CAPITULO 20
Aquella
mañana Rocío caminaba tranquilamente por los pasillos
de
KLK, una empresa dedicada a crear programas informáticos
de
distribución mundial. En los últimos años, una compañía
española
se había convertido en el cliente que más programas le
compraba,
por lo que habían decidido contratar a varios profesores
de
español. De esta manera, sus ejecutivos no tendrían
problema
a la hora de viajar o resolver cualquier asunto con sus
clientes
españoles.
Una
de las profesoras contratadas fue Rocío. Tras terminar
sus
estudios de arte dramático, y viendo que triunfar en aquel
mundo
era más que difícil, optó por comenzar a dar clases de
español
en Nueva York. Un día recibió la oferta de aquella
empresa,
que no rechazó. Era un trabajo que no le desagradaba,
pero
estaba harta de ejecutivos. Y tras sufrir varias decepciones
con
algunos de ellos, decidió no volver a mezclar trabajo y
placer.
—Buenos
días, profesora —saludó Oliver Bastek.
Oliver
era un hombre de unos cuarenta y tantos años, bajito
y
nada atractivo, que se mostraba muy amable con Rocío.
—Buenos
días, Oliver —respondió dedicándole una agradable
sonrisa,
algo que él agradeció. Las chicas guapas como
Rocío
no le solían prestar atención—. ¿Cómo te encuentras hoy?
—Cansado.
Anoche estuvimos con la niña en urgencias hasta
bien
tarde —respondió él.
Rocío
se quedó parada al recibir la noticia. Conocía a la
familia
de Oliver y les tenía aprecio.
—¿Qué
le ha pasado a Julia?
—Cosas
de bebés. —Y, riéndose, Oliver aclaró—: Tenía gases
y
la pobre lo estaba pasando fatal.
—¡Ay,
mi niña! —sonrió Rocío con dulzura.
—Pero
no te preocupes, ya está bien.
—Buenos
días, señorita Fernández —saludó Arthur, otro
ejecutivo
que, sin mirarles, entró en el aula.
Rocío
se acercó a Oliver y le hizo sonreír cuando le susurró.
—Este
hombre debe de desayunar zumo de limón. Siempre
tiene
cara de asco.
Una
vez dentro del aula, Oliver se sentó en su sitio y la clase
comenzó.
El nivel que tenían los alumnos de aquella clase era
bastante
alto. Rocío llevaba con aquel grupo cuatro años, y ya
les
conocía a todos. También conocía sus habituales miraditas
lascivas.
Debido
a eso, procuraba ir vestida de forma discreta, tapada
casi
hasta las orejas. Ya había vivido la fase en la que la gran
mayoría
de ellos había intentado llevársela a la cama. Y todavía
sonreía
cuando le preguntaban si era mexicana. Sin duda, su
melena
oscura, sus ojos negros y aquel aire latino que a ella
tanto
le gustaba hacía que lo pareciera. Cuando terminó la clase,
Oliver
esperó hasta que Rocío recogió sus papeles y salió con
ella.
—Valeria
me ha preguntado si querrías venir este fin de semana
a
casa. Su madre llega de Sicilia y vendrán algunos familiares,
entre
los que estará Vitorio —comentó con una sonrisa.
Sabía
que Vitorio y Rocío se llevaban muy bien, incluso habían
ido
juntos un par de veces al cine.
Rocío
le escuchó y, con una sonrisa, asintió.
—¡Genial!
Dile a Valeria que allí estaré.
Sin
decir nada más, se marchó. Mientras, risueña, se puso a
pensar
en el primo de Valeria, Vitorio. Tanto Oliver como su
mujer
estaban empeñados en que entre ellos hubiera algo, pero
lo
que no sabían era que Vitorio era gay. Ella nunca lo reveló,
pero
lo sabía desde la primera noche que el joven la acompañó a
casa,
pues él se lo contó.
Una
vez acabaron sus clases, Rocío se acercó hasta un centro
comercial.
Tenía que comprar leche, fruta fresca y flores. Antes
de
abandonar el lugar, entró en una tienda de bebés y compró
algo
para Julia, el precioso bebé de nueve meses de Oliver y
Valeria.
A
dos manzanas del centro comercial, en Manhattan, estaba
su
apartamento. No era excesivamente grande, pero tenía dos
habitaciones
y resultaba muy acogedor. Tras soltar las bolsas en
la
cocina, oyó el teléfono y tras descolgar, comprobó que era
Euge.
—Hola,
cariño, ¿cómo estás? —La voz cariñosa de su amiga
le
reconfortó.
—Pues
acabo de llegar de comprar y pensaba darme un baño
relajante.
Mientras
oía a sus gemelas pelearse, Euge dijo:
—Eso
necesito yo. ¡Un baño relajante!
Al
escuchar los gritos de las niñas, Rocío la entendió y
comentó:
—Vaya
jaleo que tienes, parecen doscientas en vez de dos.
—¡Joder,
Nico! —chilló Euge, molesta por los gritos—. Saca a
las
niñas al jardín, que estoy hablando con Rocío por teléfono.
Desde
luego, qué poquita colaboración, Dios mío. ¡Qué asco de
hombres!
Te juro, Rocío, que si alguna vez me separo de este…
este
individuo, nunca más volveré a convivir con otro tío. ¡Son
todos
iguales!
Consciente
de los problemas que atravesaba su amiga con su
marido,
Rocío intentó calmarla.
—Oye,
Pocahontas, tranquilízate —bromeó al notar la
tensión
en su voz.
—Estoy
que me subo por las paredes —protestó Euge tocándose
el
pelo—. Me canso de esperar, de creer que algo va a cambiar
para
que luego todo siga igual o peor.
Rocío
se sentó en su sillón. Sabía que aquella conversación
iba
para rato. Cogió el mando de la tele y comenzó a cambiar de
canal.
—Vamos
a ver, miarma. ¿Qué ha pasado hoy?
—Hoy
no ha pasado nada —protestó Euge con la voz rota.
—Vale.
Pues, entonces dime, ¿qué te pasa?
—Pues
me pasa…, me pasa lo que me tenía que pasar
—gimió
desesperada—. Que… que… que estoy embarazada otra
vez.
Rocío
apagó el televisor de un manotazo.
—¿Qué?
—gritó sorprendida la andaluza—. Pero ¿cómo ha
podido
pasar eso?
Sin
embargo, Euge ya era un mar de lágrimas y balbuceando
susurró:
—Solamente
lo hicimos una vez el mes pasado. Una sola
noche
en que me pilló con la moral baja y fíjate —dijo dejando
de
llorar—. ¡Soy más fértil que una coneja! —De nuevo, volvió a
llorar—.
Oh, Dios, ¿por qué me tiene que pasar esto?
Rocío
intentó pensar con rapidez, pero era imposible, por lo
que
con todo el cariño que pudo le indicó:
—Tranquila,
cielo. Venga, no llores más que se te van a secar
la
pupilas. —Y armándose de valor preguntó—. ¿Lo sabe Nico?
—Se
lo dije anoche y el muy tonto está encantado —contestó
hipando—.
No lo entiendo. No sé qué quiere. Pero lo que sí
tengo
claro es que a mí no me ama y ya no aguanto más. Por fin
he
tomado una decisión.
—¿Qué
vas a hacer? —susurró Rocío.
—Anoche
Nico y yo estuvimos hablando hasta tarde. No
queremos
más hijos. Con las niñas y el bebé ya tenemos
bastante,
pero…
Aquel
«pero» a Rocío le sonó mal. Como una flecha,
preguntó:
—¿Has
pensado abortar? —Era lo más lógico en su situación.
—Pasó
por mi mente esa posibilidad. Pero —volvió a llorar—,
cuando
miré las caritas de Julia y Susan, me di cuenta de que no
podía.
No puedo.
Aquello
era una locura, quiso gritar Rocío. Sin embargo,
quiso
ser juiciosa e intentó entender la situación de su amiga
mientras
la escuchaba.
—No
puedo, no puedo —sollozó Euge—. Pienso que un bebé
como
mis niños está creciendo dentro de mí, y no puedo
hacerlo.
Y te juro, Rocío, que no lo entiendo. Yo estoy a favor del
aborto,
pero ahora que soy yo la que tengo que tomar la
decisión,
ni quiero ni puedo hacerlo.
—Lo
que hagas estará bien —contestó tranquilizándola—. Si
tú
quieres a ese bebé, adelante. Pero piénsalo. ¿Lo saben las
chicas?
—Lali
y Peter sí. A Cande pensaba llamarla más tarde, y a
la
Tempanito le he dejado un mensaje en el contestador. —Y con
un
suspiro, añadió—: Ahora voy a llamar a casa para decírselo a
mis
padres.
«Uff…
que Dios te pille confesada, miarma», pensó Rocío.
—¿Les
contarás también que quieres separarte de Mick?
—No.
De momento sólo les diré lo del bebé.
—Tu
madre se volverá loca de alegría —resopló al pensar en
Cecilia—.
Ya le gustaría a mi madre que yo la llamara para
decirle
algo semejante.
—No
me extraña —sonrió limpiándose las lagrimas—. Aquí
la
única que se ocupa de repoblar el mundo soy yo. Vosotras no
tenéis
hijos y yo… —dijo volviendo a llorar— ya casi tengo
cuatro.
Rocío
intentó no sonreír. Sin embargo, la situación resultaba
surrealista.
—Venga,
Pocahontas, no llores, tonta. Ya verás qué bebé tan
precioso
vas a tener —bromeó Rocío.
—Eso
no lo dudo, me salen muy guapos, ¿verdad?
—Guapísimos
—asintió Rocío con cariño.
En
ese momento se oyó el llanto de un bebé y Euge dijo con
rapidez:
—Rocío,
cariño, te dejo. El enano está llorando y no puedo
soportarlo.
Ya hablamos en otro momento. —Y colgó.
Aquella
noche mientras Rocío cenaba una tortilla de patatas,
pensó
en la tranquilidad de su apartamento en comparación con
el
ruido que había en casa de su amiga. Allí sólo vivían ella y
Lola,
una gata callejera que tan pronto aparecía como desaparecía.
Sonó
el teléfono. Era su madre, que la informó de que
iba
a ser tía. La noticia la alegró, pero cuando su madre
comenzó
con el interrogatorio acerca de su vida privada, Rocío
la
cortó y colgó. Tras hablar con ella más de una hora, llamó a
Lali
para desahogarse. Pero su amiga no estaba. Dejó un
mensaje
en el contestador, se tumbó en la cama y se durmió.
El
sábado por la tarde fue a casa de Oliver y su mujer. Allí
pasó
una agradable velada con la familia italiana de Valeria.
Bailó
con Vitorio, con Daniel, otro primo, y comió muchísima
pasta.
Le encantaba aquella familia. Era muy parecida a la suya.
Bulliciosa,
alegre y cariñosa. Sobre las doce de la noche, Vitorio
la
acompañó a casa y ella le invitó a subir. Entonces le contó que
iba
a ser tía y el joven sonrió al enterarse de lo mucho que su
madre
lo agobiaba por no tener novio. Vitorio, con una gran
sonrisa,
le contó la cantidad de veces que la suya le había preparado
citas
a ciegas que siempre acababan fatal. Tras dos horas
de
distendida charla, Vitorio se marchó y ella, tras beberse un
vaso
de leche, se metió en la cama y se durmió, hasta que sonó
el
teléfono. Eran las diez de la mañana.
—¿Te
he despertado? —preguntó Lali.
—Pues
sí. —Se estiró Rocío—. Pero no importa, ya es hora de
levantarse.
—Te
llamo para saber si tienes controlado lo de las bicis de
las
niñas.
Ozú,
siquilla, qué pesaíta eres, pensó ella pero respondió:
—¡Que
sí! Mañana, de camino al trabajo, pararé en la
juguetería
y encargaré que se las manden para la comunión.
—¡Genial!
—aplaudió Lali—. Bueno, ¿y tú cómo estás?
—Uff…
miarma, estoy cansada. Ayer me quedé en casa de
Oliver
y Valeria de fiesta hasta tarde y tengo el cuerpo cortao.
—Oí
tu mensaje en el contestador. ¿Qué ocurre?
Aquella
pregunta la despertó y gritando dijo:
—¡Voy
a ser tía! Por fin Miguel se ha decidido. —Y con voz
pesarosa,
añadió—: Imagínate mi madre.
—Uff…
Me lo imagino —suspiró Lali.
—¡Virgencita!
Se me abren las carnes cada vez que me
acuerdo
de la charla que me dio.
Sin
poder evitar una carcajada, Lali le contestó:
—No
te preocupes, ya sabes que no eres la única. Mi madre y
mi
abuela me tienen frita con eso. Me imagino que Carla te
dirá
las mismas tonterías que me dicen a mí.
—¡Anda,
cómo lo sabes! —exclamó divertida. Sabía que su
madre
y Bárbara hablaban del asunto—. Me dijo que no
entendía
cómo ninguna de nosotras se había casado. Según
ellas,
somos monísimas pero trabajamos demasiado.
—Ah,
sí —rió Lali y continuó—: Te diría que los años son los
años
y que se nos pasará el arroz…
—Y
que el ciclo biológico para tener hijos también caduca…
—¿Te
dice eso? —rió Lali.
—Eso
y cosas peores. Incluso un día me preguntó si era lesbiana
—rió
al recordarlo—. Según ella en Estados Unidos hay
demasiado
vicio y perversión.
—Tu
madre es la pera —comentó Lali—. La mía se ha acostumbrado
a
que sus tres hijos seamos un poco desastre. Poli y
Marta
llevan siete años casados y no les veo yo muy por la labor
de
tener hijos. Bea está en Londres y no creo que piense en
niños,
y yo no tengo intenciones ni de casarme.
—Tampoco
hace falta estar casada para tener hijos —apostilló
Rocío.
—Ya
lo sé, mujer. Tan antigua no soy.
—Oye,
¿y con el hermano de Pocahontas qué?
—Bien.
Al
notar un titubeo en su voz, Rocío volvió a preguntar:
—¿Sólo
bien?
Elsa
asintió.
—Sólo
bien.
—Mira,
guapa —respondió Rocío incorporándose de la
cama—.
Haz el favor de soltar lo que tienes dentro y no hagas
que
investigue. Estoy demasiado dormida para eso.
Deseando
hacerlo, Lali dijo de carrerilla:
—Peter
me ha invitado a ir con él a Oklahoma.
—¿Y
cuál es el problema?
—Quiere
que vayamos al Pow Pow que anualmente celebran
varias
tribus norteamericanas.
Muerta
de risa, Rocío preguntó:
—Ozú,
miarma, qué cosa más rara. Pero ¿qué es un Pow
Pow?
—Según
me ha explicado Peter es un festival de ceremonias
que
tiene lugar una vez al año. Se reúnen miembros de las tribus
indias
que se encuentran viviendo en otros lugares.
—¡Qué
pasada! ¿Puedo ir yo?
—Pues
no lo sé —dudó Lali.
—Es
una broma, mujer. Seguro que danzaréis alrededor del
fuego
y fumaréis la pipa de la paz.
—No
digas tonterías —rió Lali al oír aquello.
—Pues
a mí me parece algo curioso y digno de ver. ¿Por qué
no
quieres ir?
Con
desesperación Lali se recogió su rubio pelo con un pasador
rojo
y dijo:
—Estará
su bisabuela y eso me pone nerviosa.
—¿La
mítica Sanuye? —preguntó Rocío abriendo los ojos
como
platos.
—La
misma, pero me da pánico conocerla. Y aunque
Pocahontas
y Peter me han dicho que es encantadora, para mí
es
una responsabilidad.
—¡Ozú,
qué interesante! Cada vez me apetece más ir.
Durante
años había oído hablar de aquella mítica mujer
india,
de su sabiduría y de sus visiones. No entendía que Lali,
que
tenía la oportunidad de conocerla, no quisiera hacerlo.
—Vamos
a ver, siquilla. Déjate de tonterías. Si realmente te
gusta
Peter, debes ir, conocer a Sanuye y pasártelo bien. Por
cierto,
¿qué te parece lo de Pocahontas?
—Me
tiene muy preocupada —susurró Lali—. Hablo todos
los
días con ella. Sé que lo está pasando mal y me da miedo que
le
dé un arrebato y haga una tontería.
—¿Qué
te parece lo del bebé?
—¿Sinceramente?
—Sinceramente
—asintió Rocío.
—Yo
creo que en las circunstancias en las que se encuentra
no
es lo mejor. Sin embargo, es ella quien debe decidir.
—Más
o menos eso le dije yo.
Tras
un silencio entre las dos, Lali preguntó:
—¿De
verdad nos acompañarías al Pow Pow?
—Por
supuesto. Cosas así no se ven todos los días.
—Se
lo diré a Peter. Quizá si tú vienes me resulta más fácil a
mí.
—¡Gallina!
—se mofó Rocío. Ambas rieron—. Por cierto, el
viernes
es cuando tienes la boda hindú, ¿verdad?
—Sí,
la boda de Lahita y Kamal. Fíjate que hasta hemos tenido
que
alquilar un caballo blanco.
—Vaya,
¡qué fuerte! Siempre pensé que sólo se utilizaban
caballos
en Andalucía. En especial para casarse en el capilla de
mi
virgen, la virgen del Rocío.
—Pues
no, guapa, no. El caballo es parte de la tradición. El
novio
tiene que llegar montado a lomos de un caballo blanco,
junto
a un pequeño de la familia.
—¡Qué
pasada! —susurró Rocío—. La verdad es que deberías
escribir
un libro contando las diferentes maneras de casarse que
existen
en el mundo.
—Creo
que no sería capaz —bromeó Lali, mientras veía
cómo
su perro la miraba. Quería salir a la calle—. Oye, te dejo.
Parece
que Spidercan necesita salir con urgencia. Te llamaré y
te
diré algo del Pow Pow.
—De
acuerdo, un beso y no te agobies.
Tras
cortar la comunicación, Rocío se tumbó de nuevo en la
cama.
Debía levantarse, pero estaba demasiado casada. Además,
no
tenía nada que hacer, así que decidió dormir.
CAPITULO 21
En
Los Ángeles, Lali, colgó el teléfono y cogió las llaves del
apartamento,
la correa de Spidercan y salió a la calle. Fue hasta
un
parque y sonrió al ver correr al can a sus anchas. Miró su
móvil.
Ninguna llamada perdida de Peter . Con una gran sonrisa
en
los labios se sentó en un banco del parque y pensó en él.
Desde
que había aparecido en su vida, todo le parecía más
bonito
y estaba más contenta.
Peter
era encantador, además de que la cuidaba y la
mimaba.
Él quería hacerle la vida más fácil y nunca se quejaba
por
nada. «Demasiado bonito para que dure», pensó Lali.
Tras
aquel pensamiento fugaz, frunció el cejo y se regañó a sí
misma.
¿Por qué se empeñaba en buscar fallos donde no los
había?
¿Qué más podía pedir? Tras llamar a Spidercan con un
silbido,
le cogió con la correa y se fue para casa.
En
ese momento, en el restaurante que había frente al hospital
donde
trabajaba Peter, éste hablaba con su ex. Parecía
enfadado.
—Belén,
fuiste tú quien decidió dejarme. Y ahora no quiero
que
me llames ni me persigas. Lo nuestro se acabó. Así lo
decidiste.
Pero
aquella mujer latina, bonita, castaña, de largas piernas
y
ojos de gata, se negaba a aceptar lo que él afirmaba.
—Cariño
—dijo mientras se acercaba a él—, dame una última
oportunidad.
Peter
gritó con desesperación, atrayendo las miradas de la
gente
que allí había.
—¡Por
Dios, escúchame! —exclamó separándose de ella—.
No
habrá más oportunidades. Lo nuestro se acabó. Olvídate de
mí
y déjame vivir en paz.
Dicho
aquello, Peter pagó la cuenta y se marchó sin siquiera
mirarla.
Necesitaba respirar. Se sentía agobiado. Necesitaba
contarle
aquella intromisión de Belén a Lali, aunque no sabía
cómo.
Belén, enfadada por aquel desplante, le contempló alejarse.
No
pensaba claudicar, por lo que su mente comenzó a
planear
su siguiente ataque. Horas después un Peter más tranquilo,
ya
en el hospital, decidió no comentar nada a Lali. Belén
era
historia. Era algo archivado y olvidado.
El
miércoles Tony y Lali viajaron hasta Phoenix. Allí se celebraba
la
boda de Lahita y Kamal. Con su preciado cuaderno en
las
manos, Lali dijo en el hotel mientras cenaba un sándwich de
pollo:
—Veamos,
a las cinco se reunirán todas las mujeres para celebrar
el
Sangeet en la casa de Lahita.
—¿El
Sangeet es el momento en que las mujeres le cantan
canciones
a la novia para fastidiarla? —preguntó Tony divertido.
—Sí
—sonrió ella—. Mientras yo estoy con Lahita tú irás al
Bratma
del novio, y no pienso aceptar un no como respuesta.
Tony
arrugó la nariz y asintió. El Bratma era una celebración
con
los familiares del novio en la que a éste se le manchaba con
una
pasta pegajosa. Luego todos bailaban alrededor de él hasta
que
el novio también lo hacía.
—Recuerda
—añadió Lali—. A las nueve y media tenemos
reservadas
en Scortes veinte mesas para cenar.
—Qué
fastuosas son estas bodas a veces, ¿verdad?
Lali
asintió. Tras beber de su vaso de Coca-Cola añadió:
—Para
los hindúes el matrimonio es una gran fiesta. Por eso
suelen
ser bodas vistosas y ricas. La unión de dos personas representa
la
samskara, la confianza sagrada. Ellos creen en el
absoluto
poder del Dios Brahman y…
Con
cara de guasa, Tony la interrumpió:
—Uff…
reina, ¡déjalo! Yo si me salgo de Buda o Dios no me
entero.
Me voy a dormir.
Al
día siguiente, Tony y Lali se levantaron muy temprano.
Tenían
que ocuparse de multitud de preparativos para la boda,
que
iba a durar dos días. Cuando Lali llegó a casa de Lahita, lo
primero
que hizo fue preocuparse de que se encendieran todas
las
luces, incluso unos farolillos que había en la entrada. Aquello
era
una tradición e indicaba que se iba a celebrar una boda. Lali
y
Tony se ocuparon de que tanto el Sangeet como el Bratma
fueran
un éxito. Luego, a las nueve y media de la noche, los
novios
celebrarían una fiesta occidental con unos amigos.
Cuando
concluyeron los preparativos, regresaron a su hotel y
cayeron
destrozados.
La
mañana de la boda empezaron a trabajar muy temprano.
A
primera hora llegó Nirmal, la abuela de Lahita, con unas primas
y
le regalaron unos brazaletes de marfil para darle suerte en
su
matrimonio, además de alguna que otra joya. A las diez llegó
Nika,
que comenzó a preparar polvo de henna, té, aceites y jugo
de
limón. La henna la utilizaría para pintar las manos y los pies
de
la novia. Nirmal, la abuela, le explicó a Lali que según la
leyenda,
cuanto
más oscura se ponía aquella mezcla en las manos y
pies,
más te querría tu futuro esposo. Sin tiempo que perder,
comenzaron
a peinar el pelo castaño de Lahita y a pintarle el tan
conocido
lunar rojo entre los ojos, signo de que se casaba. El
sari
que Lali consiguió para la novia dejó boquiabiertos a todos.
Era
de color rojo intenso con finos bordados, a juego con un
velo
igualmente rojo que le cubría la cara. Las mujeres comenzaron
a
enjoyar a la novia para que tuviera la imagen de la diosa
de
la abundancia. A las cuatro llegó el caballo blanco que habían
buscado
para la ocasión. Un feliz novio se montó junto a un
sobrino,
como mandaba la tradición. Luego le cubrieron la
cabeza
con una especie de gorro, para que no viera nada. A
partir
de ese momento, comenzó una peregrinación desde la
casa
de Kamal hasta la de Lahita.
Cuando
empezó la ceremonia, la novia esperaba con los ojos
mirando
al suelo y no los levantó hasta que ambos estuvieron
sentados.
Una vez en el pequeño altar que Lali había mandado
construir
en una enorme habitación, Lahita y Kamal se intercambiaron
flores
y se ataron unos amuletos en las manos. Baúl,
un
amigo del novio, encendió un pequeño fuego que ardería
junto
a los novios durante la ceremonia. Concluidas las canciones
y
oraciones, Lali avisó a Brenda y Moushe, primas de la
novia,
para que unieran con un gran lazo a los novios. Tras
aquello,
Lahita y Kamal dieron siete vueltas alrededor del fuego
ceremonial
para simbolizar que juntos resolverían los problemas.
Tras
recitar unos textos sagrados, Kamal aplicó un polvo
rojizo
sobre el cabello de Lahita. Eso indicaba a todo el mundo
que
ya era su mujer. Al bajar del altar les cubrió una inmensa
lluvia
de arroz. La fiesta se celebró en unos salones cercanos y
hubo
diversión hasta bien entrada la noche. Lali, mientras bailaba
con
Kamal, vio la felicidad en los ojos de la abuela de
Lahita.
Aquello le hizo pensar en Peter. En ese momento,
decidió
asistir al Pow Pow. Conocería a Sanuye.
CAPITULO 22
«Por
Dios, ¿pero qué estoy haciendo?», pensó Lali, que todavía
no
podía creer que estuviera montada en ese avión con Peter,
volando
hacia el aeropuerto internacional de Tulsa. Junto a
ellos
una soriente Euge viajaba con sus niños. Cuando llegaran a
su
destino debían esperar a Rocío, que volaba desde Nueva
York.
Mientras Lali miraba por la ventanilla del avión, Peter la
observaba
tocándole con suavidad la mano. En ese momento,
Lali
le miró y se quedó casi sin respiración al encontrarse con
sus
maravillosos ojos negros.
—¿Pasa
algo? —preguntó con una sonrisa.
Peter
suspiró y tras sonreír, la besó y le susurró al oído
haciéndola
vibrar:
—Sólo
admiraba lo guapa que eres, cielo.
Lali
se puso roja como un tomate al oír aquello y ver que sus
sobrinas
no dejaban de mirarles y cuchichear. Llevaba cuatro
meses
y medio con él, pero no se acostumbraba a la dulzura de
aquel
hombre. Él, al ver la cara de ella, dijo con una sonrisa:
—Ven
aquí. —Y tomándola con delicadeza de la barbilla, le
susurró—:
Este viaje es muy especial para mí. Todo va a salir
bien.
Lali
asintió e intentando sonreír respondió:
—¿Le
dijiste a tu bisabuela que llevarías compañía?
—Por
supuesto. Y como dijo ella, estará encantada de que su
casa
durante unos días se llene de luz, juventud y alegría —dijo
él
sonriente.
—Sanuye
es muy especial para ti, ¿verdad?
Peter
asintió y la besó. En ese momento se oyó a la azafata
pedir
que se abrocharan los cinturones. Iban a aterrizar. Las
niñas,
junto a Euge, al escuchar aquello, comenzaron a aplaudir.
Con
puntualidad llegaron a Tulsa.
Tras
tomarse algo en la cafetería, sonrieron al ver llegar a
Rocío
corriendo hacia las niñas.
—¡Tía
Rocío! —gritó Julia al verla correr hacia ellas.
—¡Tía
Rocío! —chilló Susan yendo a su encuentro—. Mamá,
mamá,
la tía ya está aquí.
Cuando
las niñas llegaron a la altura de Rocío, ésta se detuvo
y
antes de que se abalanzaran sobre su cuello gritó:
—Un
momento, siquillas. ¿Seguro que vosotras sois mis
sobrinas?
—Las niñas asintieron encantadas—. Entonces, si sois
mis
sobrinas ¿a qué esperáis para besarme locamente?
Y
dicho aquello, las niñas se abalanzaron sobre ella, mientras
ésta
las besaba y les mordisqueaba el cuello con amor, al
tiempo
que Peter, Euge con el pequeño Mick y Lali les miraban.
Media
hora después, tras repartir abrazos a diestro y siniestro,
PEter
fue con sus sobrinas a alquilar un monovolumen. Así
podrían
ir todos juntos. Rocío, tras guiñar el ojo a Euge, dijo:
—Te
veo estupenda, Lali.
—Será
porque mi hermano la trata muy bien.
Lali
sonrió mientras sus amigas seguían cotilleando.
—Ozú,
siquilla, una cosa es verle en foto y otra en persona.
—Y
con gesto pícaro susurró—: Lali, miarma. ¡Qué bien te lo
tienes
que estar pasando! Uff… Virgencita… ¡Qué cuerpo tiene!
—Tenemos
buenos genes, ¿acaso lo dudas?
—No,
yo no dudo nada, Pocahontas. Con un hermano así,
qué
iba yo a dudar.
—¡Vaya
dos arpías! —apostilló Lali.
—Miarma,
¿no tendrás otro hermano para que me apañe el
cuerpo,
de arriba abajo? ¡Di que sí! ¡Di que sí!
Lali
y Euge rieron a carcajadas al escucharla, mientras Rocío
continuaba:
—¡Virgencita!
Qué pedazo de tiarrón. —Y mirándolas dijo—:
Ya
veréis la cara que pone Mery cuando venga para la
comunión
de las niñas. Sacará todas sus armas de mujer fatal,
se
encenderá un cigarro y… —Al ver las caras de sus amigas
tosió
y dijo—: Pero qué hago yo hablando de la loba de Celine.
¡Yo
quiero un tío así para mí!
—Vale,
te buscaré un novio —dijo Euge.
—Disculpa,
chata —aclaró haciendo reír a Lali—. Yo no
quiero
novio. Me conformo con que me apañe el cuerpo un
apache
durante el fin de semana.
Euge
soltó un resoplido.
—¡Ni
se te ocurra decir eso delante de Sanuye! —remachó.
—¿Por
qué? ¿Los indios no se apañan el cuerpo?
Lali,
incapaz de seguir riendo de pie, se sentó. Rocío era graciosa
como
ella sola.
—No
me refiero a eso —señaló Euge intentando no reírse.
—Pues
o te explicas, Pocahontas, o no entiendo nada —dijo
Rocío.
—No
vuelvas a hablar de ¡apaches! Mi bisabuela era una
hoppi.
Aunque cuando se casó con mi bisabuelo Awi Ni´ta, pasó
a
ser una cherokee. No lo olvides. ¡No hables de apaches!
Sorprendida
por aquello, Rocío asintió y preguntó:
—Pero
vamos a ver, siquilla. ¿No son indios los cherokee y
los
apaches?
Lali,
que se había cultivado leyendo sobre tribus los últimos
días,
contestó:
—Indios
son. Pero Sanuye, Pocahontas y Peter son de la
tribu
cherokee, y aquí cada tribu lleva su linaje y su historia con
gran
honor.
—Por
cierto, chicas, ¡ni se os ocurra llamarme Pocahontas!
—Sus
amigas sonrieron—. Aquí mi nombre es Amitola y el de
Peter,
Amadahy. Y en lo que se refiere a los apaches, al padre
de
mi bisabuela le mató un apache. Por lo tanto, date un puntito
en
la boca, ¿vale?
—¡Virgencita!
—exclamó Rocío impresionada.
Tras
beber un poco de Coca-Cola, Rocío se fijó en que Euge
estaba
ojerosa y preguntó antes de que Peter regresara:
—¿Y
con Nico qué pasa?
—Pues
pasan muchas cosas —suspiró ella con gesto serio—,
pero
tranquilas, por mi parte está todo superado.
En
ese momento, llegó un grupo de ejecutivos a la cafetería.
Al
ver a las tres mujeres solas, empezaron a piropearlas. Lali y
Rocío,
acostumbradas a aquel acoso, hicieron como si no oyeran
nada,
pero Euge, que acostumbrada a su papel de madre de
familia
no estaba acostumbrada a eso, se puso contenta, lo que
desató
las risas de sus amigas. Euge necesitaba sentirse guapa y
mujer.
Continuará..