CAPITULO 23
El
corto viaje hasta la casa de la bisabuela Sanuye en las afueras
de
Tulsa estuvo lleno de sorpresas. El pequeño nico vomitó
encima
de los pantalones de Rocío, que a punto estuvo de hacer
lo
mismo al oler lo que a su sobrino le había salido por la boca.
Tuvieron
que parar para limpiarse todos, momento en el que
pasó
una gran manada de reses guiadas por vaqueros. Todos
quedaron
impresionados, en especial las niñas, que sólo habían
visto
animales en el zoológico. Peter abrazó a Lali. Estaba feliz.
Adoraba
aquella tierra y nunca había faltado al Pow Pow anual
de
Tulsa. Sabía cuánto significaba para Sanuye su presencia.
Para
ella aquello era parte de su raza, de su historia y de su vida.
Tiempo
atrás acudía allí muchos fines de semana para despejarse
de
su trabajo en el hospital, del ruido de la ciudad y de los
antiguos
problemas con su ex, Belén. Peter había volado hasta
Tulsa
para estar con Sanuye, que con su voz y su tranquilidad le
daba
paz y sosiego.
Mientras
Peter conducía les iba explicando que Oklahoma
era
una ciudad moderna y sin grandes atascos. Les habló del
Penn
Square Mall, el barrio más elegante y lujoso de la localidad,
y
Rocío, divertida, comentó que si Mery viviera en
Oklahoma,
sin duda alguna lo elegiría. Eso hizo reír a todo el
mundo.
Cuando llegaban a un conjunto de casas de madera,
Peter
tocó el claxon del minibus. Con rapidez, apareció una
mujer
que, levantando, la mano les saludó.
Cuando
él detuvo el minibús, bajó de un salto y, tras cuatro
zancadas,
llegó hasta donde estaba la mujer. Ambos se abrazaron
y
se dijeron algo que nadie entendió. Euge, al igual que su
hermano,
corrió para abrazar a la anciana, que besándole el
cabello
y agarrándole la cara lloró emocionada. Llevaban unos
seis
años sin verse. La última vez que Euge acudió a un Pow
Pow,
las gemelas tenían dos años y ahora tenían ocho. Julia y
Susan,
sus pequeñas, no se separaron de la bisabuela en cuanto
ésta
les sonrió.
—Abuela,
te presento a Lali y Rocío —dijo Peter
señalándolas.
La
mujer clavó su mirada en ellas y sonrió.
—Encantada
—susurró Lali a la mujer de rostro ajado.
Rocío,
ilusionada por estar allí, le dio dos besos con rapidez
y
dijo:
—Muchísimas
gracias por invitarnos. Tiene usted una casa
preciosa.
—Sois
bien recibidas en mi hogar. Los amigos de mi familia
son
mis amigos —respondió Sanuye con una encantadora sonrisa.
Al
ver cómo su nieto miraba a Lali, se fijó en ella y comprendió
que
aquella muchacha era la responsable de robarle
horas
de sueño a Peter.
Entraron
en la casa de madera, donde había cuatro habitaciones.
Euge
y los niños ocuparon una, Rocío y Lali otra,
Peter
una tercera y Sanuye la suya.
—¡Qué
pasada, Lali! —comentó Rocío mientras sacaba
algunas
ropas de la maleta para colgarlas en el pequeño
armario—.
¡Hemos conocido a Sanuye! ¿Has visto su cara? Es
una
india como las que hemos visto toda la vida en las películas
de
John Wayne. ¿Y su pelo? —continuó excitada—. ¡Qué trenzas
tan
largas!
—¡Cierra
el pico! —la reprendió Lali nerviosa—. Te va a oír.
Un
par de horas después, varios vecinos de Sanuye se acercaron
hasta
la casa para dar la bienvenida a los familiares de su
vecina.
A partir de aquel momento, Euge pasó a ser Amitola y
Peter
Amadahy.
Amadahy
era muy conocido en aquella pequeña comunidad.
Nunca
había faltado a los Pow Pow y solía participar con sus
amigos.
Uno de ellos era Chimalis, un profesor de sociología que
vivía
en Tulsa, que al verle le abrazó. Llevaban unos meses sin
verse.
—Gracias
por asistir al Pow Pow —susurró Sanuye a Lali.
—Gracias
a usted por invitarnos —respondió ella mirándola
con
afecto.
—Amadahy
—dijo Sanuye mirando a su nieto, que reía con
unos
hombres— es un chico muy querido en estas tierras, al
igual
que Chimalis, Abeytu o Sush. A todos les gusta participar
en
los Pow Pow. Para ellos y para los más ancianos de la tribu
representa
el pasado de su cultura.
—Peter
—murmuró Lali, pero luego corrigió—, Amadahy
me
ha contado muchas cosas sobre las tradiciones y la vida de
las
tribus, y tengo que reconocer que cuando habla de ello se le
iluminan
los ojos.
La
anciana sonrió y volvió a mirar con orgullo a su guapo
nieto.
—Amadahy
es uno de los nuestros. Sólo hay que mirarle para
darse
cuenta de que el tiempo ha pasado, muchas lunas y
muchos
soles han nacido y muerto en estos años, pero el
espíritu
de mi marido Awi Ni’ta está vivo en él. —Lali sonrió al
escucharla
y vio cómo la anciana miraba a Euge—. Mi nieta es
una
estupenda mujer india. Sus genes le hicieron formar pronto
una
gran familia, pero su madre, la joven Cecilia, nunca le permitió
pasar
noches de luna aquí conmigo. Siempre temió que
los
indios —rió al decir esta palabra— le hiciéramos algo.
—No
disculpo a Cecilia —comentó Lali mirándola—. Pero
tiene
usted que comprender que las costumbres que se viven en
España
nada tienen que ver con las que ustedes tienen aquí.
—Aquí
hubiera aprendido cosas que vuestra civilización
nunca
le hubiera podido enseñar. Mira a Amadahy —dijo
señalándole
con el dedo, mientras éste hablaba muy serio con
Chimalis—.
Él ha sabido asimilar ambas civilizaciones. Estoy
orgullosa
de él y cuando le miro veo en él a mi padre y a mi
amado
marido. Su sangre es india y sus ojos de águila son de
cherokee.
Sus manos para cuidar a los enfermos son las de un
magnífico
chamán.
—Abuela
Sanuye, ¿dónde están los caballos? —gritaron las
pequeñas
Susan y Julia. Con una maravillosa sonrisa en los
labios,
aquella pequeña mujer las cogió de las manos y se las
llevó.
Lali
siguió con la mirada a aquella extraña mujer. No
entendía
qué había querido decir. ¿Acaso le había insinuado que
no
estaba feliz porque su bisnieto cruzara su sangre con otra
extranjera,
otra española, como antes lo había hecho su nieto
con
Cecilia?
Al
atardecer comenzaron a oírse toques de tambor. Sobre las
seis
de la tarde aparecieron los abuelos de Euge y Peter, Patrick
y
Aiyana, junto a unos amigos. Sanuye, al ver a su hija Aiyana, la
abrazó
mientras Peter llevaba las maletas hasta la casa que
había
junto a la de su bisabuela. La casa de Patrick y Aiyana.
Al
anochecer, todos se vistieron para acercarse hasta el Pow
Pow.
Las niñas, encantadas de ser el centro de atención de tanta
gente,
sonreían divertidas por vestirse con aquellos atuendos
indios,
aunque sus trenzas rubias delataban su mestizaje. La
familia
unida asistió a las danzas infantiles, a los cantos que
unos
ancianos alzaban al son de toques de tambor. Era una canción
triste
en la que recordaban a los espíritus perdidos en
muchas
de aquellas absurdas luchas por sus derechos. Sanuye
les
explicó que el tambor había sido un medio de comunicación
entre
tribus. Dependiendo de sus toques y de la duración de los
mismos,
el mensaje variaba.
Durante
aquel grato paseo, los abuelos Aiyana y Patrick se
fueron
a charlar con unos amigos. Chimalis y su mujer, que
paseaban
con sus hijas de dos y cuatro años, comenzaron a
jugar
con las niñas de Euge. Tras presentar a Shauna, la mujer
de
Chimalis, las mujeres comenzaron a hablar. Peter, un poco
apartado
del grupo, habló durante un rato con Chimalis. Estaba
serio
cuando lo hacía, pensó Lali, pero al volver a reunirse con
ellas,
la sonrisa volvió a su cara. Más tarde se sentaron en una
gran
pradera donde se podía observar todo lo que ocurría
alrededor.
Sanuye saludaba a amigos que sólo veía una vez al
año.
Euge, junto al bebé que dormía en su cochecito, hablaba
con
unas antiguas amigas, mientras Rocío bailaba con las
gemelas
pasándolo estupendamente.
—¿Ves
a aquel hombre? —le susurró Peter al oído—. Representa
al
hombre de piedra. Según una leyenda para los cherokee
existía
un hombre con el cuerpo recubierto de piedra. Se
comentaba
que aquel mágico ser podía cambiar su imagen a voluntad
y
que viajaba por las aldeas vestido de anciana.
—¿Qué
está representando aquel grupo? —preguntó Lali
tras
escucharle.
—La
ceremonia de la bebida negra.
Al
ver la cara de sorpresa de ésta al oír su respuesta,
prosiguió:
—Es
un ritual de purificación que solían llevar a cabo tribus
como
los cherokee, los choctaw, etcétera, con una bebida que se
hacía
con una especie de acebo. Aunque Sush me comentó una
vez
—dijo riendo— que si consumías grandes cantidades de ese
líquido
podías tener alucinaciones y vómitos.
Al
mirarle y verle tan guapo allí, sentado con ella, Lali
preguntó:
—¿Sush
es otro de tus amigos?
Él,
con un cariñoso movimiento, le besó el cuello haciéndola
reír.
—Sí.
Luego, cuando acaben las danzas te los presentaré.
Ahora
están participando.
Ésta
asintió y, acercándose más a él, preguntó al ver a dos
hombres
en un altar muy quieros y serios:
—Aquellos
dos hombres de allí ¿qué hacen?
Peter
miró y sin apartarse de ella respondió:
—Son
los jefes de la paz y la guerra. —Al ver que ella le
miraba
sorprendida, explicó—: Había cinco tribus civilizadas,
los
cherokee, los chockaw, los creek, los seminolas y los
chicasaw,
y antes de que me preguntes, no, no eran de los que
arrancaban
cabelleras.
Con
un gesto divertido que le hizo reír a él, preguntó:
—¿Y
por qué no llevan plumas?
Peter
no pudo contener la risa.
Acercándo
de nuevo su boca al cuello de Lali, le susurró
haciendo
que se le pusiera la piel de gallina:
—Porque
no todos los indios han llevado plumas ni han
vivido
en tipis. Las películas que habéis visto son las que os han
metido
todos esos tópicos en la cabeza. Aunque algo bueno tuvieron
esos
tópicos para los vendedores ambulantes. Como
recuerdo
turístico, los plumajes y los tipis son lo que más se
vende.
Agotada
por la marcha que las gemelas tenían, Rocío se
sentó
junto a ellos en ese momento y preguntó:
—¿Qué
es un tipi?
—Los
tipis son las típicas tiendas de indios que solías ver en
las
películas. Ves aquellas de allí. —Rocío asintió—. Están
realizadas
con
tres palos largos de madera, recubiertos por varias
piezas
de piel de búfalo. Solían medir unos cuatro metros de
alto
por cuatro de diámetro. Los que se hacen hoy en día suelen
ser
de varillas metálicas y lona, nada que ver con los de antes.
Rocío,
mirando lo que Peter le señalaba, dijo:
—¡Qué
grandes! En las películas parecían más pequeñas.
—En
las películas todo o casi todo es mentira —rió Lali al
escuchar
a su amiga.
—Dentro
de un tipi podían caber hasta quince personas
—señaló
Peter—. Y por supuesto, para entrar existían normas.
—¿Normas?
—preguntó Lali con curiosidad.
Peter
asintió y prosiguió:
—La
primera, y muy importante, había que ser invitado. Una
vez
dentro tenías que esperar a que el dueño te indicara dónde
te
debías sentar. Las mujeres se situaban en la parte izquierda y
los
hombres en la derecha. El fondo del tipi siempre estaba
reservado
para el dueño y el invitado de honor. Es el lugar más
caliente
de la tienda.
Rocío,
pendiente de las palabras de Peter, preguntó con una
sonrisa
en los labios:
—¿Por
qué en todas las pelis de indios siempre fumaban la
famosa
«pipa de la paz» en círculo?
Él
volvió a sonreír y contestó:
—La
pipa de la paz es una parte importante de la vida de los
indios.
Todo el que fuera a fumar debía estar sentado sobre la
tierra
y en círculo. Incluso para fumar de la pipa existen
normas.
—Por
Dios, esto tiene más normas que hacer un gazpacho
andaluz
—rió Rocío arrancando las sonrisas de todos.
—Por
norma, dentro de un tipo el anfitrión es quien
enciende
la pipa. Tras fumar, se pasa de mano en mano hacia la
izquierda,
hasta que llega a la puerta y vuelve. Normalmente, en
las
películas siempre se fumaba la pipa en ceremonias o tratados
entre
tribus. Pero lo más curioso de todo es que cuando el
anfitrión
comienza a limpiar la pipa, todo el mundo debe irse a
casa.
—Ozú
—rió Rocío—. ¡Qué manera de largar al personal!
—¿Qué
se echa dentro de la pipa? —preguntó Lali divertida.
—Aparte
de tabaco bendito, corteza roja de sauce, gayuba e
incluso
varios tipos de hierbas.
De
nuevo, Rocío se carcajeó y haciéndoles reír soltó:
—Vaya,
vaya con tus antepasados. ¡Menudos cuelgues que se
debían
de pillar con tanta hierba! Oye, estoy pensando en comprar
una
pipa para mi padre. ¿De qué estaban hechas?
—preguntó.
—Las
verdaderas son de piedra roja o negra. Para que tire el
cañón
suele ser de fresno, y se decoran con cintas que representan
los
cuatro puntos cardinales. Piensa que fumar en pipa
era
todo un ritual. El humo que desprendía estaba cargado de
espiritualidad.
Recuérdame que cuando lleguemos a casa de
Sanuye
te enseñe la pipa y el tomahawk que guarda de nuestros
antepasados.
—¿Tomahawk?
—preguntaron Rocío y Lali mirándole.
—Así
se denomina al hacha que utilizaban. —Y haciéndolas
reír
añadió—: La famosa hacha de guerra.
—¿Con
la que cortaban las cabelleras? —río Rocío.
Peter
ante aquella pregunta, aclaró con rapidez:
—Los
cherokees eran un pueblo muy civilizado y nunca hicieron
esa
barbaridad de arrancar cabelleras como reflejan las
películas
del Oeste. Quizá otras tribus lo hicieran, pero te puedo
asegurar
que los cherokees no.
En
ese momento aparecieron Sush, Chimalis y más amigos
de
Peter. Le obligaron a ir con ellos hasta una gran hoguera,
alrededor
de la cual había muchos hombres danzando.
—¡Míralos
cómo hacen el indio! —bromeó Rocío. Lali se carcajeó
al
oírla—. ¿Te imaginas a Mery aquí?
—No,
imposible —rió Lali—. ¿Sabes a quién le encantaría
todo
esto? A nuestra Cande. Creo que de aquí obtendría un
buen
reportaje.
—Propónselo
otro año —comentó Rocío—. Por cierto, qué
pequeño
es el mundo. Mira que encontrarse con su antiguo vecino
en
Seattle.
—Sí,
eso me contó —asintió Lali sin apartar su mirada de
Peter—.
En esta vida nunca se sabe con quién te volverás a
encontrar.
Ambas
permanecieron calladas cinco minutos, hasta que
Rocío
dijo:
—Fíjate,
en España se bailan sevillanas y aquí danzan
alrededor
del fuego. ¡Qué cosas, maja! ¿Te imaginas a mi madre
aquí?
—Mujer,
es su cultura. Danzar alrededor del fuego es para
ellos
algo sagrado que les puede ayudar a conectar con el Gran
Espíritu.
—Luego, sonriendo, añadió—: Y no, no me puedo imaginar
a
Candela aquí.
—Estarás
encantada con todo lo que estás aprendiendo
—sonrió
su amiga—. Con lo que te gusta a ti todo este tipo de
cosas.
Lali
sonrió. Era cierto que le encantaba aprender sobre
diferentes
culturas, y aquélla en particular, tenía que reconocer
que
le estaba apasionando. En ese momento, las niñas llegaron
corriendo
y, tras coger a Rocío de la mano, se la llevaron de
nuevo
a bailar.
—Veo
que sabes bastante sobre nuestras costumbres —dijo
Sanuye
sentándose al lado de Lali.
Sorprendida
por la mujer, Lali la miró y sonrió.
—Lo
poco que sé me lo ha enseñado Peter, perdón,
Amadahy.
La
anciana, tras acariciar con cariño su melena rubia, asintió
y
dijo:
—Té
está enseñando muy bien.
Años
atrás, su nieto había acudido al Pow Pow con aquella
insufrible
mujer, Belén. Nunca se había ocupado de enseñarle
nada,
sobre todo porque ella tampoco tenía ninguna intención
de
aprender.
—¿Puedo
hacerle una pregunta? —dijo Lali mirándola a los
ojos.
Sanuye asintió—. Antes, cuando me habló de la madre de
Amadahy,
¿quiso decirme que no aprueba nuestra relación?
La
anciana cogiendo a Lali de las manos, cosa que no pasó
desapercibida
a Peter, que las miraba desde una prudente
lejanía,
le susurró:
—Si
has entendido eso es que me he explicado muy mal,
hija.Yo
sólo quería que entendieras que me gustaría que mi cultura
perdurara
a través de mi Amadahy. No estoy en contra de
vuestro
amor. Cuando hay amor entre dos personas nada ni
nadie
puede opinar. Solamente quería decirte que me gustaría
que
respetaras algunas costumbres y tradiciones, y que me dolería
que
sintieras vergüenza al conocerlas.
—Pero
si yo estoy encantada con todo lo que estoy viendo y
viviendo
aquí —comentó Lali sonriendo cariñosamente a
Sanuye.
Peter
continuaba observándolas. Le gustaba verlas hablar,
algo
que Belén, su ex, nunca había intentado hacer con su
abuela.
Al escucharla y ver la alegría en su mirada, la anciana
sonrió
y añadió:
—Lo
intuyo, hija. Sin embargo, sufrí mucho cuando vi cómo
mi
nieto, el padre de Amadahy, Chilaili, se despegaba de
nuestras
costumbres. No pude hacer nada porque lo hizo por
amor
hacia su mujer, la joven Cecilia.
Lali,
al recordar a Anthony, el padre de Peter, dijo con una
bonita
sonrisa:
—Yo
creo que Chilaili sigue adorando muchas de sus
costumbres.
La
anciana asintió y con gesto triste preguntó:
—Entonces,
¿por qué no viene nunca a un Pow Pow? ¿Acaso
los
años le han hecho avergonzarse de sus orígenes?
—No,
Sanuye —dijo Lali intentando entender a aquella
mujer—.
No es eso. Creo que la distancia le ha hecho olvidar su
cultura,
pero nunca avergonzarse.
—¿Qué
ocurre aquí? —preguntó Euge que en ese momento se
sentaba
bebiendo una Coca-Cola que ofreció a Lali y que ésta
aceptó.
—Estamos
hablando de vuestras costumbres —comentó Lali
con
rapidez.
—¡Abuela!
—rió Euge mirándo a aquella mujer—. Tengo que
reconocer
que todo esto me encanta. Te prometo venir más a
menudo
a verte. —La mujer aplaudió—. Les acabo de contar a
los
abuelos lo de Nico y me han dicho que puedo contar con
ellos.
Creo que a los niños les vendrá estupendamente el contacto
con
la naturaleza, y a mí aún mejor el estar contigo durante
un
tiempo. Así que, cuando las niñas terminen el colegio,
prepárate
porque aquí me tendrás con todos los enanos.
—¡Amitola!
—susurró la anciana encantada con aquellas
noticias—.
Te quiero, hija mía. Me honra oír esas palabras de tu
boca.
En
ese momento, las miradas de Sanuye y Lali se encontraron.
La
felicidad corría con fuerza por las venas de la anciana.
Era
una felicidad que había tardado en llegar pero que, finalmente,
había
encontrado el camino y por fin estaba llenando la
casa.
Aquella noche, cuando regresaron, Euge, sentándose en los
escalones
de entrada con su hermano y sus amigas, comentó lo
que
pensaba hacer con su vida. En primer lugar, iba a ser
valiente
y se iba a separar; y en segundo lugar, iba a vivir. Tras
escuchar
a Euge, Lali y Peter se fueron a dar un paseo.
Necesitaban
algún momento de soledad para poder besarse y
tener
un poco de intimidad.
Peter
llevó a Lali hasta un pequeño río cercano a la casa. La
animó
a darse un baño con él. Al principio, ésta se negó. Le
daba
vergüenza que alguien pudiera verles. Sin embargo, el
deseo
pudo al final con ella y, además de meterse en el agua y
jugar
junto a él, hicieron el amor con dulzura y pasión en la
orilla.
Los besos de Peter la volvían loca. La pasión que
desataba
en ella era increíble. Su mirada la hacía vibrar como
nunca
nadie lo había hecho. Ésa era la razón por la que nunca
podía
decirle que no a nada, y menos aquella noche, con aquella
luna
y en aquel lugar.
Volvieron
de madrugada, cuando pensaban que nadie les
vería
ni oiría. Pero se equivocaron. Unos ojos sabios y envejecidos
por
el tiempo les observaban y sonreían al ver la felicidad
de
aquella pareja. Era una felicidad tan verdadera y tan maravillosa
como
la que en su momento Sanuye y Awi Ni’ta disfrutaron
en
aquellas tierras y en aquel río, con aquella luna y bajo aquellas
mismas
estrellas, que aquella noche lucían de forma maravillosa
para
su nieto y su amor.
Continuará...