CAPITULO18
Una
semana después…
—¿Cómo
que no vendrás? —preguntó Cande enfadada, mientras
hablaba
por teléfono con su amiga y visionaba junto a Luis
lo
grabado en el acuario.
—Es
que tengo mucho trabajo —protestó Mery desde Bruselas—.
Te
juro Cande que me sale por las orejas —intentó
bromear.
—Por
las orejas es por donde te cogerá Euge como no acudas
a
la comunión de las gemelas. Mira, Tempanito —amenazó
Cande—,
compóntelas como quieras pero te quiero aquí. ¡Me
has
oído! Euge no está pasando por un buen momento con Nico
y
creo que nos va a necesitar ese día a su lado. ¡Se lo habíamos
prometido!
«Lali
tiene razón, Cande está demasiado irascible», pensó
Mery.
Sin embargo, dijo:
—De
acuerdo, hija. No te pongas así. No sé cómo lo haré,
pero
iré. Reorganizaré mi agenda y aprovecharé la comunión
para
ir a visitar a un cliente en California.
Algo
más tranquila, y feliz por haber convencido a Mery,
Cande
dijo:
—Ésa
es mi chica. Por cierto, ¿vendrás sola? —preguntó.
—Sí.
—¿No
hay nadie importante en tu vida, Tempanito?
—bromeó
Cande, intentando no pensar en sus propios
problemas.
Mery
sonreía cada vez que una de sus amigas la llamaba
«tempanito».
Pero al oír aquella pregunta, se sintió culpable por
no
haberle contado lo que le había pasado.
—No,
nadie importante. —Y tras suspirar señaló—: Mira,
Cande,
no me apetece aguantar a ningún tío. Me acuesto con
Joel
y así me va bien.
—¿Es
bueno en la cama? —preguntó Cande.
—Superior
—bromeó Mery—. Oye, cambiando de tema,
¿qué
me dices de lo de Lali y el hermano de Pocahontas? ¡Qué
fuerte
después de tantos años!
Aquello
le volvió a recordar a Agus, pero tras apartarlo de
su
mente sonrió y dijo:
—A
mí me encanta esa relación —dijo Cande al recordar a
su
amiga—. Te acuerdas en la boda de Euge, cuando nos
enteramos
de que las flores que le regaló Peter se llamaban
nomeolvides.
Ambas
rieron.
—Claro
que me acuerdo. ¡Qué momentazo! —recordó
Mery—.
Por eso, cuando me llamó Euge y me lo contó, me
quedé
pillada.
—¿Pillada?
Así es como está Lali, ¡pilladísima! Pero no me
extraña,
cuando veas al indio lo entenderás.
—Mujer,
no le llames así —añadió riendo.
—Lo
digo con cariño, ya verás cómo la trata. —Y al ver en la
pantalla
de su ordenador imágenes del acuario de Seattle, dulcificó
la
voz—. La verdad es que encontrar a alguien que te trate
de
esa manera es para estar pillada.
Tras
encenderse un cigarrillo, Mery dijo:
—Hablé
con Rocío hace un par de días. Me comentó lo del
regalo
para las niñas.
—Yo
les hubiera comprado otra cosa, pero bueno, a ella le
pareció
buena idea regalarles las dos bicicletas de la Barbie con
sus
complementos.
—A
mí también me parece bien —asintió Mery— Siempre y
cuando
a las niñas les gusten.
—Si
de algo estoy segura es de que les gustarán. Rocío
siempre
acierta con los regalos, y con ella las niñas se vuelven
locas.
Mery
sonrió al pensar en su amiga. Rocío era la que menos
había
cambiado de todas. Seguía siendo ella, la andaluza simpática
de
siempre.
—Rocío
tiene una manera de ser que se gana a todo el
mundo.
Será toda una madraza.
Aquello
hizo reír a Cande que dijo:
—Pues
no sé cuándo. Sigue esperando la llegada de su superhéroe.
Ése
que según ella debe de estar muy ocupado.
—Por
cierto, ¿qué tal tu reportaje en Seattle? —preguntó
Mery
tras aspirar una calada.
—Inquietante
—susurró Cande al ver una imagen de ella
junto
a Agus.
—Explícame
el significado de «inquietante» —dijo Mery
levantándose
para mirar a la calle a través de los cristales de su
despacho.
Intentando
que su voz no se derrumbara Cande tomó aire y
prosiguió:
—En
un mismo día vi al idiota de Phil —Mery se carcajeó—,
me
enteré que Marlon había organizado una orgía en mi casa y
me
reencontré con Agustin O´Neill.
—Rocío
me llamó para contarme lo de Marlon. ¡Olvídate de
ese
imbécil! En cuanto a Phil, prefiero omitir lo que siempre he
pensado
de semejante ser. Por cierto, oye, Agus… ¿Quién es
Agus
?
«¡Mierda!»,
pensó Cande . Tras tragarse el nudo de emociones
que
se hacía en su garganta, preguntó:
—¿Te
acuerdas de cuando vivía en Toronto con mamá?
—Sí
—asintió Mery.
—Recuerdas
ese amor imposible que…
—¿Tu
vecino? —recordó Mery—, ése al que siempre has
adorado
a pesar de que no te hacía caso. No me digas que le has
vuelto
a ver. ¡Qué fuerte, por Dios! Y dónde vive, ¿en Seattle?
—Sí,
mi vecino —asintió Cande cerrando el ordenador. La
imagen
de Agus y ella sonriendo en el acuario la ponía melancólica—.
Él
es el veterinario del zoo y el acuario de Seattle, y...
—Pero
al ver llegar a Brooke Garsen, su jefa, dijo—: Oye Mery,
te
dejo. Ha llegado mi jefa. Ya hablaremos. Besos.
Tras
aquello, ambas cortaron la comunicación.
CAPITULO 19
Una
vez colgó el teléfono, Mery sonrió y mientras apagaba su
cigarrillo
pensó en el hecho de que Cande hubiese vuelto a ver
a
Agus O’Neill. Una vez apagado, se volvió a apoyar en la
cristalera
de su precioso despacho y recordó a Bernard. Nunca
se
separó de su mujer. No se había dado cuenta de que la
engañaba
hasta que una tarde recibió un mensaje en su móvil
que
la puso sobre aviso. Descubrió entonces que su amado
Bernard
se veía con Claudia, una compañera de ella, y eso la
destrozó.
El
fin de su historia con Bernard fue traumático. Y cuando
creía
que lo comenzaba a superar, una noche recibió una llamada
de
la policía. Al parecer, Bernard y una mujer habían
sufrido
un accidente de tráfico y los dos habían muerto. La
policía
llamó al teléfono móvil que encontraron en los papeles
del
coche. Ella fue la primera en enterarse y, en estado de shock
y
con una inmensa sangre fría, llamó al suegro de Bernard para
que
se ocupara de todo. Durante dos días no derramó ni una
lágrima.
No quería llorar. Pero cuando abrió la puerta de su casa
y
aparecieron sus cuatro amigas ante ella, se derrumbó.
Los
años pasaron y Mery se dedicó a trabajar y ascender en
Bruselas.
En aquel tiempo tuvo una corta historia con un tipo,
pero
aquello no acabó bien. Decidió no contar nada a sus amigas.
Las
conocía y sabía que no pararían de preguntar. En su
empresa
se la conocía como la fiera de la publicidad. Siempre
acertaba
en sus campañas. Era fría, calculadora y eficiente, y
nunca,
ni por el más mínimo asomo, escapaba nada de su control.
Vestía
Armani, Prada, Versace, y pronto empezó a ser
conocida
en sociedad como un icono de la moda. Su apariencia
física
era impactante. Su pelo negro, corto y engominado se
puso
de moda, y con su mirada azul y gélida dejó helado a más
de
uno.
Sus
amigas hacía años que la habían bautizado como «tempanito
».
Y aunque con ellas era cariñosa, con el resto del mundo
se
mostraba introvertida e insensible.
El
sonido de un bolígrafo al caer al suelo la despertó. Con
rapidez,
Mery lo cogió y miró su reloj. Las diez de la mañana.
Tras
calcular mentalmente, suspiró al pensar en lo tarde que era
en
Toronto. Cande seguiría trabajando. Tras sentarse en su
bonita
silla blanca de diseño, miró su agenda. A las diez y cuarto
tenía
una reunión a la que no le apetecía acudir. Pero tras
calzarse
sus carísimos zapatos de Prada, se levantó y, una vez
cogió
su carpeta negra, marchó hacia la sala de reuniones.
Aquel
encuentro la agotó. Sus jefes la obligaban a aceptar de
nuevo
la campaña Depinie. Se trataba de una adinerada firma
de
vinos europeos y californianos. Mery no quería aceptar
aquel
trabajo, pero el dueño, Marco Depinie, sentado frente a
ella,
dijo que sólo firmaría el contrato si era ella la encargada de
organizar
la campaña y crear los catálogos para la subasta californiana.
Al
final, cansada de verle la cara a aquel tipo y deseosa
de
que la reunión terminara, Mery claudicó y se marchó. A las
seis
de la tarde, cuando salió de su despacho, se encontró en el
ascensor
con Joel González, un joven ejecutivo con el que Mery
se
veía de vez en cuando.
—¿Un
día complicado? —preguntó éste, pavoneándose como
siempre.
—Más
bien difícil —contestó aún enfadada. Quería desaparecer
de
allí lo antes posible. No le apetecía cruzarse con el señor
Depinie.
El
ascensor no llegaba y Joel, soltando el maletín, se miró en
el
espejo para colocarse la corbata. Una vez terminó, se volvió
hacia
ella y preguntó.
—¿Te
apetece una copa?
Por
el rabillo del ojo, Mery oyó pasos, pero se relajó al ver
que
eran dos secretarias, y en tono bajo señaló:
—Estoy
cansada, Joel —se disculpó—. Otro día.
En
ese momento, las secretarias, tras saludarles, se
quedaron
esperando el ascensor con ellos mientras charlaban.
Joel,
acercándose a ella, dijo atrayendo la atención de todas:
—Por
cierto, Mery, necesito que veas algo que tengo en mi
despacho.
¿Me acompañas?
Clavando
sus fríos ojos sobre él, preguntó:
—¿No
puedes esperar a mañana, Joel?
Las
secretarias les miraron y Joel, en plan encantador,
repuso:
—La
verdad es que sí. Pero me harías un gran favor si lo
vieras
ahora.
Al
mirarle a los ojos y sentir el calor que desprendían, con
una
pequeña sonrisa asintió:
—De
acuerdo, vayamos —dijo Mery.
Con
paso seguro, Mery comenzó a andar hacia el despacho
de
Joel, que la seguía mientras observaba la manera tan sexy de
andar
que tenía. Al torcer la esquina, Mery contuvo el aliento.
Sus
jefes, junto a Marco Depinie, pasaron a su lado. Depinie la
saludó
con una sonrisa falsa, la misma que ella le devolvió. Al
llegar
al despacho de Joel, que no se había percatado de la
mirada
que habían cruzado Mery y aquel hombre, éste dio un
paso
más largo que ella, cogió el pomo de la puerta y con
galantería
la abrió, para luego cerrarla tras él. Una vez solos, y
tras
dejar ella su maletín en el suelo, Mery se volvió hacia él.
—Joel,
te agradecería que fueras rápido. Estoy cansada y
quiero
irme a casa.
Tras
echar el pestillo del despacho y soltar el maletín, él
respondió:
—De
acuerdo, seré rápido.
Alargando
su mano agarró la de ella y la atrajo hacia sí. La
respiración
de ambos se cortó durante unos segundos, hasta que
ella
sonrió.
—Joel,
esto es justo lo que hoy NO necesito.
Pero
él no la escuchó. La besó. Le mordió los labios y la
arrinconó
contra la pared.
—No
estoy de acuerdo. Creo que esto es lo que necesitas para
relajarte
—rió mientras le desabrochaba los botones de la camisa.
Ella
se dejó.
Cuando
quedó expuesta ante él en sujetador, le susurró.
—Quítatelo.
Sin
pestañear, ella se lo quitó y Joel se lanzó a succionar y
mordisquear
sus pechos. En décimas de segundo consiguió que
los
pezones de Mery se pusieran tan duros como su propia
erección.
Con los ojos cerrados, Mery disfrutó de aquello,
mientras
imaginaba que era la boca caliente de otro y no la de
Joel,
la que le mordía y exigía. Sintió cómo le subía la falda y
oyó
su exclamación cuando se topó con unas ligas en lugar de
medias
y un tentador tanga de raso violeta.
—Me
encanta ver que te has puesto el tanga que te regalé
—susurró
el hombre al mirarlo.
Ella
asintió. Sin abrir los ojos, se dejó tumbar encima de la
mesa
del despacho y que él le abriera las piernas para jugar con
ella
a placer. Primero fue su boca la que la inspeccionó, la chupó
y
le mordisqueó el clítoris. Mery tuvo que morderse los labios
para
no chillar de placer. Después le introdujo un dedo, luego
dos,
tres y, cuando ella creyó que iba a explotar, le miró pero no
le
vio a él. Sus ojos veían a otro, hasta que Joel habló y su
fantasía
acabó.
—Joel,
¡para! —exigió ella. Él paró.
Con
gesto extraño, Mery se incorporó de la mesa, cerró las
piernas
y se levantó. Aquel juego era algo que llevaban practicando
desde
hacía meses. Y lo que había sacado en claro era que
lo
necesitaba y le gustaba, aunque a veces los recuerdos la torturasen
sin
piedad. Joel la miró agacharse para recoger su camisa.
Ambos
sabían que su relación se basaba en el sexo, nada
más.
Pero él cada día sentía que quería más. Sus encuentros en
cualquier
lugar eran salvajes e inesperados. Todo formaba parte
de
su juego. Mientras Mery se vestía, sin decir nada, Joel se
acercó
a ella y tras besarla en el pelo, murmuró:
—Sigo
queriendo tomar algo contigo.
Ella
le miró. Y con un sentimiento que se hallaba entre la
culpa
y la satisfacción, dijo:
—Y
yo sigo queriendo irme a casa.
Joel
no apartó su mirada. Mery había vuelto a meterse en
su
cascarón particular.
—Entonces,
invítame allí —pidió esperanzado.
—Otro
día.
—¡Mery!
—exclamó el hombre para llamar su atención—.
No
sé qué te pasa con los hombres, pero todos no somos iguales.
Quizá
nos parezcamos, pero no somos iguales. —Y para hacerla
sonreír,
añadió—: Incluso un tío como yo está dispuesto a hacer
por
ti lo que sea.
Al
oír aquello, le besó y, separándose de él, contestó mirándole
con
sus fríos ojos azules, algo nublados por los recuerdos:
—Te
creo, Joel. Pero tengo claro que no quiero nada con personas
de
tu sexo.
—¿Vas
a hacerte lesbiana, entonces? —bromeó haciéndola
sonreír.
Abrochándose
el último botón de su camisa, se carcajeó
antes
de decir:
—Quizá
me lo tenga que plantear. Nunca se sabe.
Besándola
de nuevo, él insistió.
—Sólo
una copa y te prometo que luego me iré.
Sus
miradas se encontraron y, tras tomar su maletín y quitar
el
pestillo de seguridad de la puerta para que saliera, ella dijo:
—De
acuerdo. Sólo una y luego te vas.
Durante
el viaje a la casa de Mery, cada uno condujo su
coche.
Mery llevaba un precioso BMW Z4 color rojo y Joel, un
Audi
TT biplaza negro. Cuando llegaron al Cosmopolitan y
entraron
en el espectacular apartamento de ella, tomaron una
primera
copa y luego una segunda mientras charlaban y Joel
notaba
cómo ella se iba relajando.
—Tengo
dos entradas para el Théatre Royal de la Monnaie,
el
día 24. Representan Madame Butterfly.
Mery
le miró y, tras exhalar el humo de su cigarro,
preguntó:
—¿Es
una invitación?
—En
toda regla —asintió él, haciéndola sonreír. Tras besarle
en
el cuello y pasarle la mano por la mejilla prosiguió—: Mira, te
propongo
un fin de semana diferente. Mañana mi hermano
expone
sus pinturas en la galería San Humberto. ¿Te apetece
venir
conmigo a verlas?
—Tenía
pensado ir a visitar el Centro Nacional del Cómic.
—¿El
museo del Tebeo? —Ella asintió—. Estupendo. Mañana
nos
levantamos, vamos a la galería San Humberto, visitamos el
museo,
y más tarde te invito a comer en Fleur. —Mery sonrió—.
Te
aseguro que allí saborearás unos exquisitos
«Fricadellex
burxellisex», o lo que es lo mismo, unos filetes a la
plancha
con endibias.
Al
sentirse mejor, alejada del ambiente de la oficina, Mery
suspiró.
Joel era un tipo sexy y encantador. Además, pasar
aquel
fin semana acompañada le iría muy bien.
—Mmmmm
—gimió ella—. Me estás convenciendo.
Joel
sonrió al sentir que la coraza de ella volvía a
desaparecer.
—¡Genial!
—asintió él—.Y para que sea un sábado completo,
por
la noche te vienes conmigo a ver Madame Butterfly. Dime
que
sí.
Mery
se levantó y, sentándose encima de él, le besó.
Cuando
pudo despegar sus labios de los de él dijo al notar cómo
su
cuerpo reaccionaba:
—De
acuerdo. Me has convencido. Y ahora, terminemos lo
que
habíamos empezado en el despacho.
Continuará....
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La historia de mery es muy bonita.. ni se lo imaginan...