.
Mirándole, dijo:
—Cuando
me vine a vivir a Estados Unidos, primero pasé
dos
meses en San Diego con la abuela y luego estuve en un piso
alquilado
hasta que encontré éste, que ahora es de mi
propiedad.
Él
confirmaba y asentía.
—Creo
que hiciste una buena compra. Es un apartamento
agradable,
además de que está en un barrio estupendo.
—¿Dónde
vives tú?
Mientras
le veía mirar por el ventanal, Lali observó su perfil.
Aquella
mirada que lo escrutaba todo, su boca grande, su nariz
recta,
su pelo negro como la noche, largo y recogido en una
coleta,
y el perfecto acoplamiento del vaquero a sus nalgas le
hacían
parecer salvaje y muy sensual. Durante la cena, él le
explicó
que además de ser jefe de urgencias, entrenaba un
equipo
de baloncesto en Chinatown, y eso seguro le hacía estar
en
forma. Sin poder evitarlo al mirarle de nuevo el trasero,
pensó
en sus amigas y en sus mordaces comentarios si hubieran
estado
allí. Peter, a través del cristal, veía cómo ella le miraba,
pero
no se imaginaba ni por un segundo lo que pensaba, y
volviéndose
hacia ella, respondió:
—Vivo
en la zona de la playa —dijo sentándose frente ella,
por
lo que Lali dejó de mirarle con aquel descaro—. Antes vivía
en
Chinatown, pero hace unos meses Carlos, un médico que trabaja
en
el hospital, me propuso compartir gastos y alquilamos
una
casa allí.
Nerviosa
por cómo éste la miraba, dijo tomando su Coca-
Cola:
—¿Y
qué tal se vive en la playa?
—De
momento bien. La casa no es tan lujosa como ésta, pero
creo
que Carlos y yo hemos encontrado el equilibrio justo para
que
el hogar de dos médicos sea una casa agradable a la vista y
limpia
—rió al recordar los dos primeros meses de convivencia—.
Sobre
todo recogida. ¿Tú vives sola?
Se
moría por preguntarle si salía con alguien, pero intuía que
no
debía hacerlo.
—Sola,
sola no. —Y señalando a Spidercan, que dormía en su
rincón
preferido comentó—: Él me hace mucha compañía. Entre
el
trabajo, la familia y él, me doy por satisfecha. ¿Y tú por qué
vives
con Carlos?
—Pues…
—dijo tras pensar la respuesta—. Anteriormente
vivía
con Belén, mi ex, pero tras romper con ella y proponerme
Carlos
compartir gastos en una casa que le habían enseñado
unos
amigos frente a la playa, no me lo pensé dos veces y acepté.
—Vaya,
siento lo de tu ex —mintió Lali.
—Ya
está superado.
Recordar
aquello no le agradaba. Todavía le dolía pensar
cómo
Belén había jugado con él. Según ella se había aburrido de
estar
con un simple médico y, tras serle infiel con un ejecutivo,
decidió
que el otro le convenía más.
—Siento
haberte recordado algo así. No son cosas
agradables.
—La
vida no es fácil, Lali —respondió mirándola con intensidad—.
Unas
veces se gana y otras se pierde. Por cierto, si te
hago
una pregunta ¿me contestarás?
—Sí
—afirmó ella, aunque añadió—. Si no es muy indiscreta,
claro
que sí.
Él
sonrió y clavando su oscura mirada en ella dijo:
—Hace
años, cuando ambos nos vinimos a vivir a Estados
Unidos,
mi hermana me dio el teléfono de tu trabajo. Te llamé
en
varias ocasiones, pero nunca conseguí hablar contigo. ¿Llegaste
a
saber de aquellas llamadas?
—Sí
—asintió al recordar las llamadas que había evitado
responder—.
Te mentiría si te dijera que no supe que me habías
llamado.
Pero acababa de llegar aquí, tenía mucho trabajo y,
sinceramente,
lo que menos me apetecía era salir a tomar algo
contigo.
Al
recordar la impaciencia con la que había esperado su
respuesta,
hasta que asumió que ella nunca le llamaría,
preguntó:
—¿Por
qué no me telefoneaste para decírmelo? Una llamada
no
se le niega a ningún amigo, y menos siendo el hermano de
una
de tus mejores amigas.
—Tienes
razón. Te pido mil disculpas —susurró, escrutándole
con
la mirada.
—Claro
que estás perdonada.
«Qué
sexy eres, Peter», pensó Lali al sentir y oler su aroma
de
hombre.
Él
sonrió mientras se levantaba y se sentaba junto a ella en el
sofá
y, mirándola a los ojos, dijo para excitarla:
—Quiero
que sepas que en aquel momento me rompiste el
corazón.
Ella
lo sabía. Euge, años atrás, le había comentado la
desilusión
que se había llevado su hermano ante la falta de
respuesta
a sus llamadas. Pero tras aquel día ni Euge le había
contado
nada de su hermano, ni ella le había vuelto a preguntar.
—¿En
serio? —murmuró con coquetería.
—Muy
en serio. Pero no te preocupes, todo se supera y más
cuando
uno es un «crío» —dijo arrastrando aquella última
palabra,
mientras con su mano tocaba un mechón del cabello de
Lali.
Ella no se retiró.
—¿Todavía
lo recuerdas? —Él asintió lentamente, cada vez
más
cerca—. Éramos unos niños y a esas edades cuatro años son
un
mundo.
—Perdona,
no te equivoques —susurró él muy, muy cerca—.
El
crío era yo. Siempre te encargaste de recordarme que tenía
cuatro
años menos que tú y…
Sin
terminar la frase, Peter acercó sus labios a los de ella y
ésta
los aceptó. Durante unos segundos se besaron con ternura,
miedo
y placer. Pero cuando el sabor dulce del sexo llenó sus
sentidos,
fue Lali quién atrapó su boca y jugó con él hasta que
Peter,
excitado, la agarró de la cabeza, la atrajo hacia sí y le
devoró
la boca, hasta que Lali soltó un gemido de placer.
Entonces
Peter, con una sonrisa morbosa y sexy, se apartó y
continuó
hablando mientras observaba la cara de desconcierto
de
Lali.
—Y
lo mejor de todo lo que he dicho antes, Lali, es que aún
sigo
siendo cuatro años menor que tú, y por lo tanto, para ti, un
«crío».
Al
escuchar aquello y ver la sonrisa socarrona en los labios
de
él, ella dijo enfadada:
—No
lo vuelvas a hacer —siseó señalándole con el dedo.
Él,
con una sonrisa encantadora, se echó para atrás en el
sillón
y preguntó con picardía:
—¿El
qué?
—Lo
que acabas de hacer —dijo separándose de él.
—Me
ha dado la sensación de que te gustaba —se atrevió a
decir,
y le encantó ver la cara de circunstancias de ella.
—Eso
es lo que tú te crees, engreído —gruñó frunciendo el
entrecejo—.
Lo que tienes es mucha cara. Te ofreces a traerme a
mi
casa y ahora ¿pretendes seducirme?
—¿Qué?
—soltó una estruendosa carcajada, que hizo
levantar
a Spidercan su cabeza del cojín.
Enfadada
y avergonzada por lo ocurrido, Lali gruñó y dijo:
—Vete
de mi casa.
—¿Me
echas?
Aquella
sonrisa burlona la descompuso. Tuvo que contenerse
para
no darle con la muleta que descansaba cerca de ella,
mientras
observaba cómo Peter se levantaba y se dirigía hacia
la
puerta.
—Está
bien, me iré. No veo muy buenas intenciones en ti.
—Ella
resopló—. Si necesitas algo, ya sabes dónde encontrarme.
Como
pudo se levantó, cogió las muletas y le siguió hasta la
puerta.
—Dudo
que quiera nada más de ti. —Y, cuando por fin tuvo a
Peter
al otro lado de la puerta, dijo—: Gracias por tu
amabilidad.
Sujetando
la puerta, pues intuía las intenciones de ella, dijo
en
tono burlón:
—Espero
que nos volvamos a ver para poder demostrarte
que
los «críos» crecen.
—¡Vete
a freír espárragos!
Al
oír la carcajada de Peter, soltó las muletas y sin pensar en
su
pie, y con una fuerza que ni el mismo Peter esperaba,
empujó
la puerta hasta cerrarla, mientras aún escuchaba las
risotadas
del hermano de su amiga. Su tobillo se resintió y,
maldiciendo,
volvió a tirarse en el sillón. Poco a poco aquel
dolor
cedió, junto a su mala leche, para dejar paso a unas excitantes
sensaciones
al pensar en Peter. Él, por su parte, al salir a
la
calle fue hasta donde había aparcado su coche, y antes de
montarse
en él, miró hacia arriba, vio la luz anaranjada que
salía
del apartamento de Lali y, tras sonreír, se montó en el
vehículo,
arrancó y se marchó.
Aaaa me encanto. Massss
ResponderEliminarOtroooo :)
ResponderEliminarQuiero mas!!
ResponderEliminarAme ese beso, Lali, no seas tonta!!
Besos
Mira k les gusta perder el tiempo a estos dos.
ResponderEliminarJajjaja bien que le gusto el beso jajaj. Maaaas
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