CAPITULO 12
Lo
prometido era deuda y al día siguiente, su compañero Tony,
junto
a Conrad, fue a visitarla. Tony sabía lo mucho que a Lali
le
gustaban las palomitas y el helado de vainilla con nueces de
macadamia,
así que decidió llevarle un tarro enorme, junto a un
cubo
de palomitas. Y allí estaban los tres, tirados en el sillón del
salón
de Lali tomando helado, mientras veían un programa de
televisión
y Estela preparaba algo para cenar. A las ocho de la
tarde
sonó el timbre del portero automático. Estela abrió y
pocos
minutos después un guapísimo Peter aparecía con una
encantadora
sonrisa, dejando a Conrad, Tony y Lali sin saber
qué
decir. Estela, al ver la cara de desconcierto de su nieta,
comentó
con alegría.
—Pero
bueno. ¡Qué ilusión! Ha venido a verte el doctor
Thorton.
«Abuela…,
lo tuyo es muy fuerte», pensó Lali mirándola con
enfado.
—Hola,
soy Peter —saludó éste al ver cómo los demás le
miraban
y Lali no hacía nada por presentarle.
Tony,
que se había quedado de piedra al ver aparecer a aquel
tipo
tan atractivo con el ramo de flores, reaccionó rápidamente
y
levantándose le saludó.
—Encantado,
Peter. Soy Tony, amigo y compañero de trabajo
de
Lali, y él es mi novio Conrad.
Éste,
al ver cómo Tony le hacía una señal, se levantó y le
saludó,
mientras Lali seguía mirándoles sin decir nada.
—Pues
digo yo —dijo la anciana acercándose a Tony y a su
novio—
que como voy a ir a ver a mi hija Samantha, quizá os
pille
de paso dejarme en su casa.
«No
me hagáis esto», pensó Lali, incapaz de decir ni una
sola
palabra.
Tony
y Conrad, divertidos por los aspavientos que la mujer
hacía,
la entendieron rápidamente y, a pesar de que Tony miró a
Lali
y ésta negó con la cabeza, Conrad cogió de la mano a su
novio
y dando un tirón de él dijo:
—Sí,
por supuesto Estela, nosotros te llevamos.
«Esto
es increíble», pensó Lali al ver la jugada de su abuela,
mientras
Peter, incrédulo, les miraba sin entender nada.
—¿Dónde
dices que vas, abuela? —preguntó lali con ojos de
querer
asesinarla.
—Pues
a ver a mi hija y a su pequeñita —respondió Estela
con
tranquilidad.
Y
tras coger su bolso y empujar a Tony hacia la puerta, para
desconcierto
de los que se quedaban en la casa, aclaró:
—Ah,
perdona, cariño, se me había olvidado decirte que
invité
a Peter. Uff, esta cabeza mía cada día está peor —dijo
Estela
para sorpresa de todos. Luego, mirando a Peter, preguntó—:
No
te importa cenar solo con mi nieta, ¿verdad?
Ahora
lo entendía todo y, tratando de no soltar una carcajada,
dijo
mirando a la mujer:
—No
se preocupe. Estoy seguro de que su nieta es una
excelente
compañía.
Lali
miró a su amigo Tony implorando su ayuda, pero éste,
tras
sonreír y hacer un gesto de aprobación, ni se movió.
—Peter,
podrías quedarte aquí hasta que yo vuelva de mi
visita
—volvió a atacar la anciana.
Lali
no pudo más y gruñó.
—¡Pero
abuela, por Dios!
No
pudo continuar. Peter, plantándose entre las dos, dijo
mirando
a la anciana:
—No
se preocupe. Me quedaré aquí hasta que usted regrese.
—Pues
no se hable más. —Y cogiendo del brazo a dos divertidos
Tony
y Conrad, se despidió—. Me llevan estos hombretones.
Tenéis
la cena en la cocina, sólo hay que calentarla. Hasta
luego.
Y
dicho esto, cerró la puerta mientras Lali se tapaba la cara
con
un cojín del sofá y chillaba. Peter, sorprendido, por aquel
gesto,
la miró, pero al final tuvo que taparse la boca para no
reírse
delante de ella.
—Lo
siento, Lali. He intuido que ha sido todo una encerrona
—dijo
Peter aún de pie con el ramo de flores en la mano.
Verde
por la rabia y la impotencia, Lali susurró con furia:
—La
voy a descuartizar. Lo juro. La descuartizaré.
Incapaz
de reprimir una sonrisa, Peter se sentó junto a Lali,
y
comprendiéndolo todo, señaló:
—No
te preocupes, las abuelas son así.
—Pero…
pero tú has visto qué descaro. ¡Oh, Dios! —continuó
gruñendo
Lali, hasta que Peter tomando con su mano la barbilla
de
la mujer hizo que la mirase y dijo:
—Siento
todo esto, pero ya que estoy aquí, ¿por qué no
intentamos
pasar una velada agradable?
Consciente
de que él no había tenido nada que ver, suspiró y
asintió.
Le gustara o no, reconocía que la presencia de Peter le
agradaba
y, por lo que había visto, también a su abuela, a Conrad
y
a Tony.
—Tienes
razón. —Y, nerviosa por su cercanía, pidió—. Venga,
ayúdame
a levantarme. Te diré dónde tengo un jarrón para esas
pobres
flores, que se están muriendo de sed.
Peter
sonrió y al ayudarla para que se levantase, volvió a
oler
el perfume que le había estado volviendo loco aquellos días.
Casi
en volandas éste la llevó hasta la cocina, y allí ella le señaló
un
jarrón. Mientras Peter lo llenaba de agua, ella se disculpó un
segundo
y fue al baño, donde se horrorizó al verse reflejada en
el
espejo despeinada y sin maquillaje. Pensó qué hacer, si cambiarse
de
ropa o continuar con la misma, y tras reflexionarlo,
decidió
continuar igual. Así, él no se haría ilusiones. Lo que sí
hizo
fue cepillarse los dientes y peinarse, antes de regresar al
salón.
—Estás
guapísima —dijo Peter sujetándola por la cintura
para
acompañarla hasta el sillón—. Estás mucho más guapa al
natural
que cuando te pintas.
—Gracias
—sonrió agradecida. ¿A qué mujer no le gusta que
le
digan cosas bonitas?
Al
sentarse en el sillón, los dos se quedaron callados, sin
saber
qué decir, al tiempo que en la televisión comenzaba la
película
Vanilla Sky.
—¿Has
visto esa película? —preguntó Peter.
—No.
Siempre he querido verla, pero mi trabajo apenas me
permite
ir al cine.
—Yo
tampoco la he visto. ¿Quieres que la veamos?
Aquello
pareció una buena idea, y Lali, acomodándose en el
sillón,
cogió el bol de palomitas y dijo:
—¡Genial!
Y encima, con palomitas.
Tirados
en el sillón, junto al enorme bol de palomitas y las
latas
de Coca-Cola que Peter sacó de la nevera, vieron la
película
con tranquilidad. Sobre las diez, cuando el filme se
acabó,
se levantaron y fueron a la cocina, donde sonrieron al ver
que
Estela les había dejado preparada una riquísima y opípara
cena.
—Vaya
—dijo él sonriendo—, por lo que veo tu abuela piensa
como
la mía. Una buena comida relaja al guerrero.
Lali
asintió y sonrió al ver que incluso había metido una
botella
de champán en el congelador.
—Sí,
esta mujer es increíble.
Comenzaron
por el cóctel de gambas mientras hablaban
acerca
de los problemas matrimoniales de Euge. Lali pudo comprobar
que
ésta no le contaba toda la verdad ni a su hermano, ni
a
sus padres, por lo que decidió no ser indiscreta y omitir ciertos
detalles.
Tras el cóctel, siguió una deliciosa carne y, en ese
momento,
la conversación entre ellos era ya fluida. Sin
embargo,
ninguno de los dos comentó lo ocurrido noches atrás.
—¿Y
la bisabuela Sanuye? ¿Qué dijo cuando te vio llegar en
esas
condiciones? —preguntó mirándole con una copa en la
mano,
mientras se reía por lo que él contaba.
—Pobrecita
—sonrió Peter—. Fue hasta la casa de Pájaro
Azul,
«Chimalis», y cogiéndole por la oreja le hizo prometer que
nunca
más robaría, ni usaría la pipa de su abuelo Árbol Grande,
«Adoette»,
para fumar marihuana. Según ella, cada vez que lo
hacía,
los espíritus de sus antepasados se revolvían de vergüenza.
Ni
que decir tiene que «Chimalis» nunca más la volvió a
usar.
Mi abuela es tremenda.
—Sí,
debe de serlo… —rió Lali.
En
ese momento, sonó el móvil de Peter. Éste, disculpándose,
se
levantó para contestar mientras miraba a través de la
ventana.
Con fingida tranquilidad, Lali le observó, y cuando el
hombre
cerró el móvil, le oyó maldecir y, tras mirarla, dijo:
—Lo
siento, pero tengo que regresar al hospital.
Contrariada
por aquello, aunque intentando que no se le
notase,
ella preguntó:
—¿Qué
ocurre?
Mientras
él recogía su chaqueta y se pasaba la mano por el
pelo
contestó:
—Ha
habido una colisión en cadena y, por lo visto, están
colapsadas
las urgencias del hospital. —Sacando una tarjeta de
su
cartera, añadió—: Toma, Lali. El otro día no te dejé una
tarjeta
mía.
Si necesitas algo, me puedes localizar en estos
teléfonos.
En
ese momento se oyó la puerta de la calle.
—Buenas
noches, muchachos —saludó la abuela, y Lali
guardó
la tarjeta—. ¿Qué tal la cena?
Peter
la miró con una sonrisa cautivadora y, para agrado de
la
mujer, señaló:
—Tengo
que felicitarla. Es usted una maravillosa cocinera.
—Oh…
gracias. —Y acercándose a él murmuró—: Pues verás
cuando
pruebes mis costillas guisadas.
Eso
le hizo sonreír con agrado. Lali intervino:
—Muy
rico todo abuela, pero ya hablaremos tú y yo.
La
mujer la miró con gesto de no entender nada. En ese
momento,
Peter dijo:
—Bueno,
me quedaría con vosotras más tiempo, pero me
tengo
que ir.
—¿Tan
pronto? —preguntó Estela, al pensar que se iba
porque
ella había llegado.
—Le
han llamado del hospital. Ha habido un accidente y
debe
regresar —comunicó Lali.
—Oh,
Dios, qué horror —murmuró la mujer y, marchándose
a
toda prisa a su habitación, añadió—: Que tengas buena noche,
hijo.
Espero verte otro día por aquí. —Tras decir aquello, cerró
la
puerta de su cuarto.
Al
ver aquello, ambos se miraron, sonrieron y Lali suspiró.
—Verdaderamente,
iba para actriz.
—Estoy
seguro de que habría ganado muchos Oscar
—bromeó
él apoyado en la puerta mientras miraba a Lali, que
se
había empeñado en levantarse para acompañarle hasta la
puerta.
Cuanto
más la contemplaba, más guapa y deseable la veía
con
aquel pijama de seda azul oscuro. Quería volver a verla,
pero
no quería agobiarla. Optó por no decir nada.
—Bueno,
tengo que irme —bromeó él—. El deber me llama.
—Muchas
gracias por las flores y por tu compañía.
Aquella
encerrona por parte de su abuela había sido una de
las
mejores cosas que le había pasado en mucho tiempo. La
compañía
de Peter le agradaba, y mucho.
Sintiéndose
como un tonto al verse allí parado, decidió ponerse
en
marcha y, mientras caminaba hacia el ascensor, Peter
se
volvió y dijo:
—No
te olvides de ir al hospital dentro de tres días, por lo de
tu
tobillo.
Ella
sintió deseos de que la besara como había hecho noches
atrás
pero, incapaz de decir nada, se limitó a apoyarse en su
muleta,
mientras lo veía esperar el ascensor.
—Te
espera una noche ajetreada, ¿verdad?
Él
asintió y retirándose el pelo de la cara apuntó:
—Sí,
será dura. Durante varias horas estaré metido en un
caos
que en muchas ocasiones acaba trágicamente para algunas
personas.
—Al ver que ella le miraba con el cejo fruncido,
intentó
sonreír y añadió—: Aunque también la sonrisa de un
paciente
o ver que has aliviado su dolor resulta reconfortante.
En
fin, será una noche larga.
En
ese momento se abrieron las puertas del ascensor. Los
dos
se miraron, indecisos, y al final Peter se acercó a ella,
depositó
un suave beso en sus labios y, volviendo con rapidez
hacia
el ascensor, dijo:
—Me
ha encantado estar contigo.
Las
puertas del ascensor se cerraron y Lali se quedó como
una
tonta apoyada en la muleta y en la puerta, mientras sentía
aún
el dulce beso de Peter. Un par de minutos después, cerró la
puerta
de su casa y sus ojos miraron hacia la mesa donde
momentos
antes Peter y ella habían cenado juntos, entre risas.
Cerró
los ojos y, tras luchar contra ella misma, sacó la tarjeta
que
éste le había dado y después de escribir «¿Cuándo volvemos
a
ver una película?» en el móvil, le mandó el mensaje. Dos
segundos
más tarde su móvil pitó y sonrió al leer: «Mañana,
pero
esta vez las palomitas las llevo yo».
Muy lindo cap. Cuando haces maraton?
ResponderEliminarOtroooo, me encanto!!
ResponderEliminarAaaahhh!! Ame ese final
ResponderEliminarLa abuela es una geniaaaaa!!!
Besos
Una capa la abuela!!!
ResponderEliminarAwww* :)
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